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Carmen Machado, el último verso del exilio español

Fallece en Santiago de Chile la última sobrina de los poetas Antonio y Manuel Machado, tras una vida marcada por las terribles consecuencias de la guerra civil española

Carmen Machado, a la derecha de la imagen, durante una visita con otras sobrinas de los Machado a Sevilla en 2011.
Carmen Machado, a la derecha de la imagen, durante una visita con otras sobrinas de los Machado a Sevilla en 2011.
Amalia Bulnes

En el trágico historial de pérdidas y exilios que los Machado vivieron como consecuencia de la Guerra Civil, doloroso e inacabable, las mujeres de la familia de los poetas Antonio y Manuel jugaron un papel determinante para que “el desastre no hubiera sido infinitamente mayor de lo que fue”. Lo sostiene el estudioso machadiano Antonio Rodríguez Almodóvar (Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, 2005), para quien la saga femenina que ha portado uno de los apellidos más enjundiosos de las letras españolas merece “un homenaje aparte”. La ocasión podría hacerse coincidir ahora con el fallecimiento, esta pasada semana, de Carmen Machado Monedero (Madrid, 1931 — Santiago de Chile, 2021), la última sobrina viva de los poetas, con cuyo tío Antonio compartió los avatares de un exilio terrible, pero que “supo representar hasta el último momento de su vida la tradición de las mujeres de la familia Machado, recogiendo un testigo de conciliación y concordia”, asegura el profesor.

Carmen Machado Monedero era la menor de las sobrinas carnales de Antonio y Manuel, hija de José Machado Ruiz y Matea Monedero. Nacida en Madrid en 1931, con siete años emprende un periplo que le obliga a huir de la capital española, siguiendo el rastro del Gobierno de la República, junto a sus hermanas Eulalia y María, sus padres, su tío don Antonio Machado y su abuela Ana Ruiz. Al llegar al paso fronterizo de La Junquera, en 1938, los adultos continúan hacia Francia, donde se produce el dramático desenlace de la muerte consecutiva de don Antonio y su madre, apenas con tres días de diferencia, en la localidad costera de Collioure.

Fue precisamente el padre de Carmen Machado, José, quien encontró en el bolsillo del gabán de su hermano Antonio dos papeles arrugados. En uno de ellos el poeta recordaba a Guiomar. En el otro dejó un apunte transido de nostalgia que compendia, en apenas un verso, toda la literatura del exilio español: ‘Estos días azules y este sol de la infancia’.

A pesar de este relato, paradigma de la derrota y el sufrimiento de la contienda nacional, el paradero de las sobrinas de don Antonio no fue más afortunado. Las niñas fueron enviadas solas a Moscú gracias a la mediación de un secretario de la Institución Libre de Enseñanza que se había ofrecido a hacer de enlace con la familia. José y Matea, los padres, consiguen en 1940 escapar a Chile a bordo del barco Formosa, que logra salir desde Francia gracias a las gestiones del entonces embajador Pablo Neruda. Sin embargo, el estallido de la II Guerra Mundial el año anterior prolongó nueve años la separación con sus hijas. Carmen ya había terminado el colegio y aspiraba a estudiar Medicina cuando por fin se produce la posibilidad de viajar a Chile y lograr la reagrupación familiar. Así que de nuevo le hace un regate al destino, se deshace de la idea y embarca a Santiago, “con la misma alegría y empatía con la que siempre la recordaremos”, incide Rodríguez Almodóvar, que coincidió con Carmen Machado en Sevilla en 2011, con motivo de un homenaje celebrado en la ciudad natal de los poetas. “Tenía muy buen recuerdo de Rusia, y siempre se sintió más cerca de su tío Antonio. Ella era aún pequeña, pero fue él quien le enseña a leer, a preocuparse por su educación, durante la estancia de la familia en Rocafort, tras salir de Madrid”, recuerda el profesor.

Desde Cipriana Álvarez, abuela de Antonio y Manuel, a su madre Ana Ruiz —“¿Hemos llegado ya a Sevilla?”, le pregunta desorientada y enferma a su hijo al llegar a Collioure, en otra muestra de dolor insoportable—, las mujeres de los Machado “fueron siempre el centro de gravedad de la familia, la clave sobre la que orbita ese ejemplo de conciliación, ideario social e integridad moral” sobre el que se ha construido la memoria del poeta de Soledades, incide Rodríguez Almodóvar.

Ya en Chile, y hasta su reciente pérdida, Carmen Machado ha desarrollado una actividad profesional de notable trascendencia social. Mujer de letras, periodista, fue directora de la revista femenina Eva, así como colaboradora en diversos suplementos de El Mercurio. El 31 de enero hubiera cumplido 90 años y quienes la conocen —deja dos hijos y tres nietos― aseguran que lo celebraría, como siempre, con una fiesta española, en la que “seguramente no habría cabida para reproches políticos”, insiste Rodríguez Almodóvar. “Somos una familia unida a la que la guerra no pudo separar”, dijo Carmen Machado en Sevilla, según recogieron las crónicas del homenaje sevillano en aquel 2011, probablemente un día de sol, de cielo nítidamente azul, como la imagen que alivió a Antonio Machado sus últimos días en Collioure.

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