Funchal, una ‘poncha’ y luego al mercado
La gastronomía portuguesa es la excusa perfecta para recorrer la capital de Madeira. Pistas para probar los ricos 'bolo do caco' y comer el mejor pescado
Situada frente a las costas del noroeste de África, Madeira fue elegida como mejor destino insular del mundo en los últimos World Travel Awards, los premios más prestigiosos del sector turístico, entregados en noviembre. En su capital, Funchal, es posible entregarse al turismo activo o perderse por su relajado casco antiguo, combinando las actividades de ocio con sus más variados platos típicos.
Té de hinojo antes del teleférico
Conviene empezar por Chocolate e Menta (D. Carlos I, 45A), una coqueta casa de té en la que degustar una infusión de hinojo con queijada casera (tarta de queso). No en vano, Funchal proviene de funcho (hinojo, en portugués), planta que abunda en la soleada bahía donde se fundó la ciudad en el siglo XV. A escasos pasos se encuentra el teleférico que sube a Monte. Tras 15 minutos de viaje con inmejorables vistas de 360 grados a la bahía, arriba es imprescindible pasear por el gigantesco Jardín Tropical Monte Palace, un vergel con cerca de 100.000 especies vegetales. Luego, el descenso más emocionante se hace con los Carreiros do Monte, una tradición de más de 100 años en la que hombres vestidos de blanco y con sombreros de paja deslizan al personal en unos carros de mimbre a través de dos kilómetros de zigzagueantes calles empinadas.
Entre frutas exóticas
Merece la pena hacer una parada en A Mercadora (Hospital Velho, 13), una pequeña taberna que funciona también como ultramarinos fundada en la década de 1940. Aquí se bebe la mejor poncha, un peculiar aguardiente de caña de azúcar de 50 grados, mezclado con miel y limón, y servido con altramuces y cacahuetes. Al salir cruce a la lonja, en la que venden todo tipo de carnes y pescados, hasta llegar al colorido Mercado dos Lavradores, un lugar turístico en el que los precios no son los más económicos, pero que merece un vistazo por su apabullante variedad de frutas exóticas.
Bocadillo en la calle del arte
Recorrer al casco antiguo de la ciudad portuguesa a través de sus grafitis es apetecible. La calle de Santa María ha cobrado vida gracias a la acción Arte Portas Abertas, en la que varios artistas han coloreado puertas abandonadas. La primera que se adornó se encuentra en el número 77, y en el 51, la terraza del restaurante Donna María, en la que aficionarse al bolo do caco, el pan tradicional con mantequilla de ajo. Se puede acompañar con gaiado (atún pequeño) y cerdo marinado, todo bien regado con un vino tinto Terras do Avo. Una opción más informal es el bocadillo de pez espada, con lechuga y tomate, que sirven en el cercano bar Cristalina Chique (Hospital Velho, 7). Para chuparse los dedos.
Bolo de mel camino a la bodega
Mucho más que una tienda de dulces, la Fábrica Santo António (Travessa do Forno, 27), fundada en 1893, nunca está vacía. Los locales compran aquí todo tipo de galletas —memorables las de jengibre— y, especialmente, el bolo de mel, que mezcla especias, frutos secos y miel de caña de azúcar, y que recomiendan —si se es paciente— guardar un año antes de su consumición. A cinco minutos está la bodega Blandy’s (avenida de Arriaga, 28), otra institución en la ciudad. Una visita guiada le ayudará a reconocer las diferentes variedades de vino, podrá admirar el más caro, de 1910 (1.100 euros la botella), y la edición especial por los 600 años del descubrimiento de Madeira.
Una cerveza Coral
Unos 12 kilómetros al oeste de Funchal, hay que aprovechar y visitar el icónico enclave de cabo Girão, uno de los acantilados más altos de Europa, con 580 metros y una plataforma de cristal suspendida. Cerca queda Câmara de Lobos, un pueblo pesquero en el que Winston Churchill pasó una temporada pintando. En recuerdo a su visita, en la terraza del hotel Pestana Churchill Bay (pousadas.pt), que mira al puerto, podrá tomarse una cerveza Coral, la única producida en Madeira, y hacerse una foto con una estatua del político británico.
Un huerto frente a la playa
A unos seis kilómetros de Câmara de Lobos está Fajã dos Padres, al que solo se puede acceder por mar o en un ascensor que desciende un acantilado de 300 metros. Fajã hace referencia a la tierra fértil a orillas del mar y eso es lo que uno encuentra en este paraíso, en el que Catarina Vilhena nos recibe para prepararnos una auténtica comida madeirense, con guarniciones de su gigantesco huerto orgánico y pescados frescos. Propiedad de la Compañía de Jesús (de ahí su nombre) durante más de 150 años, ahora es posible alquilar alguna de sus nueve casitas reformadas, comer en su restaurante con vistas al mar y bañarse en su playa.
Espetada en una quinta
Pez espada con maracuyá y plátano frito, espetada (brocheta) de calamar, queso fresco sobre repollo, pulpo con piña, pollo a la portuguesa con picante… No se vaya de Funchal sin visitar el Chalet Vicente, una quinta centenaria —antiguas residencias de aristócratas convertidas en hoteles de lujo— que destaca en medio de la ciudad, cuando uno se imagina que alrededor era todo campo. Cuenta con un bufet por ocho euros (un regalo para lo bien que se come en Portugal) y comparte espacio con un pub irlandés.
El afternoon tea
En el majestuoso hotel Belmond Reid’s Palace (Estrada Monumental, 139) se alojó la emperatriz Sissi con 120 sirvientes y pidió que le llenaran la bañera con nieve como remedio casero antiedad. Aquí también se hospedó Churchill. Hoy en su restaurante William, con una estrella Michelin, es posible sentirse muy british probando su refinado afternoon tea, compuesto por delicados sándwiches, scones recién horneados, pastelitos caseros y una selección de 24 tés. Para redondear el día, se puede acabar la tarde admirando el atardecer en Ponta do Sol.
Cóctel en el Savoy Palace
Para despedirse de Funchal, varias opciones. En el restaurante Avista del hotel Les Suites (Estrada Monumental, 145) sirven un delicioso sushi. En el gastrobar Terreiro (Imperatriz D. Amélia, 107), una delicada infusión de menta con crema brûlée. Y se puede terminar con un divertido cóctel en la terraza panorámica del restaurante Galaxia (avenida do Infante, 23). Este es uno de los cuatro locales del recién inaugurado hotel Savoy Palace, con techos cuajados de estrellas y una vista sobre el mar apabullante. Un proyecto de Nini Andrade Silva que cuenta con un centro de diseño homónimo en el muelle.
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