Vox quiere matar al padre
Que el PP se haya dejado arrebatar el título de derecha sin complejos por parte de un partido construido sobre ellos dice más del PP que de Abascal, al fin y al cabo un hijo descarriado que se llevó la caja fuerte de casa
El mejor momento de la moción de censura fue cuando Santiago Abascal dijo que nadie se imaginaba “la cantidad de músicos, actores, directores y artistas, en definitiva, que se dirigen a nosotros en privado”. Para ser la derecha sin complejos, como ellos se definen, se detecta un problema llamémosle de pudor entre sus simpatizantes. Esto era conocido ya; lo que no sabíamos es que sus líderes están orgullosos, al punto de contarlo en la tribuna del Congreso, de que haya artistas en España que les tratan como a una organización clandestina a la que les avergüenza pertenecer. Ese rubor sería combustible para un partido que se pretende estigmatizado, ¿pero en ese caso no habría que mandar a los artistas tímidos a la derechita cobarde?
En realidad, el discurso que los dos exmiembros del PP (Garriga y Abascal) hicieron contra su anterior partido, señalándoles el nuevo terreno de juego e instándole a jugar en él para considerarse oposición legítima, es un discurso nacido de muchos y muy profundos complejos, tantos que consideran natural que la gente se dirija a ellos a escondidas. De alguna manera, salvo en las consideraciones morales de lo que debe ser un país católico, que se supone siempre habrá tenido consigo (“Dios y España son inseparables”, dijo cuando, aún en el PP, era presidente de DENAES), las palabras de Abascal siempre están dirigidas a la impugnación del Abascal que fue: el que eludió la mili, el que nunca trabajó en el sector privado, el militante obediente hasta que pudo morder la mano y el que fue amamantado por Esperanza Aguirre mediante chorros de miles de euros en fundaciones como de la Defensa de la Nación Española o del Mecenazgo y Patrocinio Social; si de la primera cuesta saber qué se hace ahí dentro, de la segunda directamente se supo que no se hacía nada de tal forma que hasta Abascal reconoció que se trataba de uno de los famosos chiringuitos que suprimiría, pero su sueldo lo merecía “porque trabajaba”. En qué aún no se sabe, pero la fundación llevaba muchísimas mayúsculas en el nombre así que su misión debía de ser importante. Se disolvió el 17 de diciembre de 2013, el mismo día en que se constituyó Vox; ya decíamos que su función era importante.
No hay partido político en España que haya nacido con más complejos ni que haya hecho más política con una palabra que no entienden ni han entendido nunca; no hay discurso que no vaya dirigido contra lo que ellos fueron y son, contra los colectivos más débiles o para aventar la victimización constante mientras en redes sociales no se cansan de atacar furiosamente a las élites económicas al mismo tiempo que vota en contra de eliminar el despido por enfermedad, de subir el salario mínimo, de nacionalizar Alcoa y montar un sindicato para defender a los trabajadores de los sindicatos que los defienden. Que el PP se haya dejado arrebatar el título de derecha sin complejos por parte de un partido construido sobre ellos dice más del PP que de Vox, al fin y al cabo un hijo descarriado que se llevó la caja fuerte de casa.
“No nos identificamos como fachas ni con la extrema derecha porque los que así nos califican lo hacen por mala fe o por ignorancia”, dijo Santiago Abascal en 2015. Había que informarse mejor para poder llamárselo, o decírselo de buena fe. Cinco años después los dos obstáculos han sido salvados, y Vox, que ya dijo hace unas semanas que la dictadura franquista es mejor que una democracia en la que gane PSOE y Unidas Podemos, puede decir en el Parlamento que “en todas partes de Europa están creciendo fuerzas y movimientos patrióticos, que no se van a quedar de brazos cruzados mientras unas oligarquías degeneradas convierten naciones enteras en estercoleros multiculturales”. Una frase en la que la palabra clave no es “estercolero”, ya utilizado anteriormente por su diputada Rocío de Meer para referirse a barrios con presencia inmigrante, ni siquiera “multicultural”, pues como contrarios al progreso lo son también al mestizaje, sino “degeneradas”, la palabra con la que un grupete pretendidamente intachable siempre acaba justificándose para salvar la civilización.
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