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Los pasillos del Congreso no tienen ideología

La abstención de Vox que salvó al Gobierno con los fondos europeos muestra que hay más relaciones, incluso personales, que vetos

La socialista Adriana Lastra, a la izquierda, conversa con Iván Espinosa de los Monteros (Vox), durante una comisión del Congreso.
La socialista Adriana Lastra, a la izquierda, conversa con Iván Espinosa de los Monteros (Vox), durante una comisión del Congreso.Pool Efe (GTRES)
Javier Casqueiro

El hemiciclo es duro, un cuadrilátero que no permite concesiones, pero los pasillos del Congreso no tienen ideología, y siempre hay algún lugar para el encuentro. Incluso entre los enemigos acérrimos. Esta pasada semana la noticia del pleno fue que el apoyo de EH Bildu y la abstención de Vox salvaron al Gobierno del PSOE y Unidas Podemos en una relevante votación. Parecía una carambola imposible. Sucede en política cuando las mayorías son mínimas, líquidas y se estira demasiado la confianza en la geometría variable. Al Ejecutivo del PSOE le ocurre con sus aliados de Unidas Podemos y con otros. En los recodos de la Cámara, sin embargo, dirigentes del PSOE, Unidas Podemos, ERC, PP y Ciudadanos hablan, negocian y hasta se regalan detalles personales. También con Vox, pero menos.

El jueves, cuando terminó la sorprendente votación del decreto sobre la gestión centralizada por el Gobierno para los multimillonarios fondos europeos para la reconstrucción tras la covid-19, los periodistas buscaban, por un lado, a la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, para que valorase la aportación inesperada de los 52 votos decisivos de Vox; a algún dirigente del PP que no se escondiese tras su desmarque del sentido de la gobernabilidad de Estado, y a algún portavoz del partido ultra para que revelase qué les habían concedido a cambio de sus estratégicos apoyos. Calvo agradeció públicamente la colaboración de Vox sin llegar a citarles y huyó por un ascensor. Los del PP se refugiaron en Twitter y en la campaña catalana.

Por Vox, su portavoz, Iván Espinosa de los Monteros, proclamaba que no se había producido ningún trueque, que habían votado por convicción mucho antes de saber que serían determinantes y rescataba de su memoria algunos ejemplos en los que sus diputados habían respaldado “por el interés de España” medidas buenas para la agricultura propuestas hasta por Unidas Podemos. Espinosa, eso sí, matizó algo sobre esta disposición apolítica: “Si Bildu propusiese un día una rotonda o una actuación que fuese buena, cosa que dudo, Vox la apoyaría, aunque, claro, no nos iríamos a tomar un café con ellos”. Esto último aún no ha sucedido.

La llamada de Lastra

De lo que sí se quejaba Vox amargamente tras esa votación es de que a ellos nadie les ha apoyado nunca ninguna de sus más de 6.000 iniciativas impulsadas en esta legislatura. Y también indicaba su portavoz que en estos dos años con el líder del PSOE en La Moncloa nunca les han llamado desde el Gobierno o desde la dirección de ese partido para informarles o negociar nada, hasta que el jueves, la portavoz del PSOE, Adriana Lastra, apremiada, le telefoneó desde su escaño para conocer su posición de voto.

Espinosa valora, eso sí, haber recibido otro tipo de llamadas más personales, incluso de la vicepresidenta Calvo. La pasada primavera, tras resultar infectada por la covid-19, la vicepresidenta, que llegó a estar hospitalizada 25 días, reapareció el 6 de mayo en el hemiciclo con una mascarilla y una manta en una imagen impactante. A la semana siguiente Calvo ya mantuvo un desabrido debate con la entonces portavoz del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, que amagó con reprocharle incluso que hubiera dicho que volvía a la actividad antes de lo debido. En una intervención posterior, Espinosa de los Monteros también arremetió contra la vicepresidenta, con la que había tenido enfrentamientos parlamentarios en los que se cuestionaron gravemente sus valores democráticos. Calvo llegó a soltarle en una ocasión a Espinosa: “Con usted hablo porque estoy obligada legalmente”.

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El día de su reaparición parlamentaria, además, Calvo escuchó mal la alocución de Espinosa y no comprendió bien el interés que había mostrado por su recuperación médica. Más tarde, cuando se lo explicaron, le llamó y le pidió excusas.

En una comisión sobre la ley de memoria histórica, un diputado andaluz de Vox relató el caso de un familiar desaparecido de su bando y la vicepresidenta se acercó al final de la sesión para ofrecerse a indagar sobre la posible ubicación de esa fosa. En Vox comparan esos detalles, sobre todo tras la ruptura de relaciones con el PP tras su fracasada moción de censura de octubre, con la nula recepción que han obtenido de otras llamadas. Y ponen como ejemplo cuando el mismo Espinosa llamó a la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, para ofrecer su respaldo ante las negociaciones europeas de los fondos y no recibió ni contestación.

El pasado miércoles, a primera hora, la vicepresidenta Calvo y la portavoz del PP, Cuca Gamarra, se encontraron en una sala del Congreso. Se reunieron en secreto durante 20 minutos para tomar un café y hablar de un asunto pendiente que requería cierta urgencia. No estaba en la agenda y no se facilitó ninguna información. Desde que sustituyó en verano a Cayetana Álvarez de Toledo, la anterior portavoz popular, Gamarra, con pedigrí de moderada, se enfrenta en cada sesión de control a Calvo con un tono dialéctico diferente pero también con extrema dureza. Aquel café que en un rifirrafe Calvo le llegó a ofrecer a Álvarez de Toledo para hablar de feminismo nunca se produjo con ella.

El miércoles Calvo y Gamarra no tuvieron problema en verse tranquilamente para retomar una proposición no de ley para suprimir el voto rogado a los españoles residentes en el extranjero que todos los partidos, menos Vox, habían pactado en octubre y que exigía al Gobierno presentar un nuevo proyecto de ley en el plazo de cuatro meses. Eso sí, Calvo ni se atrevió a mencionar asuntos de otro calado, como la negociación atascada por el PP para renovar los vocales del Consejo General del Poder Judicial.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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