Boda de sangre en Torrejón de Ardoz
Familiares y asistentes a la celebración en la localidad madrileña describen lo ocurrido antes y después de que Micael da Silva atropellara a la multitud y dejara cuatro muertos y cuatro heridos, uno crítico
Rubén y Sonia, recién casados el fin de semana pasado a sus 19 años, deberían estar hoy disfrutando de su luna de miel, pero están de luto, de negro riguroso. “Dudaban entre viajar a París o a Canarias”, contaba el viernes Ramón Barrul, el padre de la novia, a las puertas del hospital Gregorio Marañón de Madrid, donde Fernando Romero Bruno, de 41 años, uno de los invitados a la boda, se debate entre la vida y la muerte. Fue una de las ocho personas atropelladas por Micael da Silva, de 37 años y conocido como El Gallego, ya en la madrugada del domingo, a las puertas de El Rancho, el local de Torrejón de Ardoz (Madrid) donde festejaron el enlace. Una boda gitana, con más de 200 invitados, que terminó en una tragedia monumental: cuatro personas (Consuelo Bruno, de 67 años; su hijo Casiano Romero Bruno, de 37; Juan Manuel Romero, de 68; e Iván M. S., de 17) murieron allí mismo, y otros cuatro asistentes resultaron heridos de diversa consideración. Entre ellos, Fernando, hermano de Casiano e hijo también de Consuelo: “Esta mañana nos dijeron que era cuestión de horas, pero ahí sigue, Dios está obrando”, decía Ramón, rodeado de decenas de parientes y amigos que formaban corrillos a las puertas del centro hospitalario madrileño.
La celebración comenzó con un gran banquete en el restaurante, especializado en asados, y habían contratado cantantes y música para alargar la fiesta. “La boda estaba siendo muy bonita”, recuerdan los familiares. “Los novios estaban felices”, relatan, mostrando algunos vídeos en los que se ve a Sonia luciendo un vestido blanco con pedrería y una bata de cola verde esmeralda (la de “la honra”, tras la prueba de virginidad); y a Rubén, con traje y corbata, ambos a hombros de los invitados y bailando jaleados por ellos.
Ya casi rozando la medianoche, apareció en el local Micael da Silva, con dos de sus hijos (de 17 y 15 años) y un sobrino. Se trata de un pariente lejano, primo de un primo de la familia del novio, un desconocido para la mayoría, aseguran. “Pero también se había unido a la celebración otra gente que no estaba invitada al banquete”, cuenta el padre de la novia, que además de tener una gestoría y una empresa de lunas y compraventa de vehículos, es pastor evangelista en el barrio de San Isidro, en el distrito madrileño de Carabanchel, donde vive la familia. El novio vivía con sus padres en el de Villaverde. “Es habitual en nuestras bodas que se sume gente a la fiesta, no pasa nada, siempre que no sea un metepatas como este”, explica Barrul.
Según varios testimonios, Micael da Silva, nacido en Portugal, comenzó a hacer grabaciones con su teléfono móvil, tal y como se lo ve en los vídeos colgados en las redes sociales, “pero empezó a grabar los culos de las mujeres”, “a ponerse copas de botellas de whisky a las que nadie lo había invitado”, y a calentar el ambiente, en general. Fue entonces cuando se enzarzó con uno de los invitados y el padre del novio, al percatarse de la gresca, llamó la atención “a los dos” implicados y les pidió que se fueran y no estropearan el festejo.
Uno de ellos se fue, pero Da Silva, “uno de esos que te sacan 3.000 euros por no darte problemas”, dijo que no se iba de allí. La situación se tensó hasta el punto de que uno de los hijos menores de Da Silva le dio un puñetazo al padre del novio, que aún tiene el ojo morado. Es en ese momento cuando intervino Casiano Romero Bruno, tío de Rubén, que directamente agarró a Da Silva y lo mandó para fuera “con un par de guantazos”. Entonces, se formó un tumulto en el exterior del local. “Unos agarran a unos y otros a otros para detener la pelea y que no vaya a más”, describe el padre de la novia. Aparentemente, señala, Da Silva salió del lugar “humillado”.
Pero a los pocos minutos, y cuando “la gente todavía salía para ver qué pasaba o para comprobar que la bronca había acabado”, el coche de Da Silva, un Toyota Corolla plateado conducido por él y con sus dos hijos y su sobrino en el interior, embistió a toda velocidad a la muchedumbre. Concretamente, se dirigió a por Casiano, el que le había pegado, y a por su madre y su hermano Fernando, y se llevó por delante a otras cinco personas.
“Es una calle cortada y había dejado el coche en el sentido de la salida y sin aparcar, no como los dejamos todos los demás, aparcados en el sentido de entrada; además la gente que se concentró fuera por la pelea no estaba en la carretera, sino en el aparcamiento, tuvo que torcer para atropellarlos”, explican testigos de los hechos. “Si lo piensa más, no le sale”, decía uno de los invitados, que coincide con la principal hipótesis de la Policía: “No es una cuestión de celos, como se ha dicho, ni de relaciones sentimentales previas con la novia, la impresión que da es la de una persona iracunda y rabiosa porque lo han humillado y que usa lo que tiene a su alcance, en ese momento su propio coche, para improvisar una venganza”. Da Silva no ha declarado, ni ante la Policía ni ante el titular del Juzgado de Instrucción 4 de Torrejón de Ardoz, que ordenó su ingreso en prisión provisional comunicada y sin fianza.
“Aquí no hay clanes”
“No conocíamos a ese hombre de nada. Aquí no hay clanes, ni Brunos ni Díaz, ni mi hija había tenido relaciones anteriores con nadie, ni conocíamos a ese asesino, los gitanos no somos tribus ni indios, aquí hay personas que se comportan bien y personas que se comportan mal”, explica Emilia Cortés, la madre de la novia, indignada por la imagen que están dando los medios de comunicación de su hija.
Pasaban las dos de la madrugada del domingo y una hilera de cuerpos muertos y heridos, vestidos con sus mejores galas, rodeaba el aparcamiento de El Rancho, donde se produjo el atropello mortal. “La gente corría, huía sin saber qué pasaba”, “algunos invitados seguían dentro con la fiesta, sin enterarse de nada”. “A medida que salían, el griterío era cada vez mayor”, “unos llamaban por teléfono, otros atendían a los heridos como podían”. Un enorme desconcierto colectivo incapaz de barruntar todavía la enorme tragedia que sellaría el matrimonio.
Da Silva huyó de aquella escena, dejándose por el camino la matrícula del vehículo, el parachoques y algunos cristales. Junto a él seguían sus dos hijos y su sobrino. Fueron interceptados por un vehículo de la Guardia Civil en la urbanización El Quiñón de Seseña (Toledo), donde presuntamente buscaban refugio en casa de un conocido. Trataron de escapar corriendo, pero finalmente el padre y los dos hijos fueron detenidos. Al sobrino, ya localizado, se le ha reclamado para que declare en dependencias policiales. En el coche se encontraron 4.500 euros en metálico. “No parece que corresponda al robo del regalo de los novios [al que se denomina en argot “la manzana”], ni tampoco a un regalo que fuesen a hacerles a los novios, como se ha dicho, puede incluso proceder del trapicheo de droga”, advierten fuentes policiales.
La Policía teme una venganza, que ya anuncian algunos por las redes sociales, y ha extremado la vigilancia en los barrios de las víctimas y del autor del atropello, y mantiene un control en los hospitales en los que hay heridos. “No va a pasar nada”, dice Ramón. “Nosotros no somos los cainitas que quieren pintar, somos gente normal, cristiana, que ahora siente un gran dolor porque el que tenía que haber sido el mejor día de mi hija se ha convertido en el peor”.
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