Psiri, el barrio de moda en Atenas
En la calle de Agias Theklas vivió Lord Byron y en la de Anargiron abundan las terrazas al aire libre. Grafitis, bares y tabernas con mantel a cuadros invitan a disfrutar de la vida ateniense
Psiri es un barrio pequeño del centro de Atenas, limitado por cuatro calles, al oeste de la plaza de Monastiraki (1). Allí encontraremos las características de los barrios depauperados recuperados por artistas, luego retocados por comerciantes hipsters y finalmente descubiertos por turistas que creen visitar un barrio todavía contracultural.
Hay talleres de tatuaje, peluquerías de autor, showroooms de moda, hornos de pan de sésamo, cafés donde se fuma con narguile, bares con cervezas artesanas, ninguna corbata a la vista y barbas amish vestidas con chándales Adidas. El tono y el color lo dan los grafitis que literalmente invaden las fachadas y muros de los edificios: los hay coloridos y en blanco y negro, contestatarios o sexis, mal y bien dibujados.
8.00 Estadio de la Antigua Grecia
Quedan casas de estilo neoclásico en ruinas y solares con limoneros, verdaderos resistentes de otros tiempos
Para los amantes de los madrugones y el deporte, recomiendo comenzar la jornada con una carrera homenaje desde el hotel hasta el Panathinaikó (2), estadio de atletismo que acogió los primeros Juegos Olímpicos modernos, los de 1896, rehabilitado por los arquitectos Anastasios Metaxas y Ernst Ziller. También denominado Kallimármaro (“mármol hermoso”), se encuentra en Pangrati, junto al Jardín Nacional, y en la Antigüedad tenía capacidad para 80.000 espectadores, es decir, el doble que la de ahora, lo que nos da una idea de la proporción bestial de atenienses que acudían a presenciar los juegos. Está revestido de mármol blanco del vecino monte Pentélico, usado en la construcción del Partenón y de otros edificios de la Acrópolis ateniense (3).
10.00 Un café mañanero
Si vamos a Psiri en coche, conviene saber que el precio de los aparcamientos privados del centro requiere una investigación de tipo casi paranormal. El café es la bebida nacional griega, por encima del vino, la cerveza o los aguardientes. Si vamos con niños, podemos tomarnos uno en el Little Kook Café (4), que muestra un dragón alado sobre la puerta y una profusa decoración en el interior de cuentos infantiles. Una opción más adulta es el Nancy’s Sweethome (5), que mira a la plaza de los Héroes, el corazón del barrio, con una iglesia, locales con terraza, árboles y un misterioso WC en medio.
11.00 Un área que rezuma versos
Si hay que hacer compras, la tienda más recomendable es Melissinos Art (6) (Agias Theklas, 2), la de sandalias, cuyo actual dueño, hijo del fundador, es además poeta y dramaturgo. En la misma calle hay una casa en cuyo solar se alzó la desaparecida vivienda de Byron, así que el área rezuma versos.
13.30 Recetas mediterráneas
Los griegos adoran su propia cocina y no es de extrañar. Disponen de buenos productos, variadas recetas de sabor mediterráneo, y cuidan con mimo el aspecto y la iluminación de sus restaurantes. En Psiri hay sobre todo tabernas griegas de mantel a cuadros, algún indio, como Mirch (7), en Ermou, 109, y un restaurante kosher, Gostijo (8), en Esopou, 10.
Las callejuelas esconden pequeños restaurantes con terraza, y la elección más fácil es alguno de los de la calle Anargiron (9). Por un precio razonable puedes sentarte al aire libre, beber primero el vaso de agua que te sirven de cortesía y después un vino, tomarte un especiado keftedes (albóndigas con tomate, patatas y arroz) y acabar con unos pastelillos dulces y un café para no derrumbarte sobre el mantel.
15.00 Escenas cotidianas
Los paseos después de comer deberían ser relajados y contemplativos. Ahora podremos observar que en el área sigue habiendo casas de estilo neoclásico en ruinas y solares abandonados con limoneros en pie, verdaderos resistentes de otros tiempos. Si olvidamos los comercios, hay vestigios de lo que fue Psiri hace no tanto, cuando era un barrio de artesanos. Tras una puerta entreabierta, sentado a una mesa mínima, un pope barbudo habla por teléfono; tras otra puerta, un anciano cose un pantalón con una máquina de aspecto muy antiguo; cerca se exponen en la misma acera racimos de utensilios de latón mientras el dueño bromea con su pareja, una rubia teñida sentada sobre sus rodillas.
16.00 Largos mostachos
En los viajes algunos necesitamos descansar y reponer fuerzas antes de la noche. Buena hora para escuchar una historia sobre Psiri, de cuando muchos de sus vecinos provenían de la isla de Naxos y eran gente de mala vida. Había un grupo, los llamados koutsavakideswere, que lucían largos mostachos, chaquetas que llevaban con una manga libre, pantalones apretados y botas de tacón. Sus correrías y delitos fueron conocidos en la ciudad durante 50 años.
En 1893 un comisario, Dimitrios Baoraktaris, decidió acabar con ellos. Los detuvo, afeitó sus mostachos, cortó la manga que no usaban de las chaquetas, destrozó la punta de botas y tacones, les obligó a romper sus propias armas y los mandó de vuelta a casa, cabizbajos. La táctica de la humillación surtió efecto y ya no se volvió a saber de ellos. El comisario, envalentonado, acabó también con las serenatas de los enamorados utilizando un método igual de expeditivo. Sus agentes rompían la guitarra en la cabeza a los cantantes en celo.
19.30 Kolonaki, un barrio cuidado
Psiri es buen lugar para cenar y tomar una copa —sobre todo para los más jóvenes—, pero también merece la pena cambiar de aires y buscar el contraste. Kolonaki es un barrio selecto y cuidado, con el precioso parque Lofos (10) en lo alto de la colina de Licabeto. El Oikeio (11) (Ploutarchou, 15) es un restaurante muy agradable, donde comí una musaka (pastel de carne y berenjena con tomate y bechamel) espléndida. Dando a la plaza de Kolonakiou (12) hay dos grandes y concurridos cafés donde la gente pasa allí el día entero, trabajando, haciendo crucigramas o leyendo. Más allá se encuentra el Minnie The Moocher (13) (Tsakalof, 6), un bar con música en vivo y cócteles. Cuando estuve, algunos clientes se daban aires de ser famosos y quizá lo fueran.
Para acabar la noche, tras una última copa en Jazz in Jazz (14) (Dinokratous 4), dormir es cosa de cada uno.
Nicolás Casariego es autor de la novela Antón Mallick quiere ser feliz (Destino).
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