El Ayuntamiento de León se pone duro contra las despedidas de soltero
El Consistorio aprueba una ordenanza para reducir el alboroto y posibles festejos que “alteren la convivencia o el decoro”, dice el alcalde
“Se prohíbe vestir y portar ropa o complementos que supongan una representación de los órganos sexuales del ser humano” o, como lo resume un señor por las calles de León: “Creo que van a prohibir llevar pollas en la cabeza”. El Ayuntamiento (PSOE) ha prohibido mediante ordenanza municipal aquellos hábitos relacionados con las despedidas de soltero, una tendencia creciente en la ciudad. La normativa impide esas costumbres relacionadas con la desnudez, obscenidades varias, la exhibición de adornos o elementos sexuales, o disfraces potencialmente ofensivos. La medida despierta diversos pareceres según el sector, entre quienes defienden los festejos y su impacto económico o quienes apelan por el “turismo de calidad”.
El contenido del mandato municipal se somete a una encuesta empírica a pie de calle con cuatro leonesas veinteañeras que han salido de fiesta. Alba Rabanal, Henar del Amo, Candela Piñán y Jimena Barboteo, de entre 19 y 21 años, arrojan un “¡Qué rollo!” al informarles el contenido de la normativa. A continuación se exponen sus reacciones ante cada uno de los puntos que recoge la nueva ordenanza municipal.
Al apartado que se refiere a “transitar o permanecer totalmente desnudo por los espacios o vías públicas o en espacios privados, abiertos y fácilmente visibles”, ellas responden que “no es para tanto” y se carcajean al recordar que “hace poco una chica echó desnudo de su casa a un chico”. Ese chaval no estaría de despedida, pero seguramente acabara soltero la noche. Sobre el punto que alude a “vestir y portar ropa o complementos que supongan una representación de los órganos sexuales”, ellas consideran que “¡es una bobada!, que los lleve quien quiera, es parte de la fiesta”. En los referente a “portar o exhibir muñecos o elementos de carácter sexual” responden, irónicas, que “hay gente que sale con navajas y no pasa nada” y “¡que se lo pasen súper bien! A mí me alegran”. El debate surge con el punto que habla de “disfrazarse con atuendos que atenten contra la dignidad de las personas, las confesiones religiosas o de contenido xenófobo, racista o sexual”; una afirma que “puede ser ofensivo” y otra reflexiona: “Me parece peligroso prohibir que la gente se disfrace de monja o cura o de los jeques árabes”.
Las jóvenes comprenden que esos festejos causan revuelo, pero matizan que “no por estar de despedida tienen que molestar más que otras fiestas”. Las chicas se ríen contando y recordando anécdotas. “Hay cosas que no hacen daño a nadie, hace poco me pidieron que le pintara a uno la calva con un spray”, recuerda una; otra le tiró una tarta a la cara a otro novio; todas sonríen, culpables, porque hace poco “los bomberos sacaron a un chaval de una chimenea a las seis de la mañana”. Como resumen, antes de perderse en la noche: “Hay que disfrutar desde el respeto, los porteros pueden echarlos, pero el Ayuntamiento… no sé yo”. El alcalde, José Antonio Diez (PSOE), argumentó así la instrucción y reivindicó un turismo de más categoría: “Nadie prohíbe las despedidas porque no podemos atentar contra derechos y libertades, pero se imponen conductas que no alteren la convivencia o el decoro”. La Universidad de León ha presentado un estudio donde concluye que solo el 18,2% de los visitantes acuden para asistir a una despedida.
La hostelería presenta dos caras según su público potencial. Un portero de una discoteca, que ruega anonimato, recalca que allí no admiten esa clase de eventos, salvo que sean “educados”, pero que en cuanto se despelotan los echan a la calle. “¿Cómo lo controlamos? Si no están muy mamados, entran, aunque a veces van muy desfasados y molestan a los demás”, explica. Dos policías de patrulla nocturna reconocen que “en los meses cálidos hay muchas y alguna se complica”.
En El Soportal, garito de moda y reunión muy del gusto de futuros maridos y esposas y sus esbirros, han visto de todo. El DJ, Heri García, de 25 años, sufre ante la mesa de mezclas cuando esos grupos invaden el local tras mezclar ellos demasiados brebajes. “Molestan más que la media, vienen en modo desfase y creen que trabajas para ellos, esto no es una contratación de una boda, sino un bar”, suspira el empleado, a quien meter “el himno del Atleti” por capricho del novio le rompe la sesión donde reina el reggaeton viejo o Quevedo y Juan Magán se cuelan entre El Farsante o Bad Gyal. Las camareras, Ángela Blanco, de 25 años, y Saray Soto, de 40, admiten que la facturación crece con esos grupos y critican la intervención consistorial. “Vienen a divertirse, dan mucho color mientras no ofendan”, cree Soto, aunque Blanco admite que “a veces están muy pasados y hay clientes que no entran si hay una despedida”; además, “los más molestos son los chicos de grupos grandes”. Depende del talante, coinciden. Soto, 17 años en la noche, indica que antes eran “cuatro o cinco de fiesta con camisetas” y ahora son mayores números, “de otras comunidades”, pero que “dejan dinero en comer, taxis, copas…”.
Ahí está el asunto. El dinero. Cada parte esgrime su dimensión de las despedidas. Para unos, suponen un amplio gasto en cubatas, comilonas, transporte y contingencias varias derivadas de tal jolgorio. Para otros, no es “turismo de calidad” y perjudican a León. Así lo cree Jesús González, de 61 años, al frente del bar La Trébede, donde varios carteles advierten al prójimo: “No atendemos despedidas de solter@”. Dentro, otro rótulo: “No atendemos despedidas de solter@ ni personas que alteren el orden del local”. El hostelero incide en que “si no molestan, bien, pero a la primera voz los echo”. Se prodiga: “A mí que me entre una tía con una polla en la cabeza, pues no”. Su público es otro, más familiar, como para aceptar zarandajas: “Es una mierda, vamos, no es turismo de calidad, desde el covid la gente quiere desfasar más”. “Como la gente viene de fuera y aquí no los conocen, se desinhiben, ha cambiado el chip”, remata.
Más división de pareceres entre los alumnos de un máster que disfrutan de la noche leonesa y comen uvas, con unas campanadas anteriores en el móvil, para despedir el año lectivo. La mayoría defiende las despedidas por su impacto económico y el divertimento, pero uno, que vivió en Salamanca, cuna del saber y del frenesí universitario, recela: “Están siempre tocando las narices en las terrazas y discotecas, no me gustan pero no las prohibiría”. José Manuel Mures, de 61 años, se recoge pasada la medianoche y, desde el respeto a que los casaderos disfruten con sus compinches, plantea un dilema: “Es triste que tengas que irte a otro lado para desmadrar. ¿Una despedida es hacer el gamba 100%?”.
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