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El narco en el Estrecho durante la era pos-OCON: atomización de clanes, mercancía barata y “descerebrados” al timón

Tras la desaparición del mando de la Guardia Civil un nuevo ecosistema se afianza en el Campo de Gibraltar mediante clanes desconocidos hasta ahora

Agentes de la Guardia Civil trasladan este lunes a los juzgados de Barbate (Cádiz) a uno de los ocho detenidos por la muerte de dos guardias civiles a los que arrollaron con una narcolancha en la localidad gaditana de Barbate el pasado viernes.Foto: ROMÁN RÍOS (EFE) | Vídeo: EPV
Jesús A. Cañas

Kiko El Cabra, —Francisco Javier M. P., para más señas—, el principal investigado por la muerte de dos guardias civiles, cuya zódiac fue pasada por encima con una narcolancha de 12 metros de eslora, el viernes en el puerto de Barbate (Cádiz), es aficionado a consumir cocaína mientras maneja estas potentes embarcaciones. “Así de descerebrado es”, asegura una fuente del narco que le conoce bien. Iniciado en el contrabando de tabaco, piloto mediocre y suplente de los grandes; es tan impulsivo que se vuelve poco fiable hasta para los suyos. El perfil del linense de 46 años —con un rosario de antecedentes a sus espaldas— define bien la nueva era en el narcotráfico del Estrecho, después de que la Guardia Civil desmantelase OCON Sur (Organismo de Coordinación de Operaciones contra el Narcotráfico), la unidad que luchaba contra el negocio: clanes atomizados, mercancía barata y nuevos actores con menos escrúpulos.

“El día que se lo cargaron, abrieron botellas de champán”, explica la misma fuente cercana al mundillo, en referencia a esa decisión tomada en septiembre de 2022. Al poco tiempo, comenzaron a notarse los efectos. El más obvio fue informativo: descendió el número de notas de prensa con operaciones espectaculares. El más preocupante llegó un año después, cuando la Fiscalía Antidroga de Andalucía confirmó en su memoria anual el descenso de la incautación del “50% del hachís” en 2022 y lo achacó a “una menor presión policial” por su desaparición. La memoria también recoge una caída de las causas por tráfico de drogas en ese mismo año en la provincia de Cádiz a 912, frente a las 1.038 de 2021 (un 12,14% menos) y las 1.353 de 2020, año fuerte de OCON.

Sin embargo, el Ministerio del Interior ha recordado este lunes que el Plan Especial de Seguridad del Campo de Gibraltar sigue vigente hasta 2025 y que OCON se disolvió por una decisión de la Guardia Civil “para integrar a sus integrantes en las unidades territoriales de Policía Judicial en el ámbito de aplicación del plan”. También han recordado que desde el verano de 2018 hasta ahora, el despliegue policial suma 22.207 operaciones policiales y 1.452 toneladas de hachís intervenidas. Pero las cifras aportadas en sumatorio total de años desde el inicio del plan y englobando ya distintas provincias andaluzas —desde el inicio el plan ha crecido en extensión— complican establecer comparativas y evoluciones temporales en los años, como sí ocurre en los datos aportados por la Fiscalía Antidroga de Andalucía.

Hasta que OCON Sur comenzó a dar palos en el Estrecho, el narcotráfico estaba repartido entre dos grandes bandas: Abdellah El Haj Sadek el Menbri, el Messi del hachís, dominaba la zona de Algeciras; y los hermanos Antonio e Isco Tejón, Los Castañas, controlaban la zona de La Línea de la Concepción. Ambos consiguieron aglutinar bajo sus alas a multitud de pequeños clanes familiares o collas que funcionaban de forma más o menos interrelacionada. La unidad de la Guardia Civil junto a los refuerzos de la Policía Nacional apretaron tan duro que algunos se fugaron a Marruecos, donde se cree que está el Messi o Kiko El Fuerte y otros acabaron detenidos y con serios problemas con la justicia que, por ahora, han ido toreando, como los Tejón.

En el nuevo tablero pos-OCON, Los Castañas siguen estando presentes, asegura esa fuente del submundo, pero han cogido fuerza otros clanes menos conocidos, pero históricos. Es el caso de la banda de Los Pezpus, un clan marroquí con residencia en la Costa del Sol y a quienes podría pertenecer la potente narcolancha que manejaba Kiko el Cabra. Un guardia civil de la zona de La Línea se apoya más en la teoría de que Francisco M. P. estuviese organizando el porte de droga por sus propios medios, asociado a otros traficantes menores, una técnica de inversión que llaman “la bolsa”. Aunque lo que está claro, afirma esta fuente, es que “la lancha no es suya, él no tiene ese poder”.

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La nueva historia del hachís se escribe con otros nombres propios, como El AMG, Noe y Wachi, Shilida, El Tapi o el Clan de Merino o de Los futbolistas, estos últimos conocidos por sus enredos judiciales con el tráfico de drogas y el blanqueo. La mayoría actúa por las costas españolas, desde Huelva hasta Almería, pero hay otros como Los Burrakian o el clan de El Paco “que no salen de Marruecos”, explica esta misma fuente cercana al narco.

Entre todos han creado un nuevo ecosistema en el que la droga no es tan valiosa como antes. El menor impacto del cerco policial ha supuesto más movimiento de mercancía y la bajada de los beneficios. “Ahora los márgenes de beneficio por kilo de hachís son de apenas centenares de euros. La inversión no compensa con el riesgo. Solo poner una narcolancha en el mar vale 60.000 euros”, apunta esa misma persona. Y sin tanta ganancia, los nuevos trabajadores del narco no son ni tan expertos, ni tan apreciados. El plantel de detenidos en el asesinato lo confirma: salvo El Cabra, la mayoría son chavales que rondan la veintena. “Niñatos que no tienen ni idea y que son impulsivos”, añade la fuente.

“Piloto de quinta categoría”

El Cabra es, de hecho, “un piloto de quinta categoría”, como le define un guardia civil de La Línea, que le conoce de “cuando empezó en el contrabando cuando era un adolescente”. De ahí, saltó al hachís en motos de agua, pero su fama de impulsivo le perseguía tanto que hay organizaciones que no le querían. “Es un sonao, un basura, pero es que hay escasez de pilotos”, apunta el agente. Al otro lado, desde los fueros del hachís lo confirman con una pregunta: “¿Hoy en día quién se va a meter con precios por los suelos, que tardan en pagar y encima que te tienes que tirar un mes entero en el mar?”.

Porque la impronta de las etapas más duras del cerco policial aún sigue entre los traficantes, en formas de proceder alteradas. La declaración de las narcolanchas como género prohibido hizo que ahora estas rara vez regresen a la costa, buena parte de su vida útil transcurre en alta mar, pilotadas por una tripulación a la que abastecen de gasolina y víveres los petaqueros, nuevos actores invitados a la fiesta. Tampoco se mueve tanta mercancía por La Línea o Algeciras, sino que el negocio se ha dispersado a lo largo de toda la costa andaluza y de puntos calientes del pasado que han cogido fuerza, como el Guadalquivir o Sancti Petri (entre Chiclana y San Fernando).

Ahora queda por saber cuál será la consecuencia del crimen de Barbate. Por ahora, en el narco aprietan las filas e intentan no hacer ruido. Pero la calma es tensa. El domingo, un ceutí acabó en el hospital herido de bala en la pierna, aunque se desconoce si el suceso tiene relación directa con el suceso de Barbate. Quizás nunca se sepa. Dependerá de si se respeta el toque de queda en el narco. “A los fuertes esto no les gusta, pero con las nuevas generaciones pasa lo que pasa”, desliza el guardia de La Línea.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.
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