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VIAJEROS URBANOS

En lo más recóndito de Gran Canaria

Situado en una de las zonas de más difícil acceso de la isla, la casa rural El Patio de Agaete es el lugar perfecto para desconectar

Enrique Mesa

La casa rural El Patio de Agaete está situada en uno de los barrios de costa de más difícil acceso de Gran Canaria. En El Risco, a 50 kilómetros y una hora de coche desde Las Palmas de Gran Canaria. Para llegar hay que tomar la carretera que une Agaete con La Aldea y avanzar entre vertiginosos acantilados. Es el tramo de carretera más espectacular de la isla. 12 kilómetros, 20 minutos y 200 curvas. Hasta que la visión de bañistas corriendo en una cala de arena negra nos hace suspirar de alivio. La playa del Risco. Más adelante aparecerá el bar Perdomo ocupando una curva. No nos habíamos perdido.

El Risco son 150 habitantes en el corazón de la cola del dragón, que es a lo que recuerda el perfil de las montañas que descienden desde la cumbre hasta el mar visto desde el pueblo de Agaete. Una iglesia, el teleclub (hace 30 años que no lo hay, pero los lugareños siguen teniendo como referencia el local donde se ubicaba), el bar Perdomo y la tienda de comestibles Casa Lolo, señalizada con dos carteles escritos a mano sobre cartones amarrados al tronco de un laurel de la carretera. Casa Lolo, regentada por doña Paquita, su viuda desde hace siete años, será nuestro salvavidas durante la estancia. A ella podremos comprarle lo necesario. Y hasta obtener el favor de un tupperware con potaje de berros, gofio y queso del país incluidos.

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El Patio de Agaete (El Risco, 51. Telf.: 0034 928 88 61 61) son 75 metros cuadrados de vivienda y 800 de jardines. Tiene piscina. Cuesta 135 euros por día y la estancia mínima son dos noches, aunque los propietarios dan preferencia a las estancias más largas. Las han tenido hasta de tres meses. Está situada al final de una empinada carretera de asfalto, en lo que lo se conoce como el Risco de Arriba. El coche se deja aparcado en un margen de la calle y a la casa se accede por un estrecho pasillo delimitado por muros de piedras de medio metro de alto entre cañaverales. Los lagartos nos hacen el paseíllo. Entramos en ella por una vieja puerta de madera de tea.

Está habilitada para recibir parejas con un niño y un bebé como máximo. Y cuidadosamente decorada. En el patio de entrada, una mesa de madera y cristal bajo un pérgola de madera frente a ventanas pintadas en verde turquesa invita a desayunos y sobremesas. Las paredes del interior de la casa son naranjas. Las ventanas y puertas de madera recia llaman la atención sobre lo demás. Un dormitorio con camas para dos, un salón, un baño con original plato de ducha integrado. Y cocina sin microondas pero por lo demás completamente equipada.

Solo zonas del exterior cuentan con señal telefónica móvil convencional. Ni rastro de wifi y 3G (caso de urgencia, el wifi del teleclub puede sacarnos del apuro). Así que la estancia en El Patio de Agaete se convierte en retiro forzoso también de Internet. Ideal para una cura de desintoxicación de redes sociales y para recuperar el placer de la lectura. La paz, y la piscina entre verodes, tabaibas y plantas de aloe con vistas a impresionantes montañas, llenas de penachos amarillos por la proliferación de cerrillo, lograrán que pasemos mejor el mono. También el rincón preferido de Branko -el arrendatario, junto a Virgina-, dos bancos rústicos junto al patio de entrada bajo flores rojas de flamboyán entre higueras, limoneros, guayabos y aguacateros.

Cuando el momento lo requiera es imprescindible una visita a la playa, siempre en bajamar por la potencia con que bate el mar. Los atardeceres son monumentales con el Teide, en la vecina isla de Tenerife, como telón de fondo. Y la guinda suprema, una excursión de 20 minutos a pie hacia el interior de las quebradas. El paisaje parece habitado por dinosaurios. El destino final está a un kilómetro. Es el Charco Azul, en la confluencia de tres barrancos: 300 metros cuadrados de agua al pie de la montaña. En temporada de lluvias es posible darse un chapuzón debajo de las cascadas que nacen a 1.500 metros de altura en el pinar de Tamadaba.

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