Los artesanos vascos que tejen en una era de poliéster y regulación
Varios proyectos buscan dar valor a la lana basta, una materia prima que pertenece a la misma categoría legal que uñas, sangre y otras partes de animales sacrificados
La lana sucia, la que sale de una oveja raza latxa después de la esquila, pesa y brilla. Es grasosa, áspera y con un olor dulce que impregna la piel. Un esquilador que trabaja con máquina, y no con tijera, tarda alrededor de tres minutos en cada carnero, y un minuto en una hembra. En una mañana de octubre en Ardiekin, un centro para la reproducción y mejora de la raza en Arkaute (Álava), seis esquiladores han rapado a unos 210 carneros por segunda vez en el año. Lo habitual es que, ...
La lana sucia, la que sale de una oveja raza latxa después de la esquila, pesa y brilla. Es grasosa, áspera y con un olor dulce que impregna la piel. Un esquilador que trabaja con máquina, y no con tijera, tarda alrededor de tres minutos en cada carnero, y un minuto en una hembra. En una mañana de octubre en Ardiekin, un centro para la reproducción y mejora de la raza en Arkaute (Álava), seis esquiladores han rapado a unos 210 carneros por segunda vez en el año. Lo habitual es que, mientras esperan a ser esquiladas, las ovejas huyan al rincón más lejano. En Ardiekin se acercan a las personas y las huelen sin temor. El fruto de la esquila, unos 500 kilos de lana latxa —que significa basta—, no será comercializado. Quedarán guardados en un depósito hasta que alguien decida qué hacer con ellos.
En España, la lana sin lavar legalmente se ubica en la misma categoría que partes de animales sacrificados como uñas, patas, placentas, sangre, pieles y huesos. Suele contaminarse por los embalajes y requiere ser tratada como un residuo especial que, dependiendo del municipio, debe ser incinerado o colocado en puntos de recogida para su tratamiento. Esta legislación está pensada para prevenir contagios de posibles enfermedades. En la práctica dificulta que la lana se traslade entre territorios y provoca, incluso, que se procese sin permisos. Para pequeños productores y diseñadores, esa realidad, que encarece el material y no fomenta su manufactura, complica cualquier intento de crear una cadena productiva que transforme la lana.
Las lanas vascas, además, tienen poca salida comercial. Hoy, la mayoría acaba incinerada o, como la de Ardiekin, almacenada a la espera de un destino que nadie sabe exactamente cuál será. Tradicionalmente, eran utilizadas para rellenar colchones y colchas, o para confeccionar calcetines. Su lugar en la industria de la moda es ínfimo comparado con las lanas merinas y las de cabra como cachemira o mohair. Tampoco puede competir con el poliéster, que comenzó a arrasar el mercado textil en la década de 1970. En la última década han surgido iniciativas que buscan revertir esta situación y darle valor al material desde una perspectiva ligada al territorio, su cultura, historia e identidad.
Ante todo, son proyectos de investigación: buscan las ovejas más cuidadas por sus pastores, los esquiladores más hábiles, los lavaderos y los talleres que acepten arriesgar sus máquinas con lanas gruesas como la carranzana y la latxa. Los proyectos que las trabajan son fundamentalmente artesanales, muy acorde con un mercado internacional que ha visto en lo hecho a mano un valor en alza.
La artista y el pastor
Mutur Beltz es una de las iniciativas que trabajan la lana vasca. Lo integran Laurita Siles (Marbella, 44 años), artista y doctora en Bellas Artes, y Joseba Edesa (Carranza, 40 años), pastor. Crían ovejas carranzanas y elaboran hilos, telares, abrigos, txapelas, zapatos y también obras artísticas creadas a partir de la misma lana. Se conocieron hace 12 años, se enamoraron y comenzaron a interesarse por la lana. Dos años después crearon Mutur Beltz (cara negra en euskera). Las primeras experimentaciones consistían en lavar la lana de sus ovejas a mano, en el río. Luego decidieron agrandar el proyecto o, en sus palabras, “colectivizar el problema”. Contactaron con pastores de la zona para comprarles vellones —camino de ser incinerados—, y así producir a una escala mayor y poder externalizar el lavado, el cardado y el hilado. “Al principio, cuando llamábamos a lavaderos nos colgaban el teléfono”, cuenta Siles. La cantidad de lana que manejaban era poca y los lavaderos no querían procesar fibras gruesas en sus máquinas.
Un día decidieron coger el coche y viajar a Cuenca. Habían escuchado hablar de WoolDreamers, una empresa que lava e hila más de 25 tipos de lana española en Mota del Cuervo con el objetivo de evitar el desperdicio. Con un queso de oveja elaborado por ellos mismos como regalo, se reunieron con Ramón Cobo, el fundador, y le presentaron Mutur Beltz. Desde aquel día de 2018 trabajan juntos.
Actualmente Siles realiza en su taller en la Fundación BilbaoArte una serie autobiográfica de obras artísticas titulada Las que hilan memoria. Ya cuenta con varios tapices de lanas de producción propia. Entretanto, después de dar clases de Educación Física en el instituto de Carranza, Joseba Edesa cuida su rebaño de unas 40 carranzanas de cara negra. Alimenta a las ovejas con el heno de su propio prado, que farda él mismo. La monta es natural y los partos, uno por año (en la cría intensiva se hacen hasta tres), los asiste él. Los corderos se destetan a los cinco o seis meses, y la carne y la leche se destinan al consumo doméstico. Además de las ovejas, algunas kikas —gallinas enanas— ponen huevos no muy lejos de la huerta con tomates, cebollas, puerros, pimientos, alubias y árboles frutales. La pareja recibe a las visitas con una manzana que cosecha en el momento. Han tenido conejos y algún que otro cerdo, y no conciben vivir alejados de la tierra. Joseba Edesa está acostumbrado a sacrificar corderos, pero la Noche de Brujas de 2024 realizó el primer sacrificio de una oveja adulta, con la que preparó morcilla para la cena familiar.
Para ellos, trabajar la lana forma parte de su estilo de vida. Al hablar de sus orígenes, Edesa asegura que es pastor de tercera generación, e incluso cree que hay más antepasados. Según su versión —en parte historia y en parte mito, admite—, en el siglo pasado un pastor y carbonero vizcaíno se instaló en Carranza con un rebaño de 10 ovejas latxas hembras de hocico negro y las cruzó con carneros carranzanos de cara rubia de la zona, la única variedad que existía hasta el momento. El cruce dio lugar a la oveja carranzana de cara negra, estandarizada como raza en 2001.
Pese a la existencia de algunas iniciativas en marcha, la lana apenas se tiene en cuenta en los programas de valorización de residuos y en los planes de economía circular. No hay incentivos fiscales para que sea utilizada ni infraestructuras adaptadas a su tratamiento: solo tres lavaderos industriales están activos en todo el país, y muchos artesanos recurren a empresas en Francia o Portugal. En la práctica, cada comunidad autónoma aplica criterios distintos para el traslado y la gestión del material, lo que fragmenta aún más el circuito.
La artesana de la historia
La identidad local e histórica también atraviesa el proyecto Ardi-ko. Ardi significa oveja en euskera y el sufijo ko remite al origen. En su taller en el barrio de Irala en Bilbao, Yolanda Sánchez (Bilbao, 58 años) guarda bastidores, lanas de diferentes grosores y largos, tintes naturales de colores que atesora en frascos transparentes rotulados, obras terminadas y varias en proceso. Además de lana carranzana y latxa, trabaja en algunos proyectos con merina para reivindicar la importancia que alguna vez tuvo aquella lana en Bizkaia. No tiene ovejas, pero compra la lana a pastores locales, que elige durante la esquila, y la envía a lavar y cardar a Niaux, en Francia. Algunas obras esconden también mechones de su propio cabello, largo y blanco.
Para ella, lo artesanal en Ardi-ko consiste en rastrear el origen y los oficios detrás de cada pieza, mantener la producción pequeña y cuidar que el trabajo conserve una parte manual. Al repasar las dificultades de su trabajo, cuenta que en dos ocasiones le mezclaron la lana que ella había enviado a un lavadero con otras lanas entrefinas. “Pero si es lana”, le decían en el lavadero al devolvérsela, sin entender el problema. Y ella respondía: “Es que nuestro proyecto va de trazabilidad”.
No se trata solo de un proceso manual. Aunque se utilicen algunas máquinas —las pistolas de tufting— que agilizan el trabajo, estos oficios trabajan en tiradas pequeñas, de 50 o 60 piezas, y cada paso sigue un control cuidado, mantiene un contacto directo con los pastores, conoce el origen de cada vellón y respeta los tiempos tradicionales de producción. Desde su taller, Yolanda Sánchez asegura: “No deja de ser un proceso artesanal por usar un motor”. Incluso en proyectos más comerciales como la producción de jabones exfoliantes, hechos con lana de ovejas latxas y carranzanas, la artesanía se mantiene: cada pieza refleja el vínculo con la lana, su procedencia y la historia del territorio vasco. En casi todas sus obras utiliza lana sin hilar, para llevar a cabo piezas de estudio con la técnica de tufting, tapices, fieltros con base en impresiones 3D y, en ocasiones, trabaja con los vellones enteros. “El proceso es artesanal, hasta el fieltro lo hago yo. Pero el diseño de los moldes se hace en el ordenador”, explica.
A pesar del carácter histórico de las obras, a diferencia de Mutur Beltz —que se afirma como un proyecto político en cuanto que defiende la idea de la lana como seña de identidad—, Yolanda Sánchez no cree que Ardi-ko lo sea en absoluto. Así y todo, sí realiza acciones públicas con el fin de dar a conocer un problema colectivo: en general lava la lana en sitios industriales, pero cada tanto se reúne con varios artesanos en lavaderos públicos para lavar vellones desde temprano y secarlos por la tarde al sol. “Es una manifestación, no lo hago por comodidad. Llevo más de 10 años en este oficio y todavía no se ha solucionado el tema”.
En estos proyectos se percibe la misma dificultad: trabajar con lana basta se parece más a un trabajo de producción, insistencia y resistencia que a un oficio. Desde 2011, la legislación europea clasifica la lana como un subproducto animal que, aunque podría destinarse al consumo humano, se descarta por motivos comerciales o de fabricación. La asociación Alianza por la Lana busca, desde febrero de 2025, generar redes para poner en valor este material, tanto desde lo artesanal como desde la innovación industrial. Álvaro Matías, de la asociación, resume lo que significa esta ley, conocida como Sandach, para el sector: “Es un jarro de agua fría”.
En España, quienes intentan recuperar ese valor lo hacen al margen o a pesar del marco legal. Por eso, que Mutur Beltz haya recibido en 2024 el Premio Nacional de Emprendimiento en Artesanía tiene un tono ambiguo: el reconocimiento institucional sucedía mientras buena parte de sus procesos seguían moviéndose en un vacío normativo, en un marco no adaptado a proyectos de este tipo.
Textiles latxos desde Álava
Una de las pocas representantes vascas que forman parte de Alianza por la Lana es María Clè Leal con su proyecto Latxa Basque Wool Fabrics. Oriunda de Madrid y criada en Vitoria, cuando decidió que quería comenzar a hacer abrigos, hace seis años, no encontró respuesta más natural que hacerlo con la lana descartada de las esquilas. “La idea surgió con facilidad, pero llevarla a la práctica resultó mucho más complicado”.
En sus primeros proyectos como diseñadora, el cuidado por los materiales y la sostenibilidad ya estaban presentes. En 2017 fue una de las diseñadoras a cargo de la apertura del Mercedes Benz Fashion Week Madrid. Un día leyó en el periódico que cada año se desperdiciaban 700 toneladas de lana latxa en el País Vasco. Desde entonces, aspiró a incorporarla a la indumentaria. “Pero llegar a que esto se convierta en un tejido es complicado cuando no hay una cadena de producción creada. Cuando buscaba tejedores de latxa me recomendaban que fuera a Turquía, y para lavar, a Marruecos”, cuenta.
El comienzo estuvo marcado por tropiezos. ¿Un error de principiante? Lavar lana en el fregadero de la cocina. La lanolina, una sustancia natural que desprende la lana, tan grasosa que se utiliza para cosmética, tapó las cañerías de su casa familiar. María Clè aún trabaja con marcas (este mes saldrá una colaboración con Mango), pero con algo de desencanto por los tiempos y calidades de producción. Hoy, tras varios reconocimientos y premios por su trabajo, produce colchas, almohadones, delantales y manteles, y la cadena de producción se desarrolla entre Álava, Palencia y Cataluña. Salvo las colaboraciones, solo produce bajo demanda.
Aunque estas iniciativas busquen fortalecer una comunidad local, que sea un sector en vías de desarrollo y en el límite de lo legal puede generar roces, desconfianzas y competencia. Si un lavadero mezcla distintos tipos de lana, si un proyecto es auténtico o solo oportunista… Joseba Edesa, desde el valle de Carranza, afirma: “Una gente se preocupa por la economía local y sostenible y otra se preocupa por su bolsillo y por salir en las portadas”. Por ello, las artesanas eligen cuidadosamente con quiénes trabajan y, si no tienen sus propias ovejas, asisten a la esquila para poder seleccionar la lana en cuanto se desprende del animal. Los primeros pasos consisten en dar con pastores que realicen la esquila sobre una superficie limpia, y no cubierta de heno. Y, claro, no aceptar la lana que les regalan: “Cualquier explotación ganadera a la que tú vayas ahora te regalará la lana. Pero ellos tienen que pagar por la esquila. No es muy ético que ellos paguen y yo luego esté vendiendo algo que me han regalado”, reflexiona María Clè.
Aun así, estos artesanos tienen en común más de lo que creen. No son proyectos nostálgicos en busca de un paraíso perdido, como sería el caso de la lana merina, que en el siglo XVIII fue “el oro blanco de España”. Coinciden en que la figura del pastor es fundamental y apuestan por colocarlo en un lugar central en la cadena de producción. También en que el verdadero cambio vendrá de una red de productores, lavaderos y talleres capaces de compartir recursos, de modo que el oficio no dependa solo de la perseverancia individual.
La autenticidad de quien tiene sus propias ovejas es insuperable, pero el oficio de la lana se ha vuelto un símbolo de sofisticación en todo el mundo que excede, por mucho, al primer sector.