Servigroup Pueblo Benidorm, bullicioso y ‘felliniano’ desayuno

Por un módico precio de 10 euros, a 300 metros de la playa de Levante, el viajero puede aspirar a quedarse encerrado en el ascensor del garaje. Para evitarlo, conviene tomarse la molestia de descargar y dejar el equipaje previamente en recepción, aceptar la tarjeta magnética del dormitorio, pagar por adelantado la estancia y regresar a la calle para aparcar el vehículo en el subterráneo y llamar al ascensor con la susodicha tarjeta que evita el riesgo de quedarse atrapado. Una retorcida liturgia de bienvenida que más de uno considerará burocrática y descortés con el huésped.

¿Cómo solventar el incordio cuando se ha escogido para las vacaciones de verano en Benidorm un hotel de 539 habitaciones en un edificio de 16 plantas con cinco anexos de cuatro plantas cada uno? Máxime cuando no quedan muchas opciones en este tramo de litoral que cuelga cada mes de agosto el cartel de completo.

Lo mejor es ponerse con antelación en manos de Nereida Balsalobre y sus compañeras de recepción, cuyas ideas para mejorar la sostenibilidad del hotel y la acogida de los pasajeros merecen ser tomadas en consideración. El complejo atrae todavía a muchos centroeuropeos ansiosos de sol, playa y animación nocturna. Y repiten una y otra vez todos los años. Normal, si a veces hay quien llega a la cama sin la plena percepción de la dureza del colchón o las apreturas del cuarto de baño.

El enorme espacio vestibular es una auténtica urbe de salones, cafeterías, bar tropical, recepción abierta las 24 horas, guardarropa, salón de juegos con máquinas recreativas y hasta un cajero automático por si las moscas. Como en cualquier hotel vacacional, no faltan los paneles rotulados con el programa de animación cotidiano.

Aunque para experiencias, nada más emocional que el momento del desayuno, un verdadero marasmo de sillas, mesas, ruidos, codazos y café derramado sobre los estantes, junto a la estética gore de las sobras esparcidas en la inmensidad de un salón capaz de acoger a varios cientos de personas. Sirva de consuelo que aquí da igual presentarse de pajarita o en bañador. Es el espacio más libre de la estancia, el único lugar donde uno puede morder una manzana sin que nadie le aperciba porque el zumo gotea lentamente por la comisura de los labios. Es el momento más experiencial del agosto. Es el momento Fellini.