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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El PP valenciano a las órdenes de Madrid

En dos despachos de la madrileña calle Génova se han adoptado las decisiones y aquí se han acatado. Los discursos sobre democracia interna han cedido ante el ‘esto es así porque sí'

Amparo Tórtola
La presidenta del PP valenciano, Isabel Bonig.
La presidenta del PP valenciano, Isabel Bonig.MÒNICA TORRES

Un sucedáneo de primarias y cero disimulos. En dos despachos localizados en la séptima planta de la sede nacional del PP, en la madrileña calle Génova, se han adoptado las decisiones y en el PP valenciano (PPCV) se han acatado. Los discursos sobre democracia interna, respeto a la opinión de la militancia y similares han perdido brío y cedido todo el espacio a la práctica política más ancestral: esto es así porque sí.

Los dos despachos donde se ha pergeñado el futuro del PPCV son los del presidente nacional de la organización, Pablo Casado, y el del secretario general de la misma, Teodoro García Egea. Para ser exactos: el segundo pasó a la firma del primero la hoja de ruta y Casado la sancionó.

La presidenta del PPCV, Isabel Bonig, sin margen de maniobra ninguno -salvo la dimisión- recompuso el gesto para la foto sin elevar el más leve quejido, sin oponer la más mínima resistencia frente a los designios de sus superiores madrileños. Desde que Casado asumió el liderazgo del PP, Bonig ha recibido los mensajes suficientes para percibir que no se cuenta con ella. Nadie se lo ha transmitido textualmente. No ha hecho falta. Las señales subliminales resultan igual de efectivas. No hay motivos para el trato dispensado: los discretos resultados electorales de Bonig no son peores que los de Pablo Casado. De hecho, son mejores.

En las próximas semanas el PPCV contará con nuevos presidentes provinciales en Valencia y Alicante, y también en el cap i casal. A consecuencia de la nueva normalidad impuesta por la pandemia sanitaria, se celebrarán telemáticamente -y a la búlgara- los congresos pertinentes, poniendo fin a una larga etapa de interinidad política que se ha solventado en las dos provincias y en la capital de la Comunidad con gestoras provisionales.

Para la provincia de Valencia se ha promocionado a Vicent Mompó. Este modesto alcalde de Gavarda -un millar de habitantes-, apadrinado por el diputado Vicente Betoret, sueña con llegar a presidir la Diputación de Valencia. No es pequeño el trampolín que se ha puesto a su disposición; solo falta que los votos le permitan alcanzar el objeto de su deseo.

No ha habido sorpresa en la elección del designado para dirigir el PP alicantino. Carlos Mazón, presidente de la Diputación de Alicante, con vitola zaplanista, también presenta altas aspiraciones: ser candidato a la Presidencia de la Generalitat en 2023 en sustitución de Isabel Bonig. Mazón tiene muchas horas de vuelo en política y se muestra precavido. Niega la mayor, que quiera ser candidato presidencial, pero cultiva sus excelentes relaciones con García Egea y está a su disposición.

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En el PP de la ciudad de Valencia reinará, aunque de momento no gobierne, la líder de la oposición municipal en el ayuntamiento capitalino, María José Catalá. En el PPCV se valora a la munícipe como la bala en la recámara, la carta guardada que se juega en el último momento. Ella, como Rita Barberá en aquel lejano 1995, considera probable recuperar el gobierno municipal en las próximas elecciones y estima imposible desalojar del Palau de la Generalitat al Gobierno del Botánico.

Rita se equivocó: Zaplana y el pacto del pollo hicieron posible lo que ella consideraba inviable. En Génova no descartan que sea Catalá la candidata a la presidencia de la Generalitat si la demoscopia preelectoral, llegado el momento de tomar una decisión, resulta más sensible a su nombre que al de Mazón.

Entre 1995 y 2015 la Comunidad Valenciana fue uno de los principales bastiones de poder del PP bajo los liderazgos sucesivos de Eduardo Zaplana, Francisco Camps y Alberto Fabra. A partir de las elecciones autonómicas y municipales de 2015 -escándalos de corrupción mediante- el PPCV perdió su posición hegemónica en tierras valencianas, restó apoyo electoral y músculo institucional. Desalojados los populares valencianos del Gobierno de la Generalitat y de los principales ayuntamientos de la Comunidad, el PPCV inició su particular travesía del desierto bajo el mando de Isabel Bonig, elegida presidenta del PPCV en abril de 2017. Forma parte del guión asegurar que presentará candidatura para ser reelegida líder de los populares valencianos. Declarar lo contrario la elevaría a la categoría política de pato cojo. Si en verdad Casado y su equipo piensan en ella como candidata en 2023, qué sencillo hubiera sido decirlo aprovechando el ruido de las convocatorias congresuales.

Al frente del PP, Pablo Casado aspira a recuperar poder territorial como paso imprescindible para asentar su liderazgo y su perfil presidenciable al Gobierno de España. La Comunidad Valenciana es una plaza importante, sometida durante años a una dura cuarentena impuesta por la dirección nacional para evitar el contagio de los casos de corrupción que se iban destapando. El primer paso de la desescalada es la celebración de los congresos referidos y la puesta en marcha de una estructura orgánica con personas afines y entregadas a los dictados de Madrid.

Todo esto sucede en medio de un interesante debate interno en el que voces destacadas del PP representan posturas divergentes sobre la definición el proyecto político: la radicalidad ideológica que puede convertir al PP en comparsa de Vox o la moderación pragmática, el discurso templado, que cierre el paso a C’s y resitúe al PP en el centro derecha electoral. Cayetana Álvarez de Toledo representa la radicalidad, mientras el líder gallego, Núñez Feijóo, lidera la moderación. Pablo Casado va a días.

El PPCV viene trabajando en un triple frente: desgastar a la izquierda que gobierna en las instituciones y frenar su avance electoral, impedir que Vox marque la agenda política, y evitar que C’s recupere espacio político. Esa era, al menos, la estrategia de Bonig.

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