Soledad vertical

Seis kilómetros de pista infernal la separan del asfalto. Luego quedan otros tantos hasta dar con cualquier atisbo de civilización. No hay indicadores ni referentes visuales que nos guíen a través de la dehesa. En verano, el sol no da tregua. La luz restalla en los ojos. En invierno, el frío es desalmado. Un cubito de hielo sin Martini recorre la espina dorsal desde los arroyos profundos hasta las cresterías olvidadas de la sierra de Gata. Diríase que el mundo se ha hecho aquí en vertical. Arriba, los buitres leonados. Abajo, las moscas, golosas. Seis kilómetros de dehesa extremeña que parecen cien por lo agreste del camino.

La Ramallosa es un bocado exclusivo para quienes aprecian el aislamiento absoluto, el viaje único y experiencial. Allende los montes aparece otra dehesa de olivar, jara, robles y alcornoques encinta de una vieja aldea de piedra dorada que ha sido rescatada del abandono por Alfonso de la Fuente y su mujer, Rebecca, los únicos moradores del lugar. Cada caserío es un apartamento generoso para dos personas o dos parejas. Huelga aquí llamarlo suite. Todo es rústico, porque así lo quisie ron ellos. En penumbra todo el día, a fin de preservar la temperatura. Los muebles y las piezas decorativas provienen de los innumerables viajes realizados por la pareja. Los cuadros han sido pintados por el padre de ella. Tan solo puede resultar agobiante la ducha, muy estrecha para la inmensidad que ofrece la dehesa.

Alfonso y Rebecca gozaban de cierto estatus en Madrid, aunque en su interior sentían la llamada del campo. La historia de siempre en el turismo rural. Sembrar, desbrozar, cultivar, acarrear, cazar. Diseñar el comportamiento del huerto. Gestionar la nutrición del ganado. Los olivos producen el aceite de oliva virgen extra que consumirán los huéspedes. Una parte será luego embotellada y fletada a diversos países. El rebaño de 80 ovejas, útil en la limpieza del olivar, protagonizará algunos de los platos más genuinos de la cena. Las perdices y codornices que surcan el cielo acabarán también en el plato. Mientras, los automóviles duermen aparte, en un recinto vallado, como convidados de acero en el festín de piedra a que invita este hotelito con encanto.

Desde hace poco, los propietarios se han empeñado en atender sus relaciones digitales desde un enrutador wifi por satélite redesviado y amplificado a todo el complejo. Al visitante no deja de chocarle al principio tanto refinamiento en un lugar tan campestre.

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