Plovdiv, una sorpresa búlgara
Ciudad multicultural, destaca por su legado arquitectónico. En el Teatro Romano aún se celebran eventos y el barrio de Kapana vibra con sus garitos y sus músicos callejeros
Tracios, macedonios, romanos, bizantinos, otomanos… Ocho mil años en plena zona de tránsito entre Oriente y Occidente dan para que deje su huella bastante gente. Enclavada entre los montes Ródope y las estribaciones orientales de los Balcanes, Plovdiv, con un área metropolitana de algo más de medio millón de personas, es hoy el segundo núcleo urbano de Bulgaria. Su carácter aglutinador de historia, tendencias y comunidades —hay gitanos, armenios, turcos y hebreos— le ha valido la capitalidad europea de la cultura en 2019. Para ello, la ciudad de las siete colinas —aunque puedan parecer cuatro, y en realidad sean seis—, un auténtico museo al aire libre, se somete a una intensa puesta a punto.
10.00 ‘Banitsa’, ‘ayran’ y tabaco
Tanto si el viaje es una escapada desde Sofía (dos horas en autobús) como si la noche transcurrió en Plovdiv, la estación del sur (1) es un buen punto de partida. En los numerosos puestos anejos se puede comprar banitsa, bollo búlgaro por excelencia a base de hojaldre, huevo y queso sirene; un poco de ayran, el yogur turco omnipresente en los Balcanes, y el obligado café, que hasta en los menos cuidados quioscos suele estar bastante bueno. Caminamos por la arbolada calle de Iván Vazov (2), dejando a la izquierda las casitas de principios del siglo pasado y haciendo alguna incursión a la derecha para contemplar las fachadas de las imponentes fábricas abandonadas que componían el barrio del Tabaco (3). Hay un proyecto para convertir la zona en centro artístico al estilo de Matadero en Madrid, aunque todo sigue en el aire.
11.00 Contando montañas
La colina de Sahat Tepe (4), que conserva su nombre otomano, está ajardinada y ofrece una excelente panorámica para situarse y otear la amalgama de estilos que componen el paisaje urbano. Al este, dando la impresión de ser una sola, se encuentran Nebet, Dzhambaz y Taksim Tepe, las tres colinas que albergaron la primera ciudad, el asentamiento tracio que tomó en el 342 antes de Cristo Filipo II, padre de Alejandro Magno, pasando a llamarse Filipópolis. Al oeste, dominando la ciudad desde Bunarzhik cual Cristo Redentor desde el Corcovado, se erige Aliosha (5), como se conoce a la estatua del anónimo soldado soviético que glorifica la memoria del Ejército Rojo. A su izquierda vemos el promontorio más alto, Dzhendem Tepe. Sumamos y… ¿dónde está la séptima colina? Markovo Tepe está en todas partes, la roca de sienita que la componía se usó para pavimentar el suelo a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
11.30 Pasteles armenios
Como capital de la provincia de Tracia, Trimontium, la ciudad de los tres montes, Plovdiv fue uno de los grandes núcleos del Imperio Romano. Prueba de ello son el espléndido teatro, el foro, cuyas excavaciones aún están en curso, o el estadio, que tenía capacidad para 30.000 espectadores y cuyo graderío norte asoma hoy en mitad de la calle peatonal principal. Para transitar entre los dos últimos subimos por la animada y ecléctica calle de Otets Paisiy (6), que concentra en su escaso medio kilómetro un amplio elenco de edificios modernistas y constructivistas —muchos aún sin restaurar— y apetecibles paradas. El café del Art News está especialmente delicioso y sus camareros son grandes conocedores de la ciudad y su vida nocturna. El siguiente local es una interesante y minúscula galería de arte, y un poco más allá hay una curiosa tienda de juguetes antiguos. En la pastelería armenia Canella se pueden degustar galletas y tartas de aquel país. Si nos pica el gusanillo del almuerzo, hay un par de buenos restaurantes (el bolsillo no se resiente demasiado). Al final de la calle, merece la pena torcer a la derecha para visitar los pórticos cubiertos de frescos de la iglesia de Santa Marina (7) y su campanario de madera de seis pisos. Enfrente hay una pequeña tienda de relojes de pared antiguos.
14.00 A la máquina del tiempo
Quizá por ser tan vieja, Plovdiv está trufada de tiendas de antigüedades. Además de las de juguetes y relojes antes mencionadas, recomendamos dos en las que sumergirnos en los tiempos del comunismo o el periodo de entreguerras. Las dueñas de las dos que hay en la calle Saborna (8) estarán felices de explicaros en un correcto inglés qué colectivo de trabajadores acuñó aquella medalla conmemorativa con la efigie del camarada Georgi Dimitrov, para qué servía este cachivache de la estantería o si realmente los niños y niñas de la patria socialista veían interesante las naifs revistas juveniles, acumuladas a decenas.
15.30 Museos en casas
Aunque el Museo Arqueológico (9) o, con sus excelentes mosaicos, la bastilla pequeña (10) (la grande está siendo restaurada con gran expectación por los tesoros que mostrará en 2017) no defraudan al visitante, nuestra apuesta es perderse por las empinadas calles de piedra de la ciudad vieja, entrando en alguna de las casas-museo. Comenzamos en la plaza que forman las calles Chetvarti Yanuari (11) y Konstantin Stoilov, en la que, como si del corte de una tarta se tratase, podemos ver los diferentes estratos que la ciudad ha acumulado. Subimos hacia la iglesia de San Constantino y Santa Elena (12), cuyo terreno ya albergó un templo cristiano en el siglo IV. Muy cerca hay una tienda con artesanía local a muy buen precio, la mayoría en cerámica y metal, de autores locales. El edificio que alberga el Museo Etnográfico (13), la que fue casa de un rico comerciante turco, es espléndido, y merece una visita de una hora. Para acabar, es de obligada visita el teatro romano (14), en el que todavía se celebran regularmente eventos como el Festival Internacional de Folklore o el de rock Sounds of the Ages.
18.30 Ocaso entre las ruinas
Todavía hay tiempo para más piedras, aunque esta vez sea descansando. Entre los restos arqueológicos de Nebet Tepe (15), la colina más al norte de la antigua Trimontium, se puede contemplar la hermosa puesta de sol sobre la ciudad, mezclados entre los jóvenes locales que se reúnen a esa hora.
19.30 Una trampa gustosa
Nuestro consejo para la cena es el Pavaj (16), de excelente trato y mejor carta sin salirse de los precios búlgaros, aunque se está poniendo de moda y es recomendable llegar con tiempo. A la salida nos encontramos en pleno Kapana, una zona gentrificada de calles estrechas. Aunque su nombre, la trampa, no le viene solo por lo laberíntico de su trazado. Hay multitud de garitos con buen ambiente y actuaciones en directo, como el Cat & Mouse y el Basquiat, entre otros.
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