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Columna
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Tiempos desnudos

A los muertos y enfermos se suman los despidos temporales, los ERTES, ese acrónimo temible que tantos hemos aprendido estos días. La lista de las pérdidas que sumamos es larga

Mercè Ibarz
Portada del disco 'Crisis? What crisis?', de Supertramp, de 1975.
Portada del disco 'Crisis? What crisis?', de Supertramp, de 1975.

Es martes por la mañana, no llueve como el lunes ni hace el frío pronosticado, al contrario, luce el sol de primavera y el aire corre suave en el terrado de la finca, en una calle del Ensanche barcelonés. El terrado, un regalo viejo abandonado que estos tiempos desnudos nos devuelve. Un hombre en un balcón al otro lado de la calle está cabizbajo, atento al móvil, lo estará todo el rato. Una chica pasa el aspirador y sale brevemente a su balcón para expulsar el polvo. Abajo, en la calle, sin apenas tránsito rodado, de vez en cuando caminan una o dos personas con un carro de la compra, un perro, o no. El aire mece los árboles, es más puro que de costumbre. Dicen que en los canales de Venecia vuelve a haber peces. La irrealidad del momento. Lo grave sucede, sí, pero no se ve. En las fincas antiguas con balcón no se ve a nadie más, a pesar del sol y de la brisa. ¿Estamos? ¿No estamos?

Tiempo desnudo, tiempos desnudos, despojados. A la intemperie tantas personas, tantísimas. Y los que estamos a cubierto, de momento al menos, adaptándonos a esta desnudez. ¿Será mayor el despojamiento? Tantas cosas parecen indicarlo. A los muertos y enfermos se suman los despidos temporales, los ERTES, ese acrónimo temible que tantos hemos aprendido estos días. La lista de las pérdidas que sumamos es larga, muy larga, completarla es difícil, seguro que cada uno lleva su registro de pérdidas privadas y colectivas.

Para los que trabajamos desde casa hace décadas y ahora podemos seguir, la irrealidad es excesivamente real. Entre la calamidad y la normalidad nos movemos por dentro unos y otros, atentos a las voces de los nuestros, la voz transmite todo y cambia poco.

Las angustias de los olvidados y los parias del sistema están ahí, clamando a su manera sorda, como de costumbre, aunque la irrealidad envuelva estos tiempos desnudos. ¿Irrealidad, si la tele, los medios, la red, no para de hacer ver que muestra la gravedad de las cosas? Sí, pues se diría que lo grave -perder la salud-sucede a los demás, no a quienes estamos confinados, parece que si no puedes trabajar ni por lo tanto ganarte el sustento sea porque el mal, esa cosa invisible, ha venido sin más.

A su sorda manera claman los olvidados, que en breve pueden ser tantos de los que hasta ahora creíamos no serlo del todo, como sucedió en 2008, aquel shock de la doctrina del shock que nos ha traído hasta aquí. El virus es un accidente, vale, estamos incluso dispuestos a admitirlo. Pero lo que tenemos ahora mismo es un gravísimo desequilibrio del servicio público sanitario, y eso no es precisamente un accidente de la naturaleza. Es el resultado de los recortes, y tiene responsables. Renta básica, ¿no?.

Es un descalabro al que se suma, subrayado en negrita, el provocado por los recortes en la investigación, que igual nos ha llevado hasta aquí y que claro que tiene responsables. Expertos sensatos recuerdan que la pandemia es resultado también del cambio climático, la globalización de los patógenos, el aumento demográfico, todo insostenible, y aquí está.

Me he cansado de decir crisis. Crisis? What crisis?, cantaba Supertramp en 1975, miren si hace tiempo. No fue un gran álbum, pero sí un gran título. A menudo llamamos crisis a los destrozos que causamos y, más aún, como sociedad, a los que dejamos que causen los reyes del mambo. Esto no es una crisis, es tal vez el mayor y más límpido espejo hasta ahora de los desastres del mundo nuestro de hoy.

Me niego también a citar con rutina a Goya, un respeto, el maestro habla en sus desastres de guerras cuerpo a cuerpo. Lo de ahora es distinto. Un amigo me manda por whatsapp palabras de Ursula K. Le Guin que, bien mirado, son goyescas, por ilustradas, hijas de la razón: lograr el mundo que queremos pasa por confinar el vocabulario guerrero. En su libro-testamento de conversaciones con David Naimon poco antes de morir, la escritora lo dice así, tras años de imaginación sobre el futuro posible: “Intento evitar decir ‘la lucha’ por esto y lo otro, o ‘la guerra’ contra patatín o patatán. Me resisto a plasmarlo todo en términos de conflicto y de inmediata resolución violenta. No creo que la vida funcione así (…) Limitar todo comportamiento humano al conflicto implica dejarnos fuera regiones vastísimas y muy ricas de la experiencia humana” (Conversaciones sobre la escritura, traducción de Núria Molines Galarza, Alpha Decay).

Esto, me digo en voz baja y otras lo grito en casa, no es una crisis ni una guerra, esto es el espejo de nuestro tiempo despojado al desnudo.

Mercè Ibarz es escritora y crítica cultural.

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