Diez escapadas inspiradas por diez hoteles especiales
De la comarca cántabra de Liébana al corazón 'hippie' de Ibiza, alojamientos escogidos por nuestro crítico hotelero a los que sumamos interesantes pistas para una estancia redonda
1. Ecos hippies en Ibiza
Esta agrupación de casitas bajas en Santa Eulària des Riu, corazón de la Ibiza hippie, fue uno de los primeros hoteles con encanto de la isla, abierto por Vicente Marí en su possessió familiar de 1800. Y a pesar de las sucesivas reformas, Can Curreu mantiene su autenticidad, palpable en los muros orondos y descuadrados de la arquitectura original y en los bancos tallados a mano.
Una ruta por la isla que rememore aquella calma pitiusa pasaría por las claras aguas de Cala Conta, al otro lado de la isla, frente a los islotes del Bosc y Sa Conillera. Y por localidades como Sant Agustí des Vedrà, Santa Gertrudis y Sant Mateu. Es buena idea visitar Ibiza fuera de temporada, cuando es menos bulliciosa –por ejemplo en su famosa playa de ses Salines– pero más auténtica que en verano.
2. Funcional y a buen precio en A Coruña
Como A Coruña no se abarca en un solo día, el hotel Attica 21 Coruña permite dedicarle todo un fin de semana: habitaciones cómodas y silenciosas desde 58 euros la noche junto al recinto ferial ExpoCoruña. Además, sorprende su vestíbulo, algo inusual por su verticalidad: ocho plantas que ascienden vertiginosas, especialmente a bordo del veloz ascensor panorámico, donde se mezclan ejecutivos y viajeros con mucho que ver.
Para empezar, el faro más antiguo del mundo en activo, la Torre de Hércules, que se puede visitar mediante una ruta guiada gratuita del Ayuntamiento coruñés, previa reserva (no incluye entrada a la torre, de 3 euros). Del cercano Atlántico se puede conocer la diversidad de su fauna en el Aquarium Finisterrae, una de cuyas salas está sumergida bajo el mar, y degustarla después en los bares y restaurantes del barrio de Monte Alto o, algo más allá, en la Pulpeira de Melide, una de las muchas posibilidades para el tapeo en torno a la céntrica plaza de María Pita.
3. Hospitalidad familiar en Liébana (Cantabria)
El entorno del Hotel del Oso, inmerso en el verdor de la comarca de Liébana, invita a caminar. Bien por hallarse en territorio de peregrinaciones– el monasterio de Santo Toribio de Liébana, meta del Camino Lebaniego, queda a unos 12 kilómetros–, bien porque al final de la carretera que pasa por su puerta (CA-185) se encuentra el teleférico de Fuente Dé, puerta de acceso al macizo central los Picos de Europa.
Después de ascender 753 metros de desnivel en un vuelo espectacular de casi cuatro minutos hasta la estación superior (a 1.823 metros de altura), se pueden contemplar las vistas desde su aéreo mirador, y echar a caminar por alguna de las rutas senderistas que parten desde aquí, de dificultad variada. La subida a Horcados Rojos, más exigente, ofrece magníficas vistas hacia el interior del macizo; la ruta Puertos de Áliva, siempre en descenso, devuelve al viajero a pie hasta el punto de origen, a la base del teleférico.
4. Tranquilidad y buena mesa en Navarra
Las elaboraciones caseras con productos de la huerta navarra de su acogedor restaurante ya justifican la estancia en el hotel rural Txapi Txuri, en Murillo el Fruto, al sur de Pamplona. Un alojamiento incluido entre los hoteles Logis, asociación francesa que distingue establecimientos de carácter familiar, ubicados en entornos rurales y en los que se disfruta de la quietud del campo.
Muy cerca, hacia el sur, se extiende el parque natural de las Bardenas Reales, declarado reserva de la biosfera de la Unesco, uno de los paisajes españoles más alucinantes. Barrancos, mesetas planas y caprichosas formaciones rocosas producto de la erosión salpican una extensión semidesértica de suelos de arcilla, yeso y arenisca, un escenario insólito que sedujo a los creadores de Juego de tronos.
5. Un caserío en los montes de Getaria (Gipuzkoa)
Un salón invernadero en invierno y una espejante piscina en verano son ya motivo suficiente para escaparse de todo en Iturregi, un caserío rodeado de viñedos de txacoli y con vistas al famoso Ratón de Getaria, pequeño pueblo de pescadores de la costa de Gipuzkoa en el que resulta un placer pasear por sus estrechas callejuelas adoquinadas, como el pasaje de Katrapona, vestigio de la Getaria medieval. Al final aguarda el puerto y los pescados a la parrilla del asador Astillero o los txacolís del Balearri, un chiringuito a la vasca en la playa de Malkorbe.
Si la escapada es estival conviene ampliar el alcance, pues la playa de Zarautz queda muy cerca, así como el pueblo de Zumaia, desde cuyo puerto zarpan los cruceros guiados frente a los acantilados y el flysch del Geoparque de la Costa Vasca, que también se pueden recorrer a pie desde la ermita de San Telmo, escenario selfie desde su aparición en la película Ocho apellidos vascos.
6. Panorámica pirenaica en Benasque (Huesca)
La hectárea de pradera exterior del hotel Selba d’Ansils incluye un pequeño bosque y vistas al hermoso valle de Benasque, capital del Pirineo aragonés. En el interior, las habitaciones, bautizadas con nombres de árboles pirenaicos, disponen de buenas camas, cómodos sillones y cuartos de baño acogedores. Si sumamos el elogiado desayuno casero, obtendremos una estancia perfecta para disfrutar de unos días de esquí en la cercana estación de Cerler, o de una excursión con raquetas para disfrutar igualmente de la nieve si no somos aficionados al esquí.
Benasque es agradable para pasear por su casco antiguo del pueblo –con la arquitectura popular pirenaica de la casa Faure y el palacio de los condes de Ribagorza–, pero sobre todo tienta a recorrer alguno de los itinerarios senderistas que recorren el circundante parque natural Posets–Maladeta, como la que asciende hasta los ibones y el collado de Vallibierna (2.800 metros), una de las etapas del sendero GR 11 en su tramo aragonés, con vistas a sus picos de más de tresmil metros (Aneto, Tempestades, Margalida…).
7. Escapada al Medievo en Espinosa de los Monteros (Burgos)
Dormir en una alcoba instalada en un recio torreón castellano del siglo XII, con la chimenea encendida y una bañera de hidromasaje en el cuarto de baño mientras el invierno burgalés cubre de blanco los tejados de Espinosa de los Monteros. Escaparse a la posada rural Torre Berrueza, de gruesos muros de piedra y atmósfera medieval, cuenta además con un segundo aliciente: las recetas de la abuela, basadas en productos locales, que se elaboran en el restaurante anexo.
El tercero es dedicar el día a recorrer la comarca de Las Merindades, al norte de Burgos, entre valles fértiles, bosques de encina y roble, y hoces calcáreas en las que se esconden ermitas románicas. Algunas tan sorprendentes como la ermita de San Bernabé, en el complejo kárstico de Ojo de Guareña, en la merindad de Sotocueva.
8. Noche palaciega en la Casa de los Molina (Úbeda, Jaén)
Las Casas del Cónsul, palacio del siglo XVI convertido en alojamiento turístico con 16 habitaciones en torno al remanso de paz de su patio interior columnado, se suma a las joyas de la arquitectura renacentista que conserva la localidad jiennense de Úbeda, que junto a la vecina Baeza cumplió 15 años como patrimonio mundial en 2018.
Dentro de su conjunto monumental resulta imprescindible la plaza de Vázquez de Molina, epicentro artístico de Úbeda, que concentra tres obras maestras del gran arquitecto del renacimiento andaluz, Andrés de Vandelvira: la Capilla del Salvador, el palacio del Deán Ortega (convertido en parador) y el palacio de Vázquez de Molina, que acoge actualmente el Ayuntamiento. Pero hay otras rutas igualmente tentadoras en la localidad, como la que recorre los rincones favoritos del escritor local Antonio Muñoz Molina, y lugares tan peculiares como el bar temático dedicado al cantautor ubetense Joaquín Sabina: la taberna Calle Melancolía.
9. Mirador al Atlántico en Cádiz
La historia de la Casa de las Cuatro Torres forma parte de la experiencia de los huéspedes que recalan en sus dormitorios con techos de hasta cinco metros de altura y vigas procedentes de un navío del siglo XVIII. Levantado en el barrio gaditano de San Carlos en el siglo XVIII, este palacete conserva una de las cuatro torres mirador que ya en aquella época dominaban el océano y la frenética actividad del puerto de Cádiz.
Por los aires habaneros de su Campo del Sur; la nueva gastronomía, con el restaurante Aponiente a la cabeza; Jerez de la Frontera y sus vinos, y espacios como la dehesa de Montenmedio, donde la Fundación NMAC invita a diferentes artistas a la creación de proyectos inspirados en la historia, el paisaje y los materiales de la zona, el diario The New York Times ha incluido a Cádiz entre los 52 destinos de moda para 2019. Razones para visitarla a las que, desde El Viajero, añadimos una docena más…
10. Sueños en la Lanzarote de César Manrique
El Palacio Ico, original de 1690 en la villa de Teguise, e incluido por César Manrique en su libro Lanzarote, arquitectura inédita, conserva tras ser convertido en hotel un espacio –la suite 05– que recuerda su uso anterior: una sede permanente para las obras que Heidi Bucher –su propietaria– expuso en el MOMA neoyorquino, el Pompidou de París o la Bienal veneciana. El patio central, con mesas y butacones bajo las palmeras, invitan a tomar el aperitivo y las habitaciones al descanso entre artesonados y suelos originales de madera del siglo XVIII.
La mañana del domingo es para pasear entre casas señoriales por las calles encaladas de Teguise, y no perderse el mercadillo de La Villa: cerámicas, cestería, deliciosos quesos o productos naturales a base de cactus y aloe vera. Después, se puede tomar un aperitivo en La Palmera y sentarse a comer rica comida canaria en El Tenique.
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