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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

A partir de mañana

Ante el empuje de capitalismo autoritario marcado por el control digital de todos nuestros movimientos, la alternativa es un empoderamiento ciudadano que se convierta en una especie de solidaridad global

Josep Cuní
La Torre Glòries vista desde la calle de Casp durante el décimo día de confinamiento por el coronavirus.
La Torre Glòries vista desde la calle de Casp durante el décimo día de confinamiento por el coronavirus.Joan Sanchez

Llevamos dos semanas escasas de confinamiento y la incertidumbre permanece. El tiempo parece detenido; los pueblos y ciudades, fantasmas que arrastran sus silencios; y nosotros, vidas enlatadas entre cuatro paredes. Salvo alguna excepción que avala la regla, el comportamiento ciudadano muestra una responsabilidad cívica ejemplar. La actividad ha bajado tanto como la contaminación y la histeria de las bolsas ha subido tanto como el pánico. Y entre los llantos contenidos de quienes no han podido despedirse de los suyos, las dudas razonables que las informaciones no siempre equilibradas provocan apoyándose en los balances diarios de una tragedia que nadie hubiera firmado hace un mes. Solo un mes. Y así vamos hurgando en “recuerdos vivos y besos tan dorados como el beso aquel de la memoria” (Luis García Montero).

En contraste con el pasado cargado también de algún reproche anotado en las listas del debe y el haber, la mirada hacia el futuro y su esperanza. Las cábalas sobre qué haremos el día que podamos invadir de nuevo las calles hoy desiertas, pisar la arena de la playa hoy confinada, recorrer los senderos de gloria de montes hoy alejados o abrazar los cuerpos hoy expuestos a la soledad doliente de pieles tristes. Y todo esto, en contraste con la especulación sobre nuestra capacidad real de aprendizaje tras esta bofetada planetaria que receta cura de humildad.

En estos días de forzada contención y obligado cumplimiento, quien más quien menos advierte que a partir del día después ya nada volverá a ser lo mismo. Ni nadie reincidirá en sus pecados originales porque habremos aprendido la lección. Está por ver. Al darse cuenta del alcance de la crisis financiera de 2008, Nicolás Sarkozy sentenció que, pasado el mal trago, habría que reinventar y moralizar el capitalismo. Y establecer un nuevo orden mundial. A las puertas de la probable y peor sacudida económica de todos los tiempos, Sarkozy es un espectro que ni está ni se le espera y el capitalismo empieza a lamentarse de haber dado excesivas vueltas de tuerca sin que nadie le llamara eficazmente la atención. En cambio, es posible lo del nuevo orden mundial. Con China como punta de lanza tras la lección dictada a través de su peculiar gestión de la pandemia. Primeros y ejemplares. Decisiones drásticas solo aceptadas por ciudadanos de países culturalmente pacientes y sociológicamente sometidos. Por eso han acabado imponiendo su criterio y nos han obligado a pasar de las críticas a sus maneras a depender de sus productos sanitarios que ofrecen al mundo previo pago. Y como los gobiernos se los disputan, los envían al mejor postor. A quienes hayan pujado más en la subasta de la salud.

Fue hace diez años, cuando la sombra de Lehman Brothers seguía mostrando su guadaña, que algunas voces empezaron a promocionar el régimen chino como el ideal para hacer avanzar el mundo para interés de los más interesados. Mao en los murales y el dólar en el bolsillo. Apuesta plena por las nuevas tecnologías, mayor control ciudadano, menos protestas y más productividad. La democracia del simulacro para garantizar la economía frente a la libertad. Algo así como lo que hoy se debate también en el mundo pero con voluntad de permanencia. Si, como argumenta Trump, el dinero debe ir por delante de la salud de la persona o lo contrario, que es lo que todavía mantiene la enfermiza Europa. Lo primero nos empuja a un capitalismo autoritario marcado por el control digital de todos nuestros movimientos según denunciaba de Buyng Chul Han el pasado domingo en EL PAÍS. Ante este horizonte perturbador, la alternativa democrática de un empoderamiento ciudadano que se convierta en una especie de solidaridad global. Es lo que defendía Yuval Noah Harari, autor de Sapiens, en el Financial Times. Sería la alternativa que precisaría también de una reacción firme y contundente de los estados miembros de la Unión Europea que consolidara su voluntad de liderazgo ético y social a la par que manteniendo su capacidad de competitividad y su exigencia de respeto a los derechos de las personas. Un retorno a los orígenes ampliados en el marco de lo que siempre se nos prometió y todavía no se cumplió. Y de la mano de unos Estados Unidos regresados a sus parámetros históricos y que será lo que macará sus próximas elecciones presidenciales ahora que la economía, su gran baza, le está dando a Donald Trump allí donde más le duele.

Qué será, será, podemos cantar con Doris Day. Lo que parece inevitable es que las decisiones que tomen los gobiernos individual y colectivamente ahora marcaran el futuro. Aquella expectativa a la que Victor Hugo aplicó varios adjetivos: inalcanzable para los débiles, desconocido para los temerosos y oportuno para los valientes. Nadie sabe si nada será igual pero todos sabemos qué nos jugamos a partir de mañana.

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