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El misterio de la tarjeta de la habitación 106 del restaurante Atrio y otras claves de un robo millonario

El juicio ha quedado visto para sentencia pero muchas incógnitas siguen abiertas: ¿Cómo dieron los ladrones con la llave maestra? ¿Dónde están las 45 botellas de vino?

Los acusados del robo del restaurante Atrio durante el juicio.
Patricia Ortega Dolz

La madrugada del 27 de octubre de 2021, por dos veces, alguien trató de acceder a la codiciada bodega del hotel-restaurante Atrio de Cáceres, que guardaba botellas de hasta 350.000 euros. Hubo dos intentos consecutivos, el primero fallido y el segundo exitoso, de abrir la puerta con dos tarjetas magnéticas distintas. Una de esas llaves electrónicas era la de la habitación 106, donde aquella noche se hospedaban unos amigos del cocinero Toño Pérez y del sumiller José Polo, los propietarios del establecimiento. Así lo declaró ante el juez el lunes pasado el recepcionista de noche y así lo atestigua el registro del hotel.

La segunda tarjeta empleada para entrar, minutos más tarde, en la sala de catas —desde la que se accede a la gran cava—, era la llave maestra, la que abre todas las puertas, hasta las de las cajas fuertes. Esta sí desbloqueó la entrada. Un total de 45 botellas de vino, con un precio en carta de 1,6 millones de euros, fueron sustraídas, en el que ya se ha convertido en uno de los grandes robos de la historia de España.

Nueve meses más tarde, el 18 de julio de 2022, el ciudadano rumano-holandés Constantín Dumitru, de 49 años, y su pareja, la exmiss mexicana Priscila Guevara, de 28, eran detenidos cuando cruzaban en su coche la frontera entre Albania y Croacia. Los dos, en prisión desde entonces, se han sentado en el banquillo esta semana acusados de un robo con fuerza por el que la Fiscalía les pide 4,5 años de cárcel. Ambos se han declarado inocentes. Y del vino robado no hay ni rastro.

Según lo declarado por los trabajadores del hotel en el juicio, ambas tarjetas magnéticas estaban en un cajetín semioculto en la recepción, “mezcladas con otras similares para camuflar la llave maestra, siendo imposible saber cuál era, ni siendo empleado del hotel, tienes que trabajar en la recepción para saberlo”, coincidieron. “Esa tarjeta la llevaba yo siempre encima, conmigo, porque hacía una ronda de comprobación por la noche por el hotel y la dejé en su caja sobre las 23.30”, declaró el recepcionista, que trabaja en Atrio desde hace 10 años. Nadie ha sabido explicar cómo los ladrones acertaron con ella, ni por qué primero usaron la tarjeta de la habitación 106, ni por qué estaba en ese cajetín (si es que estaba ahí) la tarjeta de la habitación ocupada aquella noche por unos amigos de los dueños.

En tres sesiones y sin que, “por problemas técnicos”, llegasen a proyectarse las imágenes del robo registradas por las cámaras de seguridad, el juicio quedó visto para sentencia este 1 de marzo. Por la sala de vistas de la Audiencia Provincial de Cáceres desfilaron cerca de una veintena de testigos, entre trabajadores del establecimiento, policías, peritos y uno de los propietarios, el sumiller José Polo, que aseguró no reconocer “al cien por cien” a los acusados, alojados aquella noche en la habitación 107. La pareja se negó a declarar hasta que en el derecho a la última palabra Dumitru se acercó al micrófono y dijo: “Eso me pregunto yo, ¿Dónde están las botellas de vino si yo soy el ladrón?”

El tribunal, presidido por el magistrado Joaquín González Casso, debe valorar ahora si los indicios aportados son suficientes para inculparles y si actuaron solos. La defensa, ejercida por la letrada Sylvia Córdoba, asegura que hay pruebas que “deberían ser anuladas” por no haberse incluido en el sumario las evidencias (los documentos originales), sino “meros pantallazos y extractos de diligencias practicadas”, así como por entender que algunas de ellas “no están suficientemente fundamentadas”. Estos son los puntos clave sobre los que tendrá que definirse el tribunal antes de emitir su sentencia:

La abogada, Sylvia Córdoba y su procuradora, Rocío Crespo, durante la vista oral del juicio de Atrio.
La abogada, Sylvia Córdoba y su procuradora, Rocío Crespo, durante la vista oral del juicio de Atrio.Carlos Criado (Europa Press)

Las imágenes. Son escasos cinco minutos de grabaciones en blanco y negro, no continuas, recogidas por distintas cámaras de seguridad del hotel, con desfase horario, según la policía; y en las que no se aprecia ni la hora ni el día de la grabación. No pudieron ser vistas en el juicio oral “por problemas técnicos”. En ellas se ve a dos personas moverse por las dependencias del hotel, supuestamente la madrugada de autos. El presunto ladrón, tras una llamada de su compañera de habitación a la recepción para pedir algo de comer y presumiblemente distraer así al recepcionista, sale de la habitación 107, en la primera planta. A la 1.32 de la madrugada, pegado a la pared, se dirige hacia la escalera, llevando a la espalda la pequeña mochila que, como único equipaje, portaba la mujer en el momento de registrarse en el hotel la tarde anterior. El hombre, con mascarilla, entra en la recepción, acto seguido se dirige a la sala de catas y hace un primer intento fallido de abrir la puerta a la 1.34. Vuelve a la recepción, regresa a la sala y realiza un segundo intento exitoso a la 1.36. Las imágenes no muestran su entrada en la bodega, pero sí la salida de la misma persona portando dos bolsas de deporte aparentemente pesadas.

Las tarjetas magnéticas del hotel. El recepcionista declaró que llevaba consigo la tarjeta maestra hasta las 23.30, cuando la dejó en su cajetín. Sin embargo, posteriormente dijo que volvió a dejarla en su sitio tras elaborar en la cocina la ensalada que le había pedido de madrugada la cliente de la 107, presuntamente para distraerle mientras su compañero perpetraba el robo. Se entiende que el recepcionista cogió la llave maestra para entrar en la cocina y luego la devolvió a su lugar. Pero, si la tenía mientras preparaba la ensalada, ¿cómo pudo cogerla el ladrón para robar en ese margen de tiempo?

Las intervenciones telefónicas. En una de las imágenes, según la declaración de uno de los investigadores, se ve al ladrón llamar por teléfono justo en el momento en el que casi se topa con el recepcionista. La mujer vuelve a llamar a la recepción después y pide “algo de postre”. El recepcionista vuelve a la cocina para preparar un plato con fruta y se lo sube a la habitación, mientras el ladrón aprovecha para dejar la tarjeta maestra en su lugar. Según la investigación policial, el teléfono con el que se registró la mujer de la 107 recibió una llamada sobre esa hora de la madrugada. Tras la intervención de ambas líneas, comprobaron que los números de ambos móviles estaban a nombre de la misma persona, un tal Daniel Florín Stanley, no registrado en España. La sorpresa vino tras la detención de la pareja en Croacia. Al lanzar la huella dactilar de Dumitru contra los ficheros policiales europeos, “saltó una detención suya por un hecho similar en Portugal en 2008 como Daniel Florin Stanley”, declaró un agente. Dumitru y Florin eran la misma persona.

El ADN. Aunque la limpiadora dijo que entró en la habitación y solo quitó las sábanas y echó productos químicos en el interior del váter hasta que la llamaron para decirle que no continuara con esa limpieza, los agentes de la Policía Científica lograron recuperar algunos restos de células epiteliales en la tapa del retrete “compatibles con el ADN de los acusados y el de una tercera persona desconocida”.

El coche. Desde el mes de abril hay un Mercedes que se asocia a Constantín Dumitru, aunque no es un coche de su propiedad. Le ponen una multa en Madrid, le para la Guardia Civil yendo con su pareja en un control rutinario, y las cámaras de tráfico registran el vehículo horas después del robo en el kilómetro 218 de la N-V en sentido Madrid. Además, consta una conversación de WhatsApp entre Dumitru y su hija en la que le pide que devuelva el vehículo y sus llaves a su propietaria en una calle del centro de Madrid, donde lo encuentra la policía.

Ligeros de equipaje. La cliente de la 107 “solo portaba una pequeña y ligera mochila”, según declaró la directora del hotel. El hombre, que llegó a las 21.00 para cenar con ella, no llevaba equipaje alguno, pese a que salió andando con tres pesadas mochilas a cuestas. ¿Llevaba la chica en la mochila esas otras bolsas en las que presuntamente lograron meter 45 botellas de vino envueltas en toallas?

El valor del vino. Uno de los agravantes en esta causa es el gran valor del material robado. Sin embargo, el magistrado considero “intrascendente” saber cómo se había alcanzado la cifra de 754.000 euros, frente a la de 1,6 millones de euros que costaban en carta. O los 1,2 millones que valoró el enólogo Paco Berciano. Y los 6-7 millones de pesetas (unos 40.000 euros) que dijo que le había costado el lote de gran parte de las botellas robadas a José Polo en una subasta en el año 2000.

Los afectados. Una vez que cobraron la indemnización de más de 754.000 euros, no llegaron a personarse como acusación particular, y solo el sumiller y copropietario, José Polo, ha declarado como testigo. Tras el “traumático” robo, que les ha proporcionado también una publicidad inusitada, han recibido su tercera estrella Michelin, han adquirido otro edificio monumental en la misma céntrica plaza de Cáceres para ampliar el hotel y han creado una fundación cultural.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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