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La frontera bloquea a las empleadas del hogar

Las trabajadoras transfronterizas de Ceuta y Melilla pierden sus trabajos ante el cierre de los pasos con Marruecos

Dos mujeres marroquíes, trabajadoras del servicio doméstico, hablan en un parque de la ciudad de Melilla, el pasado mes de septiembre.
Dos mujeres marroquíes, trabajadoras del servicio doméstico, hablan en un parque de la ciudad de Melilla, el pasado mes de septiembre.

Soraya, que prefiere no dar su verdadero nombre, acababa de llegar a casa, en la villa marroquí de Barrio Chino, pegada a la valla con Melilla, cuando su sobrino llamó por teléfono. La conversación la recuerda así: “Tita, van a cerrar la frontera esta noche. Está abierta hasta mañana, a las 6.00, van a cerrar 14 días”. Inmediatamente su cabeza se puso a procesar alternativas. “Mi marido no quería dejarme venir a Melilla, ni mis hijos y yo, que no podía dejar a la abuela sola, ¿cómo íbamos a vivir si perdía el trabajo?”, cuenta ahora con cierta sorna. “Mi marido me acabó diciendo: “Haz lo que quieras, pero no te vayas a arrepentir, que esto parece que lleva meses, no semanas”, recuerda. Todo ocurrió la noche del 13 de marzo, cuando Marruecos decidió cerrar los pasos fronterizos con España para contener la expansión del coronavirus, un día antes de que Madrid decretase el estado de alarma. Cuatro meses después, Soraya no ha podido volver a casa porque decidió ir a trabajar y tuvo que quedarse en casa de su empleadora.

Al otro lado de la valla, se quedó Rachida (nombre ficticio). Su rutina ahora, sin empleo, gira en torno a cómo buscarse la vida. Tiene su contrato rescindido como trabajadora en una casa de Melilla, pero sigue cobrando los 700 euros de sueldo que sus empleadores le envían por correo, el único sustento para su marido, su hermana y sus dos hijos. “Aquí no tenemos ni ayudas ni nada”, cuenta por teléfono.

Ambas mujeres son trabajadoras transfronterizas empleadas de hogar, el sector más afectado por la crisis de la covid-19 en Ceuta y Melilla. En ambas ciudades, las altas a la seguridad social en este régimen se han reducido casi a la mitad entre marzo y julio, mucho más que en cualquier autonomía y cualquier otro sector (de las 1.711 afiliaciones en Melilla a finales de febrero, a 894 a principios de junio; de 2.157 a 1.142, en Ceuta). Su condición de transfronterizas las hace especialmente vulnerables y las deja sin la posibilidad de percibir los subsidios al sector equiparables a las prestaciones de los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) de las que sí se han podido beneficiar, hasta cierto punto, los trabajadores extranjeros en otros ámbitos como la construcción o la hostelería.

“Es la situación más injusta que hay en el panorama laboral de Melilla y en el resto de España”, apunta Francisco Díaz, secretario general de UGT en la ciudad autónoma. El 91% y el 94% de empleadas de hogar en Melilla y Ceuta, respectivamente, son mujeres marroquíes; entre las ciudades acumulan en torno al 10% del empleo de marroquíes en el sector a nivel nacional y suponen el 3% de extranjeras no comunitarias del ramo. “España tiene convenio de reciprocidad en la Seguridad Social con Portugal, con Francia, con Andorra... pero no con Marruecos”, prosigue López. Según el sindicalista, esa es la razón por la que es imposible aplicar a los trabajadores transfronterizos marroquíes las prestaciones por desempleo, pese a que, como extranjeros, cotizan por encima de cualquier español (un 23%) y, por tanto, pagan por tener derecho a paro.

Los trabajadores transfronterizos en Ceuta y Melilla tienen ciertas facilidades a la hora de conseguir un contrato y gestionar su permiso de trabajo como extranjeros. A cambio, no pueden pernoctar en territorio español y, por tanto, se les impide optar al permiso de residencia.

Empresarios con trabajadores extranjeros contratados sí han podido acogerse a los ERTE, lo que se ha reflejado en un número mucho menor de bajas en las afiliaciones de otros regímenes. Un empleador puede ahorrarse la cuota correspondiente a la Seguridad Social por cada trabajador sin necesidad de despedirlo y, de esa manera, pagar al trabajador aunque este no pueda cobrar directamente del Estado. “Como no se las ha incluido en los ERTE, muchos empleadores han tenido que elegir entre pagar la cuota a la Seguridad Social o seguir pagando a sus empleadas, cuyos salarios mantienen la unidad familiar”, explica José Segura, director provincial del organismo en Melilla. El resultado es un flujo de dinero que mantiene a miles de familias ante la expectativa de que se abra la frontera.

“¿Tú sabes algo de cuándo va a abrir la frontera?”, pregunta Rachida. La incertidumbre es máxima. Su marido, que trabajaba también en Melilla, ha dejado de cobrar los 10 euros diarios que le pagaban por cargar camiones en un almacén de un polígono cercano a la valla. Toda la economía fronteriza en la ciudad se ha suspendido: desde el empleo doméstico, hasta el porteo —una forma de contrabando tolerada por España—, pasando por los suministros de fruta o pescado. Miles de familias en Beni Ensar, Barrio Chino o Farhana dependen de la actividad económica o del mercado laboral melillense.

Apertura parcial

El 8 de julio, Rabat puso fin a las especulaciones acerca del levantamiento del cierre fronterizo y decretaba la apertura de puertos y aeropuertos a viajeros marroquíes procedentes de Europa, pero excluía los puertos españoles de la lista y se negaba a abrir los pasos de Ceuta y Melilla. Los Gobiernos locales de ambas ciudades tampoco se han mostrado favorables a reabrir los cruces, siquiera para regular el paso de extranjeros con permiso de trabajo, lo que hubiese aliviado la situación de los empleados transfronterizos, ante las dudas de poder realizar controles exhaustivos frente al virus.

Para Soraya, la reapertura de los pasos entre Melilla y Nador es más que una cuestión de trabajo. De ella depende su historia de amor, que comenzó cuando conoció a su marido, que actuaba como guitarrista en una boda a la que había sido invitada con 16 años. El rostro se le ilumina cuando comenta las videoconferencias en las que el artista toca junto a Yassin, de siete años, el menor de cuatro hijos. “Coge mi foto, la pone en la almohada y me dice: ‘Mamá, te echo de menos’. Nunca he estado separada de ellos”, asegura. La noche del 13 de marzo, tuvo que elegir entre salir a trabajar para “la abuela”, la mujer de 90 años a la que cuida desde hace cuatro, postrada en una silla de ruedas; o seguir escuchando a Mohamed, su flechazo adolescente, tocar la guitarra y dormir con Yassin. Creyó que su elección solo duraría dos semanas.

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