Rihonor de Castilla y Rio de Onor, un idílico y singular pueblo dividido entre España y Portugal
Aquí se mezclan el portugués y el español, y los más veteranos hablan riodonés. También hay dos husos horarios, pero para sus apenas 30 vecinos no existen fronteras. A ello se suma que es la bisagra de dos entornos naturales muy seductores: por la parte española está la Sierra de la Culebra y del lado portugués, el parque natural Montesinho
Es un pueblo singular, sin duda. Un río que baja de las montañas lo vertebra como espinazo. Un humilde puente de piedra cruza el río. Del puente para arriba, el pueblo se llama Rihonor de Castilla, y está en la provincia de Zamora. Del puente para abajo, se llama Rio de Onor, y es Portugal. Tanto en el pueblo de arriba-povo do cima como en el pueblo de abajo-povo de abaixo se mezclan los idiomas portugués y español, y para colmo, los más veteranos hablan riodonés, para no pelear. Cuando arriba es una hora, abajo es una hora menos; para no volverse locos, la solución es no hacer caso del reloj, dicen allí. O sea, el lugar ideal para desconectar. Porque, además, digámoslo ya de entrada, el enclave es idílico.
Así ha sido y sigue siendo desde la Edad Media, cuando el reino bisoño de Portugal se separó del reino de León. En la teoría, es un caso raro de aldea comunitaria que ha captado la mirada de estudiosos. En la práctica, la mezcla no resulta tan complicada. Son apenas 20 o 30 vecinos (en verano el censo se hincha incluso más), y los cruces de parentesco entre los de arriba y los de abajo son tan comunes como los líos de lindes o terrenos. Familias sin fronteras, podríamos decir, tierras confusas. No hay tiendas. Cuando llega la furgoneta del pan o de la fruta toca la bocina para todos. Las tareas del campo son ahora poco menos que simbólicas, puro hobby, la mayor parte del vecindario está jubilada.
Antes sí, había más animación. Los hombres atendían las viñas, los magros cuadros de cereal, las huertas, los prados, las cabras y vacas, la madera del monte. Y se hacía todo dentro de un orden comunal, como forma de subsistir y adaptarse al aislamiento impuesto por una lejanía y unas condiciones difíciles. Cómo discurría entonces la vida puede verse ahora en la Casa do Touro. Era la cuadra donde encerraban al toro comunal, el touro do povo para as festas dos rapazes. El rústico edificio de mampostería, en la parte portuguesa, fue acondicionado en 2018 por jóvenes arquitectos para rescatar la memoria del pueblo. En sus dos plantas se explica, a través de paneles, fotos, trajes, objetos y vídeos, cómo era antaño la vida en esta aldea comunal y mestiza. Muchas de las tareas eran comunales. Un Conselho o Concejo adoptaba, en reuniones abiertas, las decisiones conjuntas para cubrir las labores cotidianas, la tala de madera, la siega de los prados, la colecta de la miel, la cosecha de cereal, las fiestas de los mozos. En alguno de los vídeos hablan ancianos que aún salen a tomar el sol en los bancos a la puerta de sus casas. Pero otros muchos ya partieron definitivamente.
La Casa do Touro no es, claro está, la única rehabilitada. Algunos de los aldeanos que emigraron en su día, y después volvieron con algún dinero, adecentaron sus lares familiares, no siempre con criterio acertado. Porque la arquitectura popular de este pueblo es tan notable como su armazón social. Las casas son todas de piedra y pizarra; la parte baja era la cuadra para las bestias; a la parte alta, donde están las habitaciones, se asciende por una escalera exterior que desemboca en una veranda de madera. Tanto la escalera como la balconada sucumben a la humilde coquetería de tiestos y macetas.
Hay una iglesia con espadaña, la de Santa Marina, con su casa parroquial y el cementerio. También hay un lavadero, una forja, un molino, unas escuelas arrumbadas, todo congelado en el olvido. Ha resurgido un bar o casa de comidas junto al río, O Trilho de Onor, donde se pueden probar quesos de cabra, embutidos, las típicas bolas (pan relleno de chorizo y tocino) o las alheiras tramontanas, una especie de salchichas caseras. También hay un sitio para pernoctar, la Casa do Río. Pero otras opciones para comer o dormir hay que buscarlas ya en Puebla de Sanabria (España), a unos 14 kilómetros, o en Bragança (Portugal), a unos 20 kilómetros.
Rihonor de Castilla/Rio de Onor es la bisagra de dos entornos naturales muy seductores. Por la parte española, está la Sierra de la Culebra —sí, la que saltó a primer plano de actualidad por dos pavorosos incendios en el verano de 2022, que quemaron 30.00 hectáreas y dejaron varios muertos—. A medio camino entre Puebla de Sanabria y Rihonor, en Robledo de Sanabria, se abrió en 2015 un Centro del Lobo Ibérico en un edificio de piedra de notable diseño. Algunos ejemplares de lobo ibérico (canis lupus signatus), cerca de una decena, preciosos, merodean por el centro en estado de semilibertad y se pueden observar de cerca.
Por el lado portugués, lo que arropa a Rio de Onor es el parque natural de Montesinho. Que, por cierto, fue votado como una de las siete maravillas del país, cuando aquella efímera fiebre de las maravillas. No son montañas muy altas (máximo, 1.500 metros), pero sí fragosas, con fauna abundante que se puede avistar gracias a varias agencias de safaris (fáciles de encontrar en internet): ciervos, corzos, jabalíes, lobos, tejones, ginetas… Y osos: un buen día de mayo de 2019, un oso pardo quiso dejar patente su presencia merendándose él solito 80 litros de miel de un atribulado apicultor. Al parecer, el oso era un intruso que se coló desde España, donde gozan de un programa de protección y alcanzan ya los 300 ejemplares. Un oso sin fronteras. Ibérico, como los lobos. El gran escritor Miguel Torga (1907-1995), que era de esta región de Trás-os-Montes, escribió unos amenos Cuentos de la montaña, y dio en el clavo al definir a Rio de Onor/Rihonor como “una metáfora de Iberia”.
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