“En la tauromaquia cabe una ejecución delicada, fina”: Albert Serra y Pablo Aguado, el toreo hecho videoarte
En 2023, Serra persiguió por los ruedos al sevillano Aguado y al peruano Andrés Roca Rey, estrellas del escalafón taurino. Resultado: 700 horas de material rodado. El retrato de Roca Rey se convirtió en la premiada película ‘Tardes de soledad’. Y el de Aguado, en ‘Tauromaquia’, una pieza de videoarte para museo. En esta conversación, Serra y Aguado evocan aquella experiencia.
Drama y estética; tragedia y plasticidad: ese fue el dilema del cineasta Albert Serra (Banyoles, Girona, 50 años) cuando se enfrentó a las más de 700 horas de grabación captadas por sus cámaras en las plazas de toros después de que decidiera seguir el rastro, la tensión y la vida de dos ma...
Drama y estética; tragedia y plasticidad: ese fue el dilema del cineasta Albert Serra (Banyoles, Girona, 50 años) cuando se enfrentó a las más de 700 horas de grabación captadas por sus cámaras en las plazas de toros después de que decidiera seguir el rastro, la tensión y la vida de dos maestros: Andrés Roca Rey y Pablo Aguado. El primero, aparte de su compromiso artístico, aportó —incluso derrochó— esa pugna entre la vida y la muerte. Aguado desprendía en cambio una calma desde la que se podía apreciar el elemento más plástico de la tauromaquia.
Así que el cineasta decidió dividir su material. Por una parte, lo rodado con el peruano Roca Rey a lo largo de una temporada especialmente gloriosa como la de 2023 acabaría en una obra de cine documental, Tardes de soledad. Por otra, las horas con el sevillano las ha utilizado para una pieza de videoarte, Tauromaquia, que ha exhibido en la exposición Luz y sombra. Goya y el realismo español, montada en el Bozar de Bruselas dentro del festival Europalia hasta el 11 de enero.
El proyecto comenzó a tientas y de forma conjunta. El resultado dividió los caminos. La sobrecogedora Tardes de soledad triunfó en el festival de cine de San Sebastián con la Concha de Oro de 2024, se proyectó con éxito en salas y ahora se muestra en plataformas como Movistar Plus+ o Filmin. La pieza de Aguado tiene estos meses vida en los museos —también irá al de Bellas Artes de Pekín— y encaja con el espíritu goyesco realzado en la muestra de Europalia junto a obras de otros artistas como Barceló, Eduardo Arroyo o Picasso. Precisamente por su concepción más delicada, comenta Serra: “Rodeamos al artista de otras miradas más contemporáneas. Cuando pensamos en la tauromaquia, nos viene a la cabeza su lado truculento, pero cabe, como en la obra de Goya al respecto, una ejecución más delicada, muy fina, bien ejecutada”.
A ambos matadores les pareció bien la propuesta final del director. Se había mostrado desde el principio muy franco con ellos. “Les dije que todo se basaba en las imágenes. La idea inicial de mezclarlos a ambos en una sola película no valía. Se fue imponiendo que esa base dramática de la tauromaquia estaba en lo que captamos de Andrés en aquella temporada, además, con tres cogidas. Teníamos unas imágenes increíbles. A mí me da igual, yo no impongo nada al material, pero si en algo soy bueno es a la hora de intuir y oler cómo valorar las imágenes de la mejor manera”.
Pablo Aguado (Sevilla, 34 años) lo entendió perfectamente. “Fue un acierto empezar primero con la parte dramática que aporta Andrés”, asegura en una conversación junto al director de cine en la finca El Jaral de la Mira, del chef Mario Sandoval, en los alrededores de El Escorial (Madrid). El torero nos cuenta las dudas que tuvo cuando a los dos les propusieron el proyecto al tiempo: “Al principio fui un poco reacio. Cuando te dicen la palabra película crees que va a tener un diálogo, pero, al irnos adentrando, vimos que en la intención de Albert no se figuraba nada, que consistía todo en una mera observación por medio de las cámaras y nos pusimos en sus manos”.
Serra había decidido meterse a fondo en el proyecto después de que durante años le hubieran propuesto colaborar con un grado de cine documental de creación en la Universidad Pompeu y Fabra de Barcelona, a cargo de su amigo Jordi Balló. El cineasta tardó años en decidirse: “Le dije que no tenía tema. Pero un día se me ocurrió que el único mundo anclado en la realidad, pero al borde de la fantasía per se sobre gente que se juega la vida dentro de un entorno o una ceremonia, que parece como un sueño y donde, además, el elemento plástico resulta clave, era la tauromaquia”.
Así se lo comentó a Balló: “¡Hostia! ¿Ahora la tauromaquia? No me jodas…”. Sin embargo, al día siguiente le llamó y había entendido la propuesta. “Mira, Albert, ¿sabes qué? He pensado mucho en ello y precisamente porque no toca hay que hacerlo”. Serra se había aficionado de niño junto a su padre en plazas de media Cataluña. No perdió el vínculo y lo mantuvo por medio de la literatura: “Sobre todo con las crónicas que hacía Joaquín Vidal en EL PAÍS y luego con aproximaciones de autores franceses. Ensayistas, principalmente, como Michel Leiris —autor de La literatura considerada como tauromaquia o Espejo de la tauromaquia—, que han ahondado en el tema”, asegura.
La clave estaba en la selección de dos figuras a quien proponerles el reto. Pronto le recomendaron ambos nombres para que les siguiera el rastro. Los contactó. Ambos eran jóvenes, con una concepción de la tauromaquia diferente, respeto mutuo y se llevaban bien. Roca Rey tenía entonces 24 años y Aguado 28. Al peruano le envolvía un aire entre temerario y místico. Al andaluz, una calma profunda con una decidida vocación estética. “Me llamó el maestro Curro Vázquez y, como dije, no me veía delante de una cámara. A ti te dicen que vas a tener a un señor con la intención de grabarte en momentos críticos y no quieres”.
Pero Aguado es de esas personas serenas que saben hasta exclamar sin levantar la voz. “Cómo sería lo que nos dijo Albert para convencernos…”. Además, no quería rodar en cualquier plaza. “Nos dieron todo el acceso para entrar en las Ventas o la Maestranza. Momentos previos en el hotel, en las furgonetas, muy intensos, con más presión de la habitual”, dice Serra. “Nos la jugábamos en cosos de mucha responsabilidad y los toreros somos susceptibles a todo agente externo. Romper esa barrera no era fácil. Pero Albert llevaba toda la razón, la experiencia merecía el testimonio de los grandes escenarios”, replica Aguado.
Entre otras razones, por eso, tanto Tardes de soledad como la obra con Pablo Aguado adquieren tanta credibilidad. Sobre todo, ante los aficionados. Serra tuvo que desplegar sus mejores dotes de convicción. Basadas, según él, en tres condiciones para lograr su confianza: “Primero que lo haría con cámaras digitales, sin parafernalia, con operadores jóvenes, simpáticos, discretos. Después que vieron en mí a alguien que sabía un poco de tauromaquia, pero no era un experto. Yo me presenté ante ellos con algo de arrogancia, lo admito. Quería entender si este mundo resistía salirse del cliché y debía hacerlo de forma incisiva, con distancia. Por último les dije que, para mí, era fundamental captar el elemento plástico. Para eso no cabía alternativa”.
Los maestros comprendieron y decidieron probar: “Se me quitaron varios reparos”, comenta Aguado. “Nos dijo, además, que necesitaba transmitir la tensión, lo que no se ve en la plaza, palpar esos miedos que hablan en silencio. Entendí en aquella primera charla su determinación para captar la pureza del toreo de otra forma. Luego, en el rodaje, pronto nos habíamos olvidado de las cámaras”.
Precisamente porque estas se comportan tal como Serra las describe: “Van a ver cosas que tú no aprecias, por más listo que seas o avispado. Son indiferentes, graban sin intención, no tienen prejuicios, no se cansan, no se aburren, están allí para explorar de manera diferente que un escritor, por ejemplo. Se agotaría por la concentración, empezaría a alumbrar ideas según un punto de vista propio y previo… Las cámaras, en cambio, capturan la realidad con pureza y luego tú, tranquilamente, sin presión, sin despistarte por la emoción del momento, te concentras y ves todo con calma. Después de cientos de horas grabadas, sabes cómo empezar, pero no cómo acabarás”.
La intención, el punto de vista, para Serra, aparece después. A partir no solo del testimonio, sino de la ambición del arte perdurable. “Una película tiene la misión de trascender el contexto. No es un reportaje. Hay una distinción entre la realidad y la verdad, algo que hablé hace poco con el cineasta alemán Werner Herzog. La verdad tienes que deducirla, componerla según una realidad y otras cosas”, comenta Serra.
Para Aguado y Roca Rey, como este declaró en febrero pasado a El País Semanal, aparte de la intención artística, quisieron que la experiencia sirviera para descubrir el toreo a otros públicos: “Esta obra doble vale para explicar nuestro mundo a un entorno que no es taurino”, añade el primero. “No te digo que después se vayan a sacar un abono, pero al menos, lo van a entender. La propia división del material ayuda a hacerlo de manera muy amplia. Para explicar la dimensión plástica debes abordar primero que alguien se juega la vida. Con la película de Andrés quedaba claro: es un revolucionario dentro y fuera del mundo del toro”. Entre otras cosas, más allá del rito, la lentitud, la soledad, el desamparo, la violencia, una entrega que bordea el instinto y el espíritu de trascendencia envueltos en paradojas profundas.
Antes de que decidiera adentrarse en todo ello, la mecha vino una tarde en París, recuerda Serra. El director —hoy un consagrado entre aficionados que saben apreciar el riesgo de obras como La muerte de Luis XIV, Liberté o Pacifiction— ya se había labrado un prestigio en Francia desde sus comienzos con títulos como Honor de cavalleria, El cant dels ocells, Els noms de Crist o El Senyor ha fet en mi meravelles cuando en 2013 el Centro Pompidou le propuso una carta blanca en la que organizó una conversación entre el artista Miquel Barceló y el torero Luis Francisco Esplá. “Al salir, yo miraba al maestro caminar por las calles de París y ya veía algo distinto. No sabía si era real o no. Y, oye, años después lo he podido comprobar”.
Lo que observó entonces, esa palpable distinción que desplegaba Esplá, no era un elemento impostado. La clave, para Serra, reside en una extraña serenidad. “Los toreros son gente muy observadora, su vida depende de eso, de fijarse con cien ojos en el toro y no perder la calma. De ahí viene el temple, la necesidad de no sobrerreaccionar, de sobrevivir sin impulsos”, cree el cineasta. Pero añade un punto contradictorio que aparece también en forma de exhibicionismo. Aguado se lo explica: “El mayor arrojo viene del temple, dice Bergamín en El arte de birlibirloque. La gente lo que aprecia es resolver algo complejo con facilidad y sencillez”.
De ahí, aparte, que todos hablen pausadamente, según Serra. “Van un poco más lentos que otra gente y eso da un resultado más poético en el cine. Esa calma que exhiben en la plaza se les ha ido incorporando a la vida real. Poseen una armonía propia”.
Y experimentan un curioso proceso de transformación cada tarde, en el que, dice el director, se deshacen de varias cosas. En eso quería ahondar y lo ha conseguido, al menos en la visión distinta de sí mismo que encuentra Aguado tanto en su pieza como en Tardes de soledad. “Nos transformamos porque entras en un estado de tensión donde se combinan responsabilidad y miedo”, dice el diestro. “Puede que no cambies en nada concreto. O quizás eres realmente tú y al máximo en ese momento. Puede que sea menos yo ahora hablando contigo que cuando voy a la plaza”.
Su verdadero yo es lo que Serra ha captado en el itinerario que le conduce a ser y a estar profundamente solo delante del toro. “Ese miedo es una mochila que pesa mucho entonces. Pero ahí, frente al animal, esa carga desaparece. Entre lo que puede pasar y pasa. Dentro de ese contraste, la obra brilla más. Y cuanto peor lo pasamos antes de ese trance, sale mejor”.
El cine hoy tiene herramientas para que todo eso se revele de una manera muy auténtica, cree Serra. “Es muy difícil engañar con las capacidades técnicas del cine de ahora. Toda esa complejidad, si se imposta, se notaría”. E impresiona a quien sale retratado. “Yo me veo otra cara, otra voz, otra forma de relacionarme con la cuadrilla. Otra dimensión, otro prisma en una situación que cuando la vives tú solo olvidas porque te estás mirando hacia dentro”, comenta Aguado. “No es la misma cara que aparece cuando te plantas ante el espejo por las mañanas. Quizás sea esa la transformación a la que se refiere Albert. Tiene que ver, sin duda, con lo que los toreros pensamos y sentimos: la vida sin torear no es vida y por eso merece la pena jugársela”.
Y es única la metamorfosis en cada uno de los diestros en esos trances, comenta Serra. “Debes abstraerte de lo que son. Desprejuiciarte. Siempre supe que ellos incorporan en sí un misterio suplementario”.