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El epicentro del brutalismo en Londres se llama Barbican Center y está en el corazón de la City

El distrito financiero de la capital británica aloja una ciudadela maciza de hormigón armado y jardines colgantes como una Babilonia futurista inaugurada hace más de 40 años

Londres
Camilo Sánchez

La reina Isabel II inauguró en marzo de 1982 una suerte de oasis urbano y cultural encastrado en el corazón de la City londinense, el distrito financiero de la capital británica. Los diarios de la época descreían de su futuro, debido a la ubicación en una zona desértica y somnolienta a ciertas horas. Los dos nuevos teatros del centro cultural, agregaban los críticos, llegan a destiempo en medio del raudal de salas de todo tipo. Cuatro décadas más tarde, sin embargo, las críticas han quedado en buena parte desestimadas. Hoy es uno de los núcleos más vibrantes de Londres. Una suerte de babilonia brutalista. Un laberinto vivo entre jardines colgantes, fuentes, cines subterráneos, un lago artificial, guarderías o una biblioteca pública.

Lo cierto es que a partir de la década de los noventa se desarrolló un proceso de renovación urbana que abarcó el distrito financiero y el este de la capital al norte del Támesis. Los primeros 2.000 vecinos del Barbican, que lo habitaron desde los primeros años setenta, presenciaron una valorización imprevista de sus inmuebles. Y aunque persiste la creencia de que fue concebido para viviendas sociales, desde sus inicios este ha sido un enclave destinado a propietarios acomodados. De hecho, uno de los objetivos fundacionales fue enganchar compradores de mediana edad, con cierto nivel adquisitivo, capaces de costear el mastodonte cultural que se explayaría a ras de suelo. También se buscaba repoblar el centro financiero de la ciudad, arruinado por los bombardeos de la Luftwaffe alemana durante la II Guerra Mundial.

El camino del Barbican Center fue vidrioso en adelante. Su inauguración tardó tres décadas, desde que las autoridades compraran a principios de los cincuenta un terreno equivalente a 27 campos de fútbol (unas 16 hectáreas). Su diseño, inscrito dentro de la corriente modernista, nació desfasado en un país que dejaba atrás los pilares del modelo socialdemócrata de la postguerra y se zambullía en una terapia de choque neoliberal. El espíritu de la vivienda colectiva y la planificación urbana ahora sonaba anacrónico. Y la música de los Beatles y los Rolling Stones daba paso a los Duran Duran y The Police.

Por eso, el diseño de la inédita bestia futurista nunca ha puesto de acuerdo a los críticos. Forjada en concreto rocoso de tonos cafés, contrasta con el estilo grisáceo y límpido de otros proyectos brutalistas. Su singularidad y dimensiones aún despiertan desconcierto. Más aún en medio de una ciudad que entrevera edificaciones victorianas, o georgianas, con edificios contemporáneos de Richard Meier o Norman Foster. “Es como ver a un baby boomer [los nacidos entre 1958 y 1975] entre personas nacidas en los días del Brexit”, resumen dos críticos de arquitectura en el podcast About building cities (Acerca de construir ciudades).

“Esta propiedad, no lo olvidemos, surgió de las cenizas, como el ave Fénix”, recuerda Olivia Laing, vecina del Barbican, en un libro dedicado a sus residentes. “Es un producto directo del horror y la destrucción de la guerra. La puerta de Cripplegate, donde está situado, fue prácticamente arrasada. (…). Tantas casas fueron destruidas que, para 1951, solo quedaban 48 vecinos supervivientes en este barrio que fue próspero”, explica. Hoy es uno de los centros culturales más grandes e importantes de Europa.

Y el Barbican Bar & Grill recibe a los visitantes en el corazón del complejo con una agradable terraza de parasoles blancos y platos vegetarianos o hamburguesas. Un punto ideal si lo que se busca es disfrutar al aire libre de la amalgama entre espacio público, complejo residencial y centro para las artes. De hecho, esta es también la sede de la Filarmónica de Londres y solo en mayo acogió a la Orquesta Sinfónica de la ciudad bajo la batuta, en distintas noches, de Gustavo Dudamel, Antonio Pappano o Mark Elder.

Dentro del complejo teatral se halla el Martini Bar. Una barra discreta, iluminada bajo la colmena de paneles abovedados de hormigón armado que proyectan tonos naranja y amarillos. Se trata de uno de los tres bares desperdigados en esta mole arquitectónica y sirve para matar el tiempo antes de entrar a una exposición o un recital. Existen varias posibilidades de tours en internet si se quiere profundizar en la cantidad de detalles sobre diseño o historias que se desenvuelven con tan solo escarbar un poco.

“En cierto sentido, la tragedia del Barbican es que es un gran logro estético y estilístico con poca substancia. Es un lugar conservador, que se viste con el ropaje de todo un movimiento progresista. Siempre ha estado habitado y visitado por una población que nada tiene que ver con lo anterior”, incide el arquitecto británico Luke Jones en el podcast antes mencionado. “Una de las cosas curiosas del proyecto es que refleja las características y ubicuidad de los planes sociales del período de entre guerras. Inclusive en la City de Londres, que siempre fue epicentro de esta élite financiera archicapitalista”.

¿Cómo atraer a familias acomodadas a un condominio de hormigón en bloques de alta densidad habitacional? Esa fue la tarea para la cual se les encomendó, en mayo de 1960, su diseño a una firma integrada por tres arquitectos inexpertos: Chamberlin, Powell y Bon. El resultado fue un guiño al futuro en medio de un acervo histórico incalculable. De hecho, a través de esta zona se pueden descubrir vestigios de la muralla romana que delimitaba los confines de la antigua Londinium. Y The City of London Corporation, el distrito de la ciudad donde está emplazado, se rige por un singular cuerpo municipal que goza de mayor autonomía que los otros debido a su antigüedad.

Ahora, con el inicio de un proceso de renovación que arrancará en dos años, se abre una nueva etapa para este complejo bautizado con un nombre que hace alusión a las fortificaciones medievales. Una utopía que deslumbra y desconcierta en el corazón de Londres.

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Sobre la firma

Camilo Sánchez
Es periodista especializado en economía en la oficina de EL PAÍS en Bogotá.
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