Viana do Castelo, entre el río, la montaña y ‘rissois’
Un puente de Gustave Eiffel, el Centro Cultural de Eduardo Souto Moura, la mejor vista desde Santa Luzia y pistas para comer rico y a buen precio en la ciudad portuguesa
Si para unos Portugal es el último país de Europa y para otros el primero, ¿qué será Viana do Castelo? ¿Rincón o rotonda, esquina o cruce de caminos? Para su alcalde no hay duda: con dos aeropuertos de dos países (Oporto y Vigo) a menos de una hora de coche, es el centro del universo. Y si alguien no lo cree, que se suba a la punta de Santa Luzia.
9.00. Una plaza, dos Pritzker
No hay forma más encantadora de llegar al centro histórico que el puente de hierro de Gustave Eiffel (1), construido en 1878. Con algún puntual remiendo, soporta el paso del tren, el de los coches y el de los peregrinos que siguen el camino costero hasta Santiago. Es aconsejable detenerse en la ribera del río Limia, porque, con una osadía impropia de ciudades modestas (85.000 habitantes), el Ayuntamiento apostó por reconvertir una zona olvidada en una especie de exposición de la mejor arquitectura contemporánea. En la plaza de la Libertad (2), del arquitecto Fernando Távora, se levanta a un lado la biblioteca municipal (3), de Álvaro Siza, y, al otro, el centro cultural de Eduardo Souto Moura (4), dos premios Pritzker frente a frente, con el río a un lado y la ciudad vieja al otro.
10.00. Subida al monte
Al capitán Luis de Andrade, santa Lucía le conservó la vista y en agradecimiento le construyó una basílica a principios del siglo XX en el monte más alto de Viana do Castelo (228 metros). Desde Santa Luzia (5) no hay panorámica mejor en el mundo, según National Geographic. Para llegar a la cima, la vía pedestre, muy bonita, tiene 659 escalones. La segunda posibilidad es el funicular: siete minutos para salvar 650 metros, el más largo del país (tres euros, ida y vuelta). El viaje tiene su aquel romántico, lo que quiere decir que el transporte está cerca de su centenario. Tampoco la subida en coche o autobús deja de tener su encanto, por una carretera sinuosa, estrecha y jalonada de casonas con sus camelias. Arriba, a los pies del templo, está todo: el río, el océano, la ciudad, playas salvajes, fábricas, astilleros y bosques.
11.00. El corazón de Viana
El emblema de la ciudad son su corazón de filigrana y su traje regional, imprescindibles para la romería de Nuestra Señora de la Agonía (del 16 al 23 de agosto). Resaltan por ello tiendas de ropas y complementos regionales, como Casa Verde (6) (Av. Dos Combatentes da Grande Guerra, 70) —donde siguen vendiendo toallas a los españoles—, y joyerías de artesanos capaces de entrelazar a mano hilos de oro y plata y engarzar perlas para confeccionar el famoso corazón de Viana, como elabora desde hace más de un siglo Venancio Sousa (7) (Da Picota, 57). Junto a las tiendas más típicas en la avenida de los Combatientes de la Gran Guerra hay otras de reputadas firmas de moda o el Universo Encantado (8), para legomaniacos. En la más coqueta calle Manuel Espregueira (9) conviven zapaterías a la última con la sede del semanario Aurora do Lima, que solo por tan encantador título se merece vida eterna. Lleva siglo y medio contando la actualidad de la región.
13.00. Percebes y pescado
En el muelle de pescadores está el Gil Eannes, un barco hospital construido aquí en 1955 y convertido en museo
En el muelle de pescadores está atracado el Gil Eannes (10), un barco hospital construido aquí en 1955 para socorrer a los bacaladeros portugueses que faenaban por Groenlandia. Desde 1998 se mantiene como barco museo, con su quirófano y servicio de panadería que nos recuerda que en Portugal se está haciendo tarde para almorzar. Cerca queda la Tasquinha da Linda (11), donde sirven unos rissois —una especie de croqueta— exquisitos, pulpo, percebes a precios portugueses y buenas almejas, aunque con exceso de cilantro, vicio nacional que le da más de un disgusto a los paladares españoles. Su pescado fresco a la parrilla da fuerzas para seguir ruta hasta el fuerte de Santiago da Barra (12), pasando por el monumento a La Mujer Vianesa (13), con las maminhas al aire.
15.00. Trajes, casas nobles e iglesias
Las calles del centro son un museo en sí mismas, en parte gracias al cuidado puesto en conservar lo viejo. No hay un letrero de bancos o de locales de comida rápida que estropee las fachadas de granito. Los neones que se mantienen son piezas de colección, como el de autos Avic. Hay que entrar al Museo del Traje (14) (plaza de la República, 58) y al de Artes Decorativas (15) (Largo de São Domingos, 4900-330), con la mayor colección de loza portuguesa del siglo XVII. Casas nobles, como la de Costa Barros (16) (São Pedro, 22-28), muestran el barroquismo nacional, el manuelino, más marítimo y menos religioso, aunque no hay que perderse la catedral (17) (Largo Instituto Histórico do Minho, 9) ni la iglesia del convento de Santa Ana (18).
18.00. Merienda en Manuel Natário
Quien quiera escaparse de iglesias y museos tiene un refugio en Taco Taco (19) (R. Grande, 31), uno de esos antros de paz en torno a billares. Cerca, aquí todo está cerca, la merienda obligada es en Manuel Natário (20) (R. Manuel Espregueira, 37), con la mejor Bola de Berlim —un bollo con crema— del país, aún caliente y con canela. El escritor brasileño Jorge Amado decía que una visita a la ciudad quedaba incompleta sin pasar por esta pastelería. Para degustar el mejor jesuita hay que seguir por la misma calle hasta la pastelería Dantas (21), que para algo lleva más de un siglo horneándolos. La calle termina con una plaza y un burro gigante montado por fray Bartolomé de los Mártires, que murió aquí mismo en 1590 y hace poco ascendió a santo.
20.00. Descanso frente al mar
Lo fuerte de Viana do Castelo no es la noche precisamente. Los estudiantes se reúnen los jueves en el DCB (22) (plaza de la Libertad) y los más noctámbulos se refugian los sábados en el Insómnia (23) (Alameda 5 de Outubro), con vistas al río. Más modesta en horarios, ruidos y perfecta para cenar es la Casa de Pasto Maria de Perre (24), todo bueno y a buen precio. Esta próxima a la Casa Manuel Espregueira e Oliveira (25), un palacio del XIX donde dormir con vistas al mar. Y en el santuario de Santa Luzia uno puede alojarse por módicos precios.
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