La Cuchara de San Lorenzo: alcachofas de la vega del Guadalquivir

Diez años atrás, los hermanos Paco y Narciso López abrían las puertas de este restaurante frente a la iglesia de San Lorenzo, en el barrio cordobés del mismo nombre. Desde entonces, este negocio familiar, que cuenta con discretas reseñas en las guías gastronómicas, se ha convertido en uno de los rincones favoritos de los habitantes de la ciudad, al margen de los circuitos turísticos. Su cocina, de base tradicional e interpretación moderna, constituye un curioso popurrí en el que militan especialidades típicas de los mesones y tabernas andaluzas junto a otras con ribetes de alta cocina. Todas a precios sensatos en relación con la calidad de sus materias primas.

Paco López podría presumir de elaborar el mejor salmorejo de Córdoba, a la misma altura que el afamado Mesón de Juan Peña. Y también unos flamenquines espléndidos con patatas fritas, aparte de un gran carpaccio de gambas con salmorejo de su propio coral, las típicas berenjenas rebozadas a la miel de caña y la clásica ensaladilla de gambas.

Platos a los que se suman el sabroso paté de perdiz escabechada, los suculentos lomos de sardinas sobre pimientos rojos, y unas croquetas de ternera o de bacalao de masa suave. Recetas con tanta enjundia como el rabo con patatas chafadas.

A su lado, especialidades como el parmentier de hongos boletos con huevo o el rissotto de setas que se inspiran en fuentes lejanas. Dualidad que se hace extensiva a la forma en que se come en esta casa, a la carta o, de manera más informal, compartiendo tapas. “Hacemos platos de temporada, me gusta cocinar las verduras de la vega del Guadalquivir y los arroces melosos”, afirma López, orgulloso, con razón, de sus alcachofas con jamón y de sus ensaladas.

En ningún caso es aconsejable llegar al lugar con ideas preconcebidas. La casa brinda a diario hasta una docena de sugerencias fuera de carta, muy demandadas por sus clientes. Según la temporada, tal vez merluza en salsa verde con coquinas; huevo escalfado con trufa, jamón y chips de patata; riñones de cordero con patatas paja; revuelto de hígado de rape; mollejas de cordero en su jugo; pulpo asado con patatas chafadas y pimientos rojos, o salmonete con arroz meloso de sus interiores. Un repertorio cambiante del que acostumbra a salir airoso.

Con los postres la dualidad se mantiene. Junto a la torrija caramelizada con helado de canela, otros dulces con sellos lejanos como el brownie con helado de vainilla, el coulant de chocolate y una gran crème brûlée que estropea con la presencia de peta zetas.

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