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Un recorrido rojiblanco por Bilbao

Turismo en torno al Athletic con motivo de la despedida del estadio de San Mamés

Aficionados del Athletic de Bilbao en las gradas del estadio de San Mamés.
Aficionados del Athletic de Bilbao en las gradas del estadio de San Mamés.Pablo Blazquez Dominguez

No le viene mal el apodo de La Catedral, pese a la fanfarronería implícita, al estadio de San Mamés porque el fútbol, o mejor dicho el Athletic, es una verdadera religión en Bilbao. Mientras escribo estas líneas en su césped se disputa el último partido, cargado de nostalgia y tras cien años de historia: una historia que comenzó un 21 de agosto de 1913, y que inauguró, como no podía ser de otra manera, un gol de Pichichi a los cinco minutos de iniciarse el partido.

Y, aunque ya no podrá disfrutarse más del espectáculo en el campo, aún es posible visitarlo y recorrer su siglo de historia, antes del desmantelamiento definitivo, en el Museo que alberga en su interior: varias salas en las que se exhiben objetos de la equipación más veterana, distintas maquetas que muestran su evolución, un enorme collage con los retratos de todos los jugadores que han sido titulares a lo largo de los años formando una mítica y multitudinaria alineación que va de Zarra y Gaínza a Julen Guerrero pasando por Iribar y, por último, la joya de la corona, la sala de los trofeos, con sus 24 Copas del Rey.

La visita incluye además un recorrido por los rincones menos conocidos del estadio, a los que no sería posible acceder de otra manera: el palco presidencial y el antepalco, presidido por los retratos de todos los jugadores internacionales en torno a un imponente león de Tanzania disecado; la sala de prensa, con fotos de las gabarras surcando la ría, los vestuarios de los jugadores y, por último, el campo. Hasta allí peregrinan a diario aficionados, vestidos con camisetas rojiblancas, para rendirle el último tributo: una afluencia, para este pequeño museo, digna de admiración. Pero todo es poco para despedirse de este monumento emblemático de la ciudad, cuyo arco ha presidido nuestro horizonte desde la infancia. Yo, he de confesarlo, poco aficionada al fútbol como soy, sólo había visitado el estadio en dos ocasiones: en mi adolescencia, una noche, cuando un amigo consiguió, a base de tirarle piedrecitas a la garita del portero, que nos abriera sus puertas por unos minutos para nosotros solos, y 20 años después para decirle adiós; en ambas ocasiones no pude evitar emocionarme.

Y es que el Athletic es algo más que fútbol en Bilbao. Las banderas ondean en bares y fachadas. La transición hacia el nuevo San Mamés se produce sin excesivo traumatismo (se levanta justo al lado, al otro lado de la calle, más grande y moderno); el ritual de peregrinaje, de bar en bar por la calle Pozas (un ambiente único del que disfrutar aunque no vayamos al partido), permanecerá inalterable. La Fundación del Club, en su compromiso con la sociedad, sigue con su programación habitual de eventos: el más reciente, el Thinking Football Film Festival, que acogió una quincena de documentales internacionales de gran calidad. Y la sede del Club, en el Palacio de Ibaigane, un palacete a orillas del Nervión cuya curiosa mezcla de estilos barroco y neovasco de finales del XIX merece también una visita.

Para finalizar la jornada, nada mejor que cenar en el restaurante especializado en cocina vasca de la Peña Athletic del Casco Viejo (calle Pelota, 7) o acercarse a degustar los pinchos de su barra, en un ambiente cargado de historia futbolística. Y de postre, la versión más hincha del típico pastel bilbaíno conocido como Carolina: merengue y fresa con txapela de chocolate; los mejores se pueden encontrar en la pastelería Arrese (Gran Vía 24 y Rodríguez Arias 35), fundada en 1852. Porque, ya se sabe, los de Bilbao nacen donde quieren, y seguramente muchos de sus visitantes sentirán igualmente los colores del Athletic.

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