Habitación con vistas a la Alhambra de Granada

Hospedarse en Granada impone mucho respeto siempre. Por la historia y monumentalidad de la ciudad. Por tanta literatura, música, danza y sabiduría conjurada tras sus muros. Y por las callejas que configuran su casco antiguo, inextricables a quienes no conocen su alma morisca. Dar con la casa que ahora buscamos se antoja complicado incluso siguiendo los pasos que marca Google Maps. Es mejor preguntar al vecindario por el antiguo cuartel de los Migueletes, entre la carrera del Darro y la subida al Albaicín. El zaguán, la rampa de acceso, el patio y los salones de techos altos de Casa 1800 nos recuerdan el acento original mudéjar y castellano de 1642, fecha en que se construyó esta pequeña joya turística.

Ciertamente nos encontramos ante un riad de muchos quilates. Impresiona mirar hacia arriba con la intención de localizar el canto de las golondrinas en sus metódicos vuelos desde los apacibles cármenes circundantes hasta la torre de la Vela, en la Alhambra. Porque la luz dibuja ángulos y sombras sobre las cúpulas y el sonido murmura soledades en la fuente bicéfala que lo cierra a un costado. Por el empedrado se distribuyen unas mesitas que hacen más agradable la tarde a los huéspedes y sirven también de extensión matinal a la sala de los desayunos.

No menos apabullante es la altura de los techos, que en el caso de las suites sobrepasa los cuatro metros. Y qué decir de las vistas a la Alhambra desde sus balcones y ventanas. Entre las losetas de barro que reticulan el pavimento hasta las vigas de madera trenzaderas del techo se extiende un universo de reciedumbre castellana y elegancia decadente, con doseles de damasco y mobiliario de estilo imperio.

En este palacio con habitaciones para los mortales de hoy, más que servicio lo que uno vive es alcurnia. Amplios espacios para la higiene diaria y la memoria de los sueños, desde los albornoces califales hasta las toallas bordadas con el anagrama de la casa.

En el silencio del callejón que emboca a la plaza de Benalúa, convertido casi en una vía privada del hotel, se urden los deseos de revivir los cuentos alhambrinos de la España morisca. Sepa el viajero que muy cerca, al otro lado del Darro, se localizan unos baños árabes del siglo XIV rescatados para el hedonismo turístico con la firma de Hammam Al Ándalus.