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Los 11 siglos del Monasterio de Leyre resisten al fuego

El abad y dos monjes han permanecido en la abadía navarra a pesar de la cercanía de un incendio

Amaia Otazu
Monasterio de Leyre (Navarra), ubicado en la sierra del mismo nombre.
Monasterio de Leyre (Navarra), ubicado en la sierra del mismo nombre.PABLO LASAOSA

Ni siquiera el incendio que ha arrasado en las últimas horas la sierra de Leyre ha logrado que los moradores del monasterio del mismo nombre abandonen el lugar. Tres de los 22 monjes benedictinos que lo habitan, entre ellos el abad, Juan Manuel Apesteguía, han permanecido en el lugar a pesar de la amenaza del fuego; el resto fueron trasladados al cercano Castillo de Javier. La abadía está situada a apenas 50 kilómetros de la capital navarra, en la Sierra de Leyre, de la que toma su nombre. Es uno de los monumentos más importantes de Navarra, data del siglo IX y su historia está ligada a la de la Comunidad foral. De hecho, en su interior está el panteón de los primeros Reyes de Navarra, donde reposan los restos de 19 personas. El monasterio, uno de los más antiguos de España y de los pocos que sigue habitado casi de continuo, solo dejó de tener moradores tras la desamortización de Mendizábal, pero desde su restauración, en 1954, siempre ha alojado a monjes.

Un bombero forestal descansa a la sombra de un coche de Policía Foral durante el incendio forestal en la Sierra de Leyre.
Un bombero forestal descansa a la sombra de un coche de Policía Foral durante el incendio forestal en la Sierra de Leyre.PABLO LASAOSA

La situación más preocupante con el incendio se vivió el miércoles a media tarde, cuando el incendió llegó a estar a solo dos kilómetros del conjunto prerrománico. La inquietud, explica el abad, se debía sobre todo a la presencia de humo y a la existencia de tres monjes delicados de salud y con problemas de movilidad. No tanto a la cercanía de las llamas y a su posible afección a la infraestructura, puesto que detalla el pamplonés Apesteguía (59 años), “a estos edificios de piedra es difícil que les afecte el fuego. Así que riesgo objetivo había poco”. Más si cabe porque se trata de un edificio reconstruido con hormigón en su interior. No obstante, matiza, “había preocupación porque nunca sabes si el fuego te puede rodear. Lo poco probable es una cosa y lo imposible es otra”. En cualquier caso, cuando los monjes fueron evacuados, “se fueron tranquilos porque el viento estaba cambiando de dirección. El viento soplaba hacia el otro lado y se notaba en el olfato y en la vista porque ya no había humo”.

En el monasterio tienen experiencia con el fuego. Hace algo más de tres décadas, otro gran incendio llegó hasta el límite de la finca en la que se ubica el monumento: “Éramos todos 30 años más jóvenes y me acuerdo de que se hizo de noche y nos quedamos los monjes con los bomberos. Entre todos empalmamos las mangueras a los camiones. Uno de los vehículos se quedó a echar agua y los otros dos fueron al pantano a por más. Entre veinte monjes, entonces más jóvenes, podíamos mover las mangueras. A mí me tocó estar con la linterna justo con el bombero que echaba el agua a las llamas”. En aquella ocasión, como en esta, todo salió bien: “Gracias a Dios, a las tres de la mañana pudimos volver a casa. Estaba todo el frente de la sierra ardiendo, daba mucha pena, pero nos quedamos con la satisfacción de que pudimos defender el término que nos habían confiado los navarros”.

Juan Manuel Apesteguía, abad del Monasterio de Leyre.
Juan Manuel Apesteguía, abad del Monasterio de Leyre.PABLO LASAOSA

Es la historia de una abadía que, también ahora, sigue haciendo historia: el fuego no ha podido con sus muros y tampoco con su tradición. El Monasterio de Leyre es, junto con el de Silos —de donde procedían los monjes que rehabitaron el recinto— los dos únicos en los que se sigue estudiando y cantando gregoriano. El canto gregoriano es, de hecho, patrimonio cultural de la humanidad y, tal y como defiende Apesteguía, la base de la música actual. De ahí la importancia de mantenerlo.

La comunidad benedictina es más joven que otras de alrededor. De los 22 monjes que la componen, cinco son veinteañeros —el más joven tiene 22— y su conocimiento de las nuevas tecnologías les está ayudando a preservar un trozo del pasado: están transcribiendo los manuscritos a ordenador y adaptándolos a la actualidad. Una labor ardua, pero que supone, dice el abad, un “reto para ellos”. El proyecto es “autóctono, para casa”, pero se sirven de la web para abrirlo al público, a quien invitan a participar con ellos en las misas y actos que realizan a diario. Es algo vivo, reivindica, porque todavía se puede escuchar en directo, en una iglesia del siglo XI y cantado por monjes. Llevan ya cuatro años y el objetivo es que lo que terminen editando sea una “expresión de nuestra cultura”. Saben lo que tienen, concluye, por eso “tenemos que cuidarlo y amejorarlo, como decimos los navarros”.

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