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48 horas confinados por las llamas

Una familia canaria relata su experiencia encerrada en su casa del monte de La Esperanza ante el avance del incendio que arrasa la isla de Tenerife

Mariel Delgado
Teófilo Alejandro y su madre María Vitalina en su casa durante el confinamiento en La Esperanza (El Rosario) por el incendio de Tenerife.
Teófilo Alejandro y su madre María Vitalina en su casa durante el confinamiento en La Esperanza (El Rosario) por el incendio de Tenerife.RAFA AVERO

Los ojos de Teófilo se entristecen cuando miran hacia el horizonte. Desde la azotea de su casa se observan varias columnas de humo que se desprenden de las montañas. El monte de La Esperanza –situado en el noreste de la isla de Tenerife– es una de las zonas más castigadas por el hambriento incendio, que ha carbonizado 11.612 hectáreas. En una de las callecitas que bajan por la llanura donde se erige esta entidad se encuentra el hogar de Teófilo, una casa de color rojo mate donde han permanecido confinados durante dos días enteros él y su familia.

El jueves de madrugada todos recibieron un mensaje en el teléfono móvil de alerta del gobierno canario en el que se comunicaba el confinamiento de La Esperanza (3.400 habitantes). “Las personas deberán permanecer en sus domicilios o lugares interiores [...] sin realizar actividades al aire libre”, decía la alerta. Teófilo se encontraba en ese momento en casa de sus padres con su mujer y sus dos hijos, de 18 y 12 años.

Pasaron todo el día en vilo, sin despegarse de la televisión para estar informados sobre cómo iba avanzando el incendio, que ha afectado a un total de 11 municipios. “Solo podíamos salir a comprar el pan”, dice Teófilo, profesor de 48 años. Lo primero que comentaron es que la situación les recordaba un poco al encierro hace unos años por la pandemia de covid. El Rosario fue confinado para no entorpecer las labores de extinción ya que se localiza en una zona donde pasaban constantemente los vehículos de bomberos que se dirigían a apagar el incendio. También se han realizado evacuaciones en otros municipios como medida preventiva por la mala calidad del aire a consecuencia de la proximidad de las llamas.

“Desde aquí [la azotea] se veía todo lleno de fuego, todo se prendió”, relata Teófilo mientras señala con el dedo las montañas que se ven desde su casa, detrás de las cuales se encuentra el Valle de Güímar y Arafo, donde empezó el peor incendio que ha vivido Canarias en los últimos 40 años. Aunque para el profesor el fuego no es ninguna novedad. Él mismo participó en la extinción de un incendio que ocurrió en los años 90, según cuenta. “Si se mete en Tacoronte sería complicado sacarlo”, vaticina el profesor. Precisamente en la mañana del sábado el fuego se aproximó peligrosamente a ese municipio y obligó a desalojar a algunos de sus vecinos.

La Esperanza se convirtió durante los dos días de confinamiento en un pueblo fantasma. No se veía ni un alma por la calle. Todos los negocios tenían las persianas bajadas. Teófilo explica que El Rosario –municipio al que pertenece el núcleo urbano– vive principalmente de la ganadería y la agricultura. Se localiza en una llanura que se extiende desde la montaña hasta el mar y se divide en tres zonas: la alta (donde se encuentra La Esperanza), la media y la baja. En el jardín de la familia Jorge Alonso se cultivan patatas y frutales, como higueras y nogales. Unas cuantas gallinas corretean cerca del huerto, que abarca casi toda la superficie del jardín. Mientras, los aviones anfibio sobrevuelan la zona. Recargan agua en el mar, pasan por encima de las casas de La Esperanza y se pierden en el horizonte.

Teófilo y su familia echan la tarde jugando a la baraja, dominó y parchís. Los niños, cuenta el profesor, son los que mejor están llevando la situación. “Si se quedaran sin redes sociales o sin electricidad se mueren”, dice entre risas su padre. A él y a su mujer les ha sentado peor el cambio de rutina y viven con nerviosismo cada novedad del incendio. Ahora en verano suelen dar paseos por el monte, otras veces van a la playa y los fines de semana salen a comer a un guachinche –restaurante típico del norte de Tenerife de comida tradicional– con sus amigos. “Es una época de encuentros”, resume. Su madre, María Vitalina, de 65 años, se pasea por la casa vestida con una pamela, unas mallas y una camiseta, y con los labios pintados de rosa.

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–¿Sabes que yo conozco a la reina Leticia?

María muestra con orgullo una fotografía donde aparecen ella y la reina. “Es en Barcelona. Espera, que tengo más fotos” y se marcha corriendo a por ellas. Ella es La mujer pinochera de La Esperanza, según la definió un periódico local. Anteriormente, se recogía la pinocha –acumulación de hojas secas de pino– del bosque para cubrir el terreno de los cultivos de plátanos y papas y evitar así la humedad. “Lo bueno es que el pino canario se regenera ”, dice aliviado su hijo. Por la noche, el olor a humo es más fuerte, a pesar de que las temperaturas son más bajas y de vez en cuando corre una brisa de aire fresco.

El viernes reinaba cierta esperanza entre los tinerfeños de recibir buenas noticias, después de que el operativo que lucha contra el fuego sacara algún fruto en las labores de extinción. Pero por la noche todo se complicó. “La realidad ha superado las expectativas”, decía el presidente canario Fernando Clavijo en la mañana del sábado. La rapidez con la que se habían propagado las llamas y las condiciones meteorológicas adversas y la orografía del terreno han complicado considerablemente el control de las mismas.

La situación del incendio había empeorado considerablemente. Cuando levantaron el confinamiento en La Esperanza en la noche del viernes, Teófilo se marchó a su casa de Agua García, situada en la zona alta de Tacoronte. Al día siguiente, nada más despertarse, tenía otro mensaje en el móvil que avisaba que se procedía a la evacuación de Tacoronte. Este domingo permanecen desalojados 11 de los 31 municipios de la isla, aunque Tenerife empieza a ver la luz al final del túnel: la mejoría de las condiciones meteorológicas han frenado la expansión del incendio.

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