La catana envenenada
El enólogo João Nicolau de Almeida, director de la bodeja Ramos Pinto, arrancó en Lisboa su particular ruta de los descubridores portugueses
João Nicolau de Almeida comenzó un viaje hace más de 20 años. Este enólogo, director de la bodega Ramos Pinto, se propuso realizar la ruta de los descubridores portugueses, un periplo intermitente que arrancó en Lisboa. Y que cada vez que tenía vacaciones continuaba por el mundo.
¿Cuántos lugares ha recorrido?
Viajo siempre con mi mujer y hemos estado en Azores, Guinea, Angola, Sudáfrica, India...
Les habrá pasado de todo.
En África, un mono me intentó quitar un sándwich. Lo aparté y me mostró los dientes en plan muy agresivo. En lugar de darle el bocado, le mostré yo los míos y huyó despavorido.
¡Qué osado!
Mi mujer también es muy atrevida. En una ocasión iba corriendo detrás de un grupo de avestruces. Huían porque creo que les quería hacer una foto. De repente, uno paró, se giró y le dio un picotazo a mi esposa. Yo no paraba de reír.
¿Alguna situación arriesgada?
En Malasia, tras visitar el puerto de Malaca, enclave portugués que en su época controlaba el tráfico marítimo en la zona, fuimos a la jungla. Íbamos a presenciar de noche la caza de cocodrilos en un bote de goma. Mi esposa no lo dudó y, cuando vimos a los reptiles dormidos, quiso acercarse sigilosamente con los guías. Yo me asusté, perdí el equilibrio y caí al agua. Nadé muy rápido y volví al bote.
Vaya...
En Borneo también fuimos en barca a visitar a una tribu. Según nos acercábamos por el río, nos encontramos con unos palos con cráneos ensartados. Antiguamente cortaban la cabeza de la gente para conquistar sus espíritus. “Tranquilo, ya no lo hacemos”, nos dijeron al recibirnos.
¿Les creyeron?
Nos invitaron a cenar y tras la comida empezaron a realizar una danza con trajes populares y una lanza. En su ritual te pasaban la mano continuamente por el cuello. A mí no me hizo mucha gracia. Luego nos trajeron unos puros.
Y fumaron en paz…
Ellos los sostenían con los dedos de los pies y los acompañaban de aguardiente. Acabamos muy perjudicados. En un momento dado, el jefe se levantó y cogió una catana. Todos empezaron a gritar.
¿Qué pasaba ahora?
La hoja estaba envenenada. No sabíamos si de un tóxico de los que te matan al momento o de los que lo hacen en horas o en días. Después de que se calmaran los ánimos, nos fuimos a dormir.
¿Le quedan ganas de aventura?
Claro. Todavía no hemos acabado la ruta. Para la jubilación haremos Brasil.
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