Rajoy, jarrón chino por unas horas
El anterior líder del PP señala ante Casado en la primera jornada de la convención del partido que cuando se gobierna hay que hacer cambios impensables en un discurso electoral
Cuando se gobierna hay que hacer frente a las circunstancias que envuelven al país. Eso implica no cumplir el programa electoral —tomando la decisión de subir los impuestos—. También, hacer cambios en leyes sociales impensables en un discurso electoral, como, por ejemplo, congelar las pensiones. Todo esto y mucho más le dijo a Pablo Casado este lunes su predecesor, Mariano Rajoy, quien, por protocolo, tiene el título de presidente del Gobierno por haberlo sido, hasta 2018. Hasta ahora, en la cúpula del PP, Rajoy ocupaba un lugar alejado a las decisiones y a la influencia. Él así lo había querido. Desde este lunes, los nuevos dirigentes de su partido, entre los que no se encuentra nadie de su entorno, se preguntan si el exlíder popular pasa a ser un jarrón chino, [término acuñado por el también expresidente Felipe González], como lo son el resto de los mandatarios que, en mayor o menor medida, se vuelven personajes molestos para sus partidos. No se sabe muy bien qué hacer con ellos, aunque la opción más generalizada es no tenerlos en cuenta.
En el primer día de la convención del PP, este lunes, sus organizadores se las prometían sosegadas. Nada muy heterodoxo podría esperarse de la intervención de Mariano Rajoy. Su disertación ha sido la propia de un dirigente político que sabe la realidad de gobernar. Por algunos de sus pasajes podría haber encajado mejor en una jornada con exmandatarios y con expertos sobre cómo conducir al país en tiempos de poca bonanza. “Para hacer una buena política económica hay que olvidarse de los eslóganes, la demagogia y el sectarismo”, apuntó Rajoy. Podría ser que hablara de actitudes del actual Gobierno, aunque alguna duda quedó entre quienes lo escuchaban. Máxime cuando las recetas económicas de Rajoy para hacer frente a una situación catastrófica —como la que él tuvo que afrontar por la recesión económica mundial que causó fuertes estragos en España— pasan por sacrificios. Nada de bajar impuestos, ni de subir sueldos de los funcionarios, ni las pensiones de las clases pasivas. Fuera del gobierno, ya no tiene reparos en decir que su Ejecutivo tuvo que “nacionalizar la banca”. Desde su condición de hombre libre, o bastante liberado, se permitió elogiar algunas de las políticas, todas económicas, del Gobierno de Pedro Sánchez, aunque celoso también de su legado. Rajoy mantiene inquebrantable su defensa de la reforma laboral que él llevó a cabo y qué dejó muy mermado el poder de los sindicatos. Rajoy no quiere que eso se toque.
Avisos y advertencias también del presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, sobre lo que tendrá que hacer Casado si gobierna y de lo que no debe hacer ahora, siempre con Vox en el contexto. Difícil, dada la contumacia de las encuestas, que auguran que sin el apoyo de la fuerza política de Santiago Abascal los populares no suman lo suficiente para llegar a Moncloa.
No hay nada, o nada importante, que Casado pueda reprochar a Rajoy, quien tuvo que soportar de su antecesor, José María Aznar, la reprobación permanente de su quehacer. Los nuevos dirigentes populares ven que el expresidente Aznar mira a Isabel Díaz Ayuso con mejores ojos que al presidente Pablo Casado. La presidenta madrileña llegará a la clausura de la convención tras concluir su estancia en Estados Unidos. Su llegada y su intervención inquietan al equipo de Casado mucho más que los avisos de realismo político de Rajoy.
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