Las salas de rock valencianas entran en su extraña nueva realidad
Cuello, Las Víctimas Civiles y Wild Ripple estrenan la nueva normalidad de directos en Valencia con conciertos en 16 Toneladas y Loco Club
Las sillas se llevan mal con el rock. Muy mal. Una cosa son las artes escénicas. O la ópera. Pero los taburetes y las sillas casan francamente mal con el fragor de un directo de rock. Se pudo comprobar, una vez más, este viernes por la ncohe en las dos salas que retomaban su programación en Valencia tras tres largos meses de inactividad bajo este estado de alarma que a punto está de descafeinarse para desvanecerse por completo. Con su limitación a un tercio del aforo, sus dispensadores de gel hidroalcohólico a la entrada y la obligación de mantener una recomendable distancia social. Con sus sillas, convenientemente dispuestas. Canción Total, la tonada de Las Víctimas Civiles que cobró capacidad de contagio masivo en manos de sus amigos Maria Arnal y Marcel Bagés, levantó –como un resorte– de su asiento a parte del público que se acercó a 16 Toneladas para disfrutar de uno de los cuatro pases dobles de este fin de semana –sesiones en viernes y sábado a las ocho de la tarde y a las once de la noche– en cartel compartido con Cuello, quienes también encendieron un conato de pogo colectivo al ritmo de Trae tu cara y decórala bien. Punk pop y confinamiento: extraño cóctel. Rock (en cualquiera de sus modismos) y distancia social: una ecuación muy difícil de resolver. Ningún guion anticipaba que estuvieran condenados a entenderse. Un rato más tarde, era Manolete Blanco, vocalista de los también valencianos Wild Ripple, quien pedía a su público que contuviera su entusiasmo y se dispersara a lo largo y ancho del Loco Club. La concurrencia le hizo caso: no era demasiado difícil, teniendo en cuenta que 99 personas es el nuevo tope de la sala. Imperó la sensatez.
Había ganas, curiosidad, cierta expectación y más de una incógnita sobrevolando en el ambiente tras más de noventa días de ausencia total de música en directo en las salas valencianas. Tal y como ocurrió en Barcelona (Jamboree) o en Madrid (Moby Dick). Interés por saber cómo luciría esta nueva normalidad, que trata de sacudirse cualquier connotación distópica a base de una programación que de aquí a bien entrado el verano delega en las bandas locales. Se palpa la necesidad de ponerse en marcha, de reactivarse y ponerse en pie, aunque sea mediante algo que se parece mucho a unos servicios mínimos y aún reporta exiguo beneficio. Una vuelta a la actividad ansiada, pero tan desprovista de épica como la propia desescalada. Y que en las salas bajo techo cuenta con el obstáculo añadido de nadar ya a contracorriente, con las temperaturas invitando a la playa o al disfrute a cielo abierto. Si el coronavirus tan solo hubiera sido esa mala gripe que nos barruntábamos allá por febrero, anoche los Foo Fighters tendrían que haber reventado el aforo de la Ciutat de les Ciències, y estaríamos ya pensando en cómo se portarían Wilco, Madness o Marc Almond el próximo fin de semana en la Plaza de Toros. Pero todo eso queda muy lejos aún.
Con el presente suspendido en el aire, con todas esas anotaciones de agenda postergadas a 2021, la nueva normalidad en las dos salas de identidad más marcada de la ciudad, las que seguramente tiene una clientela más militante –el Loco Club, de hecho, ya despegó el miércoles con un concierto para sus socios, con Star Trip descorchando Start Again de Teenage Fanclub como declaración de intenciones– generó imágenes tan maravillosamente extrañas como la propia realidad (¿o irrealidad?) que hemos estado viviendo en los últimos meses: Wild Ripple con su rock psicodélico de alto octanaje y sus proyecciones lisérgicas, convirtiendo el Loco en una suerte de club UFO londinense o de Exploding Plastic Inevitable neoyorquino (donde debutaron unos tales Pink Floyd y unos tales Velvet Underground, allá por la recta final de los sesenta del siglo pasado) para una parroquia que apenas sobrepasaba la treintena; o la combinación del descacharrante y anarcoide sentido del humor de Héctor Arnau y sus Víctimas Civiles –la base de lo que fueron Arthur Caravan– con el fornido punk pop de unos Cuello que son lo más parecido a cómo sonaría cualquier banda post hardcore tras una escucha pantagruélica de discos de power pop. Los primeros se disculparon porque, al vivir en provincias distintas (València y Alacant), acusaban falta de rodaje, pero en cuanto se arrancaron con Fragmentos de cuerpos humanos, Coca-cola Creative Commons e incluso una (inesperadamente) reverente lectura del Ràdio Alger de Remigi Palmero, calentaron al personal como si este paréntesis de tres meses nunca hubiera existido. Los segundos, Cuello, ya con menos público, salieron como acostumbran: como un tiro, a velocidad de crucero desde los primeros acordes, con su batería Óscar Mezquita ya desprovisto de su camiseta a la segunda canción, con Jose Guerrero y compañía dispuestos a quemar todas sus naves desde el primer golpe de baqueta. Este sábado repiten ambos. En las próximas semanas pasarán por 16 Toneladas Samuel Reina, Pau Alabajos o Badlands. Por el Loco Club lo harán Bob Lazy, Peepshow, The Standby Connection o Star Trip.
Lo que empezamos a vivir no es la normalidad tal y como la conocíamos, desde luego. Pero es un primer paso. La importancia, enorme, de empezar a caminar.
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