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Abascal presiona a Feijóo para que lo acepte como socio pese a la polémica de Castilla y León

Vox aparca la moción de censura contra Sánchez y ataca al nuevo portavoz de campaña del PP

De izquierda a derecha, el vicepresidente de Castilla y León, Juan García-Gallardo, Santiago Abascal y Rocío Monasterio, con una admiradora que se hace un selfie en la concetración de este sábado en Cibeles. Foto: ANDREA COMAS
Miguel González

Durante la tensa entrevista que Federico Jiménez Losantos le hizo el miércoles a la responsable de Vox en Madrid, Rocío Monasterio, esta no criticó ni una sola vez al presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo. En cambio, atacó repetidamente a Borja Sémper, el nuevo portavoz de campaña de los populares. “El PP de Sémper agacha las orejas y se pliega a lo que le dictan los partidos de izquierda”, aseguró, como si el último fichaje de Feijóo, con menos de dos semanas en el puesto, fuera el jefe del partido.

Vox tiene motivos para estar obsesionado con el nuevo rostro del PP. Sémper es un viejo conocido de Santiago Abascal. Como este, fue miembro de Nuevas Generaciones, concejal y diputado del Parlamento Vasco en los años de plomo, cuando tener carné del PP era convertirse en objetivo de ETA. Pero, al contrario que el presidente de Vox, Sémper nunca ha presumido de ello y, lejos de radicalizarse, apuesta por el respeto y el diálogo con el adversario político.

Sémper y Abascal se aprecian mutuamente —“mi relación personal con Santi está a prueba de bombas”, contestó el primero a preguntas de los periodistas—, pero el segundo sabe que la presencia su antiguo correligionario al lado de Feijóo es un serio obstáculo para su pacto con el PP. “Vox es populista y reaccionario. Eso nos pone a una distancia sideral”, declaraba a EL PAÍS en enero de 2019, un año antes de dejar la política y pasar a la empresa privada, de donde lo ha repescado ahora Feijóo.

Fuentes de Vox atribuyen a Sémper la oferta del PP al PSOE para que, tras las próximas elecciones, gobierne el candidato de la lista más votada aunque no tenga mayoría absoluta ―a pesar de que hace tiempo que Feijóo defiende esta posición―; lo que desactivaría a los grupos minoritarios. Abascal ya ha denunciado lo que califica de “nuevo intento de imponer un cordón sanitario” a Vox, y ha advertido a Feijóo de que podría aplicar la misma fórmula en comunidades autónomas y ayuntamientos en los que el PP no sea el primer partido pero la derecha sume mayoría tras las elecciones de mayo, ofreciendo así en bandeja presidencias autonómicas y alcaldías a la izquierda.

Pese al fiasco de las elecciones andaluzas, en las que el PP obtuvo mayoría absoluta, Vox no ha cambiado de estrategia: su objetivo sigue siendo obligar a Feijóo a aceptarlo como socio indispensable para llegar a La Moncloa, convirtiéndolo en rehén de su apoyo. El escándalo del protocolo fantasma de Castilla y León para ofrecer a las mujeres que quieran abortar escuchar el latido del feto y verlo en una ecografía 4D ha recordado al PP los riesgos de tener semejante compañero de viaje.

Vox subraya que el vicepresidente castellano-leonés, Juan García-Gallardo, no se inventó las medidas que anunció en la rueda de prensa posterior al consejo de gobierno del 12 de enero; insiste en que el protocolo antiabortista fue pactado con el presidente Alfonso Fernández Mañueco y figura expresamente en el comunicado que ese día hizo público la Junta. Lo cierto es que Vox se apuntó un tanto, ya que, en contra de lo que aseguraron ambos partidos, esas medidas no figuraban en el pacto de Gobierno de Castilla y León; en el que solo se hablaba genéricamente de apoyar la natalidad mediante ayudas directas e incentivos fiscales.

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Sin embargo, ante la dimensión que tomó la polémica, desde Génova se obligó a Mañueco a dar marcha atrás y se lanzó un órdago a Vox: “Si se quiere marchar del Gobierno [de Castilla y León] que se marche, es una decisión suya”. Abascal no recogió el guante; lo último que quiere es acabar con el único Gobierno de coalición entre PP y Vox, que debe servir como modelo a nivel nacional.

Quizá no sea ese el único paso atrás que tenga que dar: en la dirección de Vox empieza a calar la idea de que fue un error anunciar, el 9 de diciembre, la presentación de una segunda moción de censura contra Sánchez. Abascal no ha logrado arrastrar a Feijóo con su estrategia, que este considera un “balón de oxígeno” para el presidente del Gobierno; y el mirlo blanco, el candidato independiente capaz suscitar el consenso de toda la derecha, no acaba de aparecer. Ante la tesitura de repetir el fiasco de octubre de 2020, cuando solo obtuvo el respaldo de sus propios diputados, Abascal baraja guardar la moción en un cajón hasta que se olvide. El sábado, en la concentración de Cibeles, no la dio por segura. “Los partidos tienen herramientas y nosotros vamos a intentar utilizarlas y estamos trabajando en ello desde hace semanas”, dijo, al ser preguntado por esa iniciativa parlamentaria.

El tercer error, reconocen algunas fuentes de Vox, fue no apoyar los presupuestos de la Comunidad de Madrid. El argumento de que el PP no admitió a trámite unas enmiendas que habían sido presentadas fuera de plazo parece más propio de leguleyos que de políticos. Ese fue, precisamente, el motivo de la bronca entre Losantos y Monasterio, una querella de familia, ya que el locutor se confesó votante de Vox. Al día siguiente, el portavoz del partido en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, atribuyó la supuesta hostilidad de Losantos a que “muchos medios tienen miedo a que su financiación esté en entredicho”. El sábado, Abascal intentó zanjar el asunto asegurando que políticos y periodistas pueden criticarse recíprocamente y acusó al Gobierno de “intentar comprar a los medios de comunicación con el dinero de todos”. Pero Espinosa no aludía al Ejecutivo de Pedro Sánchez, sino al de Díaz Ayuso.

En el haber de Vox está el éxito de la concentración de Cibeles. Aunque el partido no la convocaba directamente, sí lo hacían su sindicato (Solidaridad) y su fundación (Disenso). Abascal, único líder nacional que acudió, fue recibido en olor de multitudes. Una vez más, Vox protagonizaba una convocatoria en defensa de la Constitución, aunque dicha formación rechace el Estado autonómico y vulnere la libertad de prensa. El manifiesto leído al final del acto llamaba a la unión de “los partidos comprometidos con el orden constitucional y la soberanía indivisible de la nación”. Excluido el PSOE y con Ciudadanos en vías de desaparición, era una invitación al pacto entre PP y Vox que Abascal anhela.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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