Vivir a la intemperie en Vitoria a la espera de una cita para pedir asilo en España: “Queremos ganarnos la vida”
Personas que han huido de la guerra en Malí duermen frente a la comisaría de la Policía Nacional de Vitoria con la esperanza de iniciar los trámites para conseguir protección internacional

Cada día, a primera hora de la mañana, un agente sale de la comisaría de la Policía Nacional en Vitoria, cruza la calle y se acerca a los soportales de un edificio en el que duerme una veintena de personas en colchones tirados en el suelo. Son hombres jóvenes que han huido de la guerra en Malí. El policía les comunica la cifra de los que a lo largo del día podrán acceder a la comisaría e iniciar los trámites para solicitar asilo: hay días que son diez; otros, como hoy, seis. Se tira de una lista, los afortunados entran en la comisaría y el resto espera hasta el día siguiente. La escena se repite de lunes a viernes. “En internet es imposible conseguir cita”, cuentan los malienses que viven frente a la comisaría. Y se ha corrido la voz de que en Vitoria las citas se pueden obtener con mayor agilidad que en otros puntos de España.
"El sistema de asilo está saturado", dice Javier Canivell, director general de Zehar Errefuxiatuekin, organización que atiende a los refugiados. En 2024, el Gobierno recibió 167.366 solicitudes de protección internacional, un número nunca antes alcanzado. En algunas provincias, algunas personas acaparan las citas y las venden a precios que pueden alcanzar los 150 euros. Lograr cita no es sencillo y, en Vitoria, los malienses están dispuestos a dormir en la calle durante el tiempo que haga falta porque saben que, al menos, cada mañana sale un policía de la comisaría y un puñado de ellos consigue la ansiada primera cita. “Hay noches que hace frío y cuando llueve, el agua se mete dentro (de los soportales) y no podemos dormir”, explica Mamadu, un joven espigado de 24 años ataviado con una gorra en la que se lee la palabra París. No son los únicos que duermen en la calle en Vitoria. Las instituciones calculan que puede haber cerca de 60 malienses buscando resguardo en distintos puntos de la ciudad.

Malí lleva en guerra desde 2012, cuando fuerzas rebeldes y grupos yihadistas se levantaron contra el Gobierno. El conflicto —que se ha recrudecido en los últimos años— ha causado miles de muertes y ha disparado el número de personas que buscan refugio en otra parte. De hecho, en 2024 Malí se convirtió en el principal país de origen de la emigración africana hacia España. Muchos de esos malienses huyen primero por Mauritania. Es el caso de Soleil, de 34 años. Vivía en un pueblo del norte de Malí que fue saqueado por los yihadistas. Soleil trabajó de fontanero en Mauritania hasta que reunió el dinero suficiente para poder cruzar en patera a Andalucía desde Marruecos. “Si no tienes papeles, es muy difícil trabajar”, relata. Ahora vive en un centro de acogida en Logroño y ha venido a visitar a los amigos con los que hasta hace poco compartía penurias en los soportales frente a la comisaría de Vitoria. Soleil consiguió cita, la puerta de entrada al sistema de acogida en España. En ese primer encuentro, la Policía les entrega un papel que certifica que han manifestado su voluntad de solicitar asilo, lo que les permite acceder al itinerario de acogida que coordina la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).

Como en el caso de Soleil, desde julio el Gobierno central —el competente en materia de asilo— ha trasladado a centros repartidos por toda España a 400 personas, muchos de ellos malienses, que habían solicitado asilo en Euskadi y para los que se ha buscado plaza en la red de acogida que el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones tiene en comunidades limítrofes, pero también en Cádiz, Alicante o Madrid. “No estamos con los brazos cruzados”, ha afirmado la delegada del Gobierno en Euskadi, Marisol Garmendia, en una entrevista en la Cadena SER. La semana pasada varios grupos fueron trasladados a Cantabria y Navarra, y esta semana está previsto que otro lo haga a Barcelona. Pero a medida que salen personas hacia los centros, otras llegan a la ciudad, y el campamento improvisado frente a la comisaría sigue ahí instalado. “Lo que tenemos que hacer es dar citas con más celeridad en la Policía Nacional y trabajar en colaboración con los recursos que también tiene el Gobierno vasco para hacer esos traslados”. El Gobierno vasco cuenta con dos centros en Oñati y Tolosa (ambos en Gipuzkoa), gestionados por Zehar Errefuxiatuekin, que están llenos y suman 140 plazas en los que se acomoda a solicitantes de asilo de forma provisional antes de trasladarlos a plazas de la red estatal de acogida. Además, a principios de agosto se habilitó un recurso de la Diputación de Gipuzkoa junto al santuario de Aranzazu (en Oñati) para acoger a medio centenar de malienses que vivían en las calles de San Sebastián.

El Gobierno vasco no tiene intención de abrir más espacios. “No es un problema de falta de plazas de acogida”, dice el director de Acogida e Integración de las Personas Inmigrantes del Gobierno vasco, Ignacio Fariña, quien señala que hay plazas libres en centros de la red estatal de acogida en otras comunidades —así se lo ha comunicado el Ministerio de Inclusión, afirma—, pero lamenta que los traslados no se estén produciendo a “la velocidad que sería necesaria para descongestionar la situación que vivimos en Vitoria”. La delegada del Gobierno en Euskadi, por su parte, explica que no es tan sencillo: hay plazas que aparentemente pueden estar libres, pero están reservadas para determinados perfiles vulnerables. “Lo estamos solucionando poco a poco, se está trasladando a los malienses que están en la calle”, manifiesta. En todo caso, el Gobierno central se ha propuesto mitigar la escasez de plazas que hay en Euskadi para los solicitantes de asilo y prepara para 2026 la apertura, en el barrio de Arana de Vitoria, de un centro de acogida de protección internacional para 350 personas. “Hoy son malienses, pero, dada la situación de guerras y hambruna en el continente africano, pueden ser de otros orígenes y creo que cada día se hace más necesario un equipamiento como el de Arana”, defiende la representante del Ejecutivo central en Euskadi.
Mientras tanto, la vida sigue frente a la comisaría. Sangare Souleymane, presidente de la Asociación de Marfileños de Álava, se ha convertido en uno de los principales contactos entre los malienses y las instituciones y anda resolviendo todo tipo de dudas. Las educadoras sociales del Ayuntamiento de Vitoria también se pasan por aquí y reparten turnos para ducharse en polideportivos de la ciudad. El Banco de Alimentos está colaborando y un restaurante del polígono industrial cercano ha cedido la cocina a voluntarios que están repartiendo tápers en diferentes localizaciones de la ciudad. Algunos vecinos les traen chocolate caliente —las noches son frías en Vitoria—, agua o mantas. Y los políticos que siembran el odio en la ciudad han estado de vacaciones en agosto.

“En mi país tenía un trabajo honorable, era profesor en un colegio, pero mira cómo vivo ahora”, dice Gaoussoui señalando con la mirada hacia la hilera de mantas, mochilas y colchones que tiene al lado. Gaoussoui pasó por comisaría hace más de una semana, pero todavía no ha sido trasladado a un centro. “Pedimos que los expedientes se tramiten lo antes posible y tengamos permiso para trabajar, queremos ganarnos la vida como todo el mundo”. El pasado domingo cumplió 43 años en unos soportales a la intemperie.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.