Una Valencia sumida en el trauma lucha por volver a la normalidad
La ciudad afronta su primer lunes laborable tras la dana con los colegios cerrados y atascos de horas en los accesos. Muchos trabajadores residentes en los municipios de la zona arrasada han tenido que llegar a pie a la capital autonómica
Sandra, una inmigrante colombiana que vive en el arrasado municipio de Sedaví (Valencia), se ha despertado esta mañana de lunes a las 7.00, se ha calzado las botas y se ha echado a caminar sobre el barro. Casi una hora después ha alcanzado al barrio valenciano de La Torre, para cruzar después el puente sobre el río Turia, la frontera que separa la devastación causada por la dana de la aparente normalidad de la ciudad. “Esto es otro mundo”, dice Sandra ya subida a un autobús de la la línea L9, mirando unas calles limpias, sin coches en las vías ni muertos en los garajes. Todavía le faltan 30 minutos de trayecto hasta la Estación del Nord, en el centro. Después, otros 30 minutos a pie y habrá llegado a su puesto de trabajo. “¿Que por qué no me he quedado en casa hoy?”, dice amagando la risa. “No tengo papeles, cobro en negro y trabajo cuidando a gente mayor. Tengo dos hijos. No hay alternativa. Si no voy, no cobraré. Mi pueblo está destruido”, explica desde un autobús repleto de otros pies manchados de barro en una mañana marcada por las kilométricas retenciones en algunos accesos a la ciudad.
La ciudad de Valencia ha amanecido en su primer lunes laborable tras el shock de la dana con la voluntad de recuperar “la sensación de normalidad”, como dijo la alcaldesa, María José Catalá (PP), el pasado sábado. Pero ya en los primeros rayos de sol la voluntad se ha topado con la realidad. Pese a la llamada generalizada al teletrabajo y el cierre de colegios para evitar saturar aún más las carreteras, los accesos a la ciudad se han colapsado desde primera hora, con seis carreteras que sumaban 30 kilómetros de retenciones. Entre ellas, la V-30, que bordea el río Turia a su paso por La Torre, el barrio valenciano que quedó destrozado y donde fallecieron al menos ocho personas.
El trajín de gente que cruzaba el puente de un lado a otro esta mañana mostraba las dos realidades paralelas que convergen en la tercera ciudad de España. Desde el lado de La Torre, donde prácticamente ningún comercio abría la persiana, centenares de personas desfilaban para ir a trabajar al centro de la ciudad. Muchos iban con mascarilla, su protección frente el fuerte olor a basura que se acumula, y se la quitaban nada más alcanzar el otro lado, donde los efectos del desbordamiento del río apenas se notaron. Desde ese costado, decenas de estudiantes, la mayoría universitarios pero también de instituto, aprovechaban la suspensión de clases generalizada este lunes para colaborar en la limpieza de ese barrio obrero.
Mauricio Barrios, de 26 años y asesor financiero, cruzaba a las 8.30 el puente desde el lado La Torre con unos elegantes zapatos de punta, inevitablemente manchados. Al igual que Sandra, se ha levantado aún a oscuras para venir a pie desde la zona cero de la destrucción, en su caso desde el pueblo de Picanya. “He tardado 45 minutos. Ni he mirado alternativa de transporte, he preferido salir y caminar directamente. Mi jefe me espera en coche en una rotonda, aquí cerca, para acompañarme al centro de la ciudad. Voy a trabajar”. Barrios, explica, ha preferido no teletrabajar porque, dice, aprovechará el trayecto a la capital para cargar la cesta con alimentos. “En mi pueblo, poca cosa hay”, lamenta.
La alcaldesa Català anunció el sábado una movilización de 2.400 efectivos para tratar de “recuperar la sensación de normalidad lo antes posible”. El servicio de autobuses ha sido reforzado para cubrir las necesidades de desplazamiento de miles de trabajadores tras el cierre del metro, inundado. Diversos usuarios consultados confirmaban que la frecuencia hoy era más alta. El servicio de autobús desde otros municipios metropolitanos, donde las carreteras ya han sido suficientemente despejadas, también ha sido reforzados. Rocío Sobral, de 49 años, y Sandra Cuesta, de 35, dos trabajadores de un hotel en la Avenida del Port, han conseguido llegar a tiempo desde Aldaia, también muy afectada, tras coger un autobús a las 7.00. “Se ha notado el refuerzo porque hemos encontrado dos autobuses que salían prácticamente a la misma hora”, constatan.
Solo una hora después, a las 8.00, algunas de las principales avenidas, como la del Cid, sí empezaba a congestionarse. Había muchos trabajadores que no habían tenido opción de desplazarse con otro medio. Como la joven Marian Arnau, que para evitar retenciones se ha levantado a las seis de la mañana y ha salido desde el agrícola y anegado pueblo de Godelleta con su furgoneta cargada de cítricos. “He sido prudente, tenía que abrir el puesto a tiempo y he ido una hora antes”, cuenta desde una parada del céntrico Mercat de Russafa. Arnau coge unas naranjas y las extiende con sus manos. “Mira, están todas marcadas, nos cayó una enorme pedregá. Hay terrenos anegados”.
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