Arnaldo y la tarde de ‘francotiradores’ en el Congreso
Un Congreso semivacío debatió los nombramientos cuando ya se había votado y entre burlas de Vox a Podemos al grito de “sí, se puede”
El hemiciclo del Congreso se vistió este jueves con sus peores galas para recibir el gran acuerdo político entre Gobierno y PP. El debate ya no iba a remover ninguna conciencia, porque empezó cerca de las cuatro de la tarde y el plazo para la votación telemática de los candidatos al Tribunal Constitucional y otras instituciones se había cerrado a la una. Cuando llegó el momento, el salón de plenos estaba semidesierto, con largas hileras de diputados tomando la puerta de salida como señal de protesta, antes y durante la discusión. A nadie le resultó tan indigesto el trago como a los de Unidas Podemos, cuyos escasos parlamentarios hundían la cabeza en los pupitres para protegerse del chorreo de los de Vox: secundados por Ciudadanos, se burlaban de ellos coreando el “sí, se puede”.
El pleno iniciado a las nueve de la mañana fue solo un ruido de fondo. El interés estaba en los pasillos y en la búsqueda de los posibles francotiradores en la votación del controvertido aspirante propuesto por el PP, Enrique Arnaldo. Así se llama en la jerga parlamentaria italiana a los diputados que aprovechan las votaciones secretas para actuar contra las directrices del partido. Las cuentas finales apuntan a que este jueves fueron cinco, porque el sexto no actuó como francotirador, lo hizo a cara descubierta. El socialista Odón Elorza anunció que no acataría la disciplina de voto, primero a la dirección de su grupo y más tarde en Twitter, y no se escondió en el debate. Desde su escaño, pudo oír cómo algunos portavoces rivales elogiaban lo que el de Ciudadanos, Edmundo Bal, definió como su “gallardía”.
Elorza estaba rodeado de compañeros porque el Grupo Socialista hizo todo lo posible para mostrarse como una piña. Ninguna bancada lució tan llena como la suya. Al acabar la intervención del portavoz socialista en el debate, Francisco Aranda, que hizo una defensa del acuerdo con el PP no muy sobrada de entusiasmo, el resto del grupo le dedicó una ovación que sonó más a consuelo que a premio. En el otro lado, apenas 15 parlamentarios populares y una sola figura prominente, la portavoz del grupo, Cuca Gamarra. En la zona de Unidas Podemos no se contaban más de media docena. Los de Vox y Ciudadanos, incluida Inés Arrimadas, se marcharon bajando ostentosamente las escaleras tras intervenir sus representantes. Al inicio del debate, en cuanto la presidenta, Meritxell Batet, empezó a leer el último punto del orden del día, ya habían desfilado los de ERC y EH Bildu.
Otros grupos de izquierda prefirieron quedarse para colmar de reproches a los dos grandes partidos y, muy en particular, a Unidas Podemos. Mireia Vehí, de la CUP, declaró su “tristeza” porque considera que este episodio supone “el fin del ciclo del 15-M”. Un fiel aliado del Ejecutivo, Joan Baldoví, de Compromís, subió a la tribuna con una pinza para avergonzar a los diputados de los grupos gubernamentales que decían que votarían con eso en la nariz. Íñigo Errejón fue menos directo y obvió cualquier referencia a sus antiguos compañeros, pero deploró el “voto vergonzante” y el espectáculo de “cinismo y desánimo” que, según él, el reparto de puestos ha ofrecido ante los ciudadanos. Uno de los parlamentarios menos inflamados de Junts, Josep Pagès, elevó esta vez el volumen para deplorar lo que llamó “farsa el régimen del 78″.
Para críticos del reparto de cargos institucionales, pocos como Edmundo Bal. La indignación del portavoz de Ciudadanos quedó patente: “Pantomima”, “ópera bufa”, “enchufismo”, “corruptelas”... Bal metió en el mismo saco a los candidatos del Gobierno y a los del PP porque atribuye a todos afinidades partidistas. A los populares llegó a tildarlos de “muletas del sanchismo, de Podemos y del separatismo”. Por Vox, José María Sánchez empezó proclamando que era “un día triste” y acabó a voz en grito denunciando que la falta de respeto a la independencia judicial es un vicio de la izquierda que viene desde la República.
La gran papeleta fue la del elegido por Unidas Podemos para hablar. La bola negra agració a Antón Gómez-Reino, que admitió su “paradoja lacerante”: pagar el precio de apoyar a dos candidatos que definió como “dirigentes del PP sin carnet” para de ese modo poner fin al “secuestro de las instituciones” por parte de los populares. PP y PSOE caminaron sobre las ascuas del trámite con todo cuidado y sin entrar al choque. El popular Vicente Tirado apeló a la “estabilidad institucional” y el socialista Aranda a “restablecer la normalidad democrática”. En el cierre del debate, Vox había vuelto al hemiciclo. Suyo fue el único aplauso cuando la presidenta leyó el resultado de las votaciones. Una ovación sarcástica entre los sones del “sí, se puede”.
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