Opulencia, miseria y muerte en el ‘Insignia’: el drama migratorio a bordo de un crucero de lujo
Turistas y trabajadores relatan el rescate de un cayuco rumbo a Canarias en el que murieron seis personas
Centenares de turistas pusieron pie en la tierra firme del Puerto de Santa Cruz de Tenerife poco después de las 8 de la mañana de este viernes. Algunos echaron a andar por el dique hacia la ciudad, otros se subieron a una guagua que los llevaría a una de las atracciones de la isla. Al irse, todos ellos dejaron a su derecha media docena de carpas en las que la Cruz Roja atendía a casi todos los 64 ciudadanos subsaharianos con los que durante dos días compartieron la exclusiva moqueta del trasatlántico Insignia tras un dramático rescate nocturno. Para los primeros, tras una visita exprés a Tenerife, el siguiente destino es Lisboa y, finalmente, Nueva York; el de los segundos sigue siendo una incógnita.
El lujo de permitirse pasar seis meses de vacaciones a bordo de un crucero desde 40.000 hasta 150.000 dólares por camarote se topó este jueves en pleno océano Atlántico con otra de las incesantes tragedias de la ruta canaria. El Insignia, un imponente buque de 181 metros de eslora, rescató a las 00.31 del jueves a 64 subsaharianos—entre ellos tres niños de entre siete y nueve años y una embarazada de pocas semanas de gestación— y los cadáveres de otras tres. Todo, bajo la atenta mirada de unos 300 turistas, en su mayoría estadounidenses y mexicanos, que llevan desde enero embarcados en una exclusiva vuelta al mundo. “Llevamos cinco meses casi de travesía en una burbuja de felicidad”, resume la mexicana Gila Padilla ya en tierra firme. “Y, de repente, te topas con la triste realidad”.
El cayuco llevaba unos 20 días de travesía, según ha calculado a pie de muelle Marcela Posca, del Servicio de Urgencias Canario. Fue avistado a la deriva en la tarde del miércoles por el petrolero Philipp Oldendorff a unos 815 kilómetros al sur de Tenerife. La tripulación del buque, de 254 metros de eslora, no pudo izar a bordo a los náufragos y el Centro de Salvamento Marítimo de Tenerife procedió a alertar al Insignia, que viajaba desde Cabo Verde a Tenerife. “Hemos estado por todo el mundo: Hawaii, Polinesia, Nueva Zelanda, Japón, África... Es un sueño...”, rememora Pepe, mexicano de Monterrey en la cincuentena, que pagó 90.000 dólares por su billete (sin contar el dinero de bolsillo que gasta en cada escala). “Es un barco muy lujoso, muy bonito... Casi todos son jubilados yanquis, eso es lo único malo...”, bromea.
Y así, a las siete de la tarde del miércoles se alteró la rutina de los cruceristas. “En megafonía”, prosigue Pepe su relato, “nos avisaron que se iba a proceder a una operación de rescate. En seguida empezaron los rumores a bordo: que si se trataba de inmigrantes, que si podía ser un yate que se había averiado... No sabíamos nada”.
A las 21.20, el barco llegó a la localización proporcionada por el petrolero. “Fue un momento dramático”, relata Lea, estadounidense procedente de Pensacola, Florida, que habla con ojos vidriosos. “Hacía muy mala mar, con mucho oleaje. Desde arriba pudimos ver cómo lanzaron unos cabos y acercaron la barca. En cuanto la tripulación los atrajo al costado, todos se pusieron nerviosos y quisieron subir a la vez”. Esta situación, suelen relatar los equipos de Salvamento Marítimo, constituye el momento más delicado de la operación de rescate, y puede desembocar en tragedias.
La mala mar de ese día impidió de hecho, según explicó Salvamento Marítimo, que la tripulación del Insignia pudiese izar dos de los cuerpos, que se quedaron a la deriva en el cayuco, no sin antes acoplarles un dispositivo de localización para su rescate posterior. Con ese objetivo partió la Guardamar Urania desde la isla de El Hierro. A las 22.40 del jueves, sin embargo, el equipo recibió la orden de abortar la operación tras varias horas de infructuosa búsqueda.
Casi un día antes, a las 00.31 del mismo jueves, los marineros del Insignia habían logrado culminar el rescate de los migrantes, procedentes de Mali, Senegal, Burkina Faso o Gambia. Todo, bajo la atenta mirada del pasaje. Y la de sus móviles. “Se veía desde la cubierta que estaban desesperados y en muy mal estado de salud”, relata Jake, un neoyorquino impaciente acompañado de su mujer y su hija de camino al centro de Santa Cruz. “Incluso se podían distinguir los cadáveres en la barca... Pobre gente”. “Fue un show horrible”, sentencia Padilla. “Tú ahí arriba con todo y viendo a los que realmente les falta de todo”.
Alojamiento en el teatro
Una vez a bordo, se les alojó en el teatro del crucero, explica Pepe. “No los vimos en ningún momento. La plantilla hasta instaló una especie de mamparas para delimitar la zona”. Coincide Lea: “No tuvimos ninguna interacción con ellos. Los subieron en unos ascensores distintos a los nuestros”. Rajiv (nombre falso) es un joven hindú que trabaja de camarero a bordo del crucero. “Le servimos agua y comida”, relata nervioso en la Plaza de España de Santa Cruz, saltándose la prohibición de la empresa de hablar de lo sucedido. “Estaban muy débiles, apenas hablaban entre sí. Pero estaban en calma”.
Durante la tarde del jueves, el capitán del crucero explicó a Salvamento Marítimo que la mayoría de las personas rescatadas se recuperaban bien en el buque y comían y bebían agua por su cuenta. Preocupaba, sin embargo, el estado de dos, ambos con signos de deshidratación. Uno de ellos fue evacuado nada más tocar tierra junto con otros dos migrantes, entre ellos la mujer embarazada, que se encuentra bien de salud. Para el segundo de ellos se solicitó un traslado urgente en helicóptero. No llegó a tiempo.
Según Posca, del SUC, a los migrantes “se les ve débiles y tardarán algo de tiempo en recuperarse”. A muchos de ellos, de hecho, se les ve caminar tambaleantes por la terminal de cruceros, siempre acompañados del personal de la Cruz Roja. “Afortunadamente, haber estado en el barco ha ayudado a su recuperación. Si no, la situación habría sido diferente”.
“Cuando los salvaron”, retoma Lea, “se apoderó de todos nosotros un fuerte sentimiento de empatía. Creo que todos nos sentimos mal por lo que presenciamos, muy tristes”. La plantilla del barco, relata Pepe, organizó una colecta de dinero y de ropa y calzado. “Les di la mitad de mi equipaje... ¿Qué más da? Soy un privilegiado: a mí me sobra de todo”.
“Veníamos justo de África”, concluye Gila Padilla. “Toda la costa occidental es tristísima: sucia, con muchísima miseria. Sales de allí un poco con el corazón apachurrado, pero cuando ves esto te das cuenta de por qué arriesgan la vida. Y resulta terrible pensar que llegan a un lugar donde no saben si van a ser bien recibidos o no”.
Eso, cuando logran llegar. Es la mañana del viernes, y el trasiego de cruceristas es incesante, rumbo a otro día de asueto en los principales centros turísticos del mundo. Ocupan buena parte del dique, hasta que se tienen que hacer a un lado para dar paso a una procesión de furgonetas oscuras custodiadas por la policía. Son las de los servicios funerarios, que trasladan al Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Santa Cruz de Tenerife los cuatro cadáveres de las últimas personas que no lograron alcanzar su sueño europeo. “En casa he leído mucho sobre la migración de África a Canarias. También de la nuestra, tratando de cruzar a los Estados Unidos”, lamenta Padilla. “Pero otra cosa muy distinta es verla con tus ojos”.
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