Las pruebas de fuego del negociador policial: fuera vértigo, creatividad hiperactiva y nervios de acero
La Policía Nacional aumenta su red especializada en gestión de secuestros, atrincheramientos o intentos de suicidio


“¿Cómo te comunicarías con alguien que está a punto de tirarse por un precipicio y resulta ser una persona sorda?” La pregunta, hecha en un despacho del complejo policial de Canillas, en Madrid, parece un examen. Es una de las situaciones que pone como ejemplo el inspector César Martín, coordinador de la red de negociadores de la Policía Nacional, durante una entrevista sobre la forma en la que se abordan situaciones de máxima tensión, como el encierro de dos hombres armados con miembros de su familia ocurrido en Madrid el pasado 11 de agosto y que terminó solucionándose con éxito. Martín, que prefiere sentarse frente a frente, sin ocupar su sitio en la mesa del despacho, habla con tono calmado. “Un negociador está evaluando constantemente la situación en la que se encuentra y busca la mejor forma de solucionarla”, explica.
Ante una situación crítica, como un caso de malos tratos en el que hay víctimas retenidas, cuando una persona con una enfermedad mental amenaza con hacerse daño, o incluso en un atraco con rehenes, el “equipo negociador” de la Policía (porque siembre hablan de su trabajo como parte de un engranaje), tiene la adrenalina en máximos, pero debe mantener la mente fría y la capacidad de análisis. Los negociadores de esa red, integrada por 53 agentes en todo el territorio nacional, han superado en su formación una serie de pruebas de fuego en las que está prohibido el vértigo, la creatividad se hiperestimula y es fundamental “dejar a un lado los egos”.

La pregunta del examen, sobre una persona que no podía escuchar al policía que intentaba ayudarle, es un caso real. El negociador que acudió a este aviso en Algeciras (Cádiz), fue el inspector jefe Joaquín Llanos. El agente, que lleva casi una década haciendo estas funciones, recuerda que había cerca un edificio de la ONCE e intentaron encontrar un intérprete de signos, aunque que fue imposible. Llanos se acercó todo lo que pudo al hombre, que estaba frente a un precipicio en una obra: “Estaba agitado, embotado, colorado, con los músculos del cuello tensos”. Cuenta que se comunicó con él como pudo, vocalizando mucho, haciendo gestos. “Yo no fumo y ese día me fumé una cajetilla con él”, recuerda. Cada vez que le extendía un nuevo cigarro, se acercaba un paso más. “Hacía gestos de que le habían robado el corazón, que estaba mejor en suelo reventado. Yo le decía: ‘Lúchalo. Tienes que ir a un abogado. Date tiempo”. Supo que el hombre trabajaba con su pareja en un puesto de verduras y estaba muy afectado por una infidelidad. “Sentía que nada ya tenía sentido”, relata. Hasta que le ofreció el cigarro con el que pudieron aproximarse lo suficiente como para sacarle de esa situación de peligro. Estuvieron dos horas y media juntos. “Hay que desmontar esa situación, ese pozo sin fondo en el que creen estar, desde el respeto, validando sus sentimientos y entendiendo que estas personas están frustradas y enfadadas”, considera. “Cuando todo terminó no quería me fuese. Lo primero que hizo fue abrazarme”, recuerda.

“La negociación es crear confianza”, resume el inspector César Martín. “Hay que convencer a la persona para vencer el problema”. Es rara la semana en la que no llegan a la Comisaría General de la Policía Judicial, encargada de gestionar estas situaciones, alertas de uno o dos incidentes, aunque a veces no hace falta que intervenga directamente el negociador, al que activan las unidades territoriales. Solo se le moviliza cuando la situación es límite. En estos casos, se activa la red y se apoyan entre ellos o hablan sobre posibles estrategias.
Isabel Espejo, inspectora jefa y negociadora en Málaga, también sabe lo que es tirar de creatividad. Después de no conseguir conectar con una persona que se quería suicidar desde un piso 16 de un hotel de Fuengirola, se le ocurrió decirle que si le gustaría que le dejara un rato en silencio. “Sí, por favor’, me dijo”, cuenta. Fueron las primeras palabras que le dirigió. Y a la vuelta de esa pausa, después de hora y media de intentar acercarse, fue cuando logró que abandonara la cornisa. “No por mucho hablar lo estás haciendo mejor”, valora la inspectora. Al preguntarle por una situación que le haya hecho especial mella, cita un caso con desenlace fatal. Fue la noche del pasado 24 de junio, San Juan, cuando una persona con ideas suicidas amenazaba con tirarse desde una ventana. El otro compañero que hace las funciones de negociador en Málaga estuvo en el lugar, mientras que ella seguía por teléfono lo que ocurría. Después de 15 horas no lograron convencerlo. “Fue doloroso. Es de los primeros que han salido mal y por eso lo recordamos”, incide.

El trabajo de negociador no es a tiempo completo. Sus agentes están destinados en otras funciones. El coordinador de la red, y también negociador, también dirige uno de los dos grupos de secuestros y extorsiones de la Comisaría General de la Policía Judicial, mientras que los de Cádiz y Málaga están a cargo de Extranjería y Fronteras en la Línea de la Concepción y de la Unidad de Familia y Mujer (UFAM) en Málaga, respectivamente. Los tres son miembros de la primera promoción del curso de especialización de negociadores, convocado en 2016 por la Policía Nacional, y participan en las formaciones de los futuros compañeros de la red. Cada cierto tiempo se van incorporando nuevos agentes, que se especializan después de una exhaustiva selección y un curso, que ha comenzado este 8 de septiembre tendrá su cuarta edición en el cuartel de los GEO en Guadalajara. Cuando termine, el cuerpo policial tendrá 23 nuevos negociadores destinados a suplir las tareas de algunos compañeros que han ascendido o cambiado de destino. También servirán para reforzar zonas como Málaga, Cádiz o Alicante.
En el proceso de selección, para el que es necesario tener la categoría de inspector, les exponen a diferentes pruebas, como orientarse en una zona deshabitada, convencer a alguien para que les deje usar su móvil o que les lleven a punto determinado, como en una especie de búsqueda de tesoro para policías. Todo ello sin posibilidad de usar dinero o teléfono propio. También hay otras pruebas más duras, en las que buscan elevar su estrés, que pasan por realizar trayectos en lugares pequeños y oscuros o exponerles a grandes alturas. “Hemos tenido intervenciones en una grúa, en Logroño, o en el tejado de la catedral de Murcia”, justifica César Martín, para justificar estos requisitos.
La Policía Nacional sigue el modelo de negociación del FBI, en el que el equipo negociador y los agentes tácticos, que se encargan de operaciones de alto riesgo, como el GEO (Grupo Especial de Operaciones) o los GOES (Grupos Operativos Especiales de Seguridad), trabajan separados, aunque se apoyen y asesoren mutuamente.
Antes de empezar a negociar, recopilan toda la información posible y, aunque parezca una contradicción, se toman su tiempo para establecer una estrategia. “Las pulsaciones se suben, aunque también es verdad que en tensión, surgen más ideas”, comenta la negociadora de Málaga. El negociador principal habla directamente con la persona del incidente, mientras que el secundario le apoya, informa y transmite lo que está ocurriendo al equipo de mando. Siempre con la premisa de la autoprotección, pueden establecer contacto desde detrás de una puerta, tras un muro, cara a cara o por teléfono.
La mayoría de los casos suelen estar relacionados con violencia de género o con intentos de suicidio. También intervienen en secuestros, mucho menos frecuentes, pero más complejos. En ellos entran en juego muchas más variables y pueden prolongarse en el tiempo, subraya el inspector Martín. Con ajustes de cuentas como trasfondo o por robos de partidas de droga, los agentes se encuentran con que no hay denuncia o que la información que tienen resulta no ser cierta. Hace unos veranos, recuerda Martín, un hombre de origen rumano denunció a la Policía de su país que habían secuestrado a su hijo por el robo de un cargamento de droga. En colaboración los agentes rumanos, los agentes españoles consiguieron liberarlo con vida tras una semana de conversaciones. Sin embargo, tuvieron “una gran incertidumbre” porque la información tardó mucho tiempo en llegarles y era parcial.“Hay muchísima tensión, pero después queda mucha satisfacción”, resume.
Los agentes inciden en la necesidad de que “los egos” queden a un lado y triunfe la labor en equipo. No hay que pensar en solucionarlo en solitario, sino atender a la situación y actuar conforme está previsto, inciden. “Y trabajar en red cuesta mucho”. Por eso destacan la importancia de que compañeros como los agentes de seguridad ciudadana, que son los primeros que llegan al lugar en estos casos, conozcan la existencia de estos protocolos y se activen en caso necesario.
El negociador de Cádiz, que se define como un agente “de piel con piel”, defiende el poder que tiene estar cerca de las personas, ya sean jueces, víctimas o investigados, en todas las circunstancias. “Es muy potente, tanto en la investigación como en otras labores”. Su compañera de Málaga pone como ejemplo su utilidad en reyertas o en una manifestación e incluso en la vida diaria. “Para cuando discutes con un hijo, con un familiar. Hay que pararse y escuchar. No es fácil. Hay gente con más facilidad, pero entrenadas, estas capacidades se mejoran. Y la palabra es una posibilidad que no resta”, termina.
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