Microcosmos medieval en Brujas
Canales, fachadas de terracota, cuadros flamencos en el Museo Groeninge y cervezas con misterio en la ciudad belga. Y un muelle sobre el agua cuyas vistas activan el romanticismo
Si uno buscara el prototipo de burgo medieval, activo y a escala humana, este sería Brujas, al noroeste de Bélgica. Sus 117.000 habitantes ocupan una superficie aceptable. Bicis y chalupas reducen el uso del automóvil al mínimo. Y sus tiendas, coquetas y lustrosas, son verdaderos museos del pequeño comercio. El nombre de Brujas no procede de ningún macrojuicio contra antiguas curanderas, sino de la raíz flamenca bryggia que quiere decir “muchos puentes”. Lo mejor es perderse por ellos en esta ciudad de cuento.
10.00 Un paseo en bici
¿Qué tal si nos vamos de Brujas nada más llegar? En el cruce entre Stoelstraat y Langestraat (1) alquilamos una bici y ponemos ruta al pequeño pueblo de Damme (a seis kilómetros). Un delicioso paseo bajo los álamos y a lo largo del canal cuya formación natural a causa de una tormenta abrió la lana de Brujas al mar e inició el esplendor de la ciudad en el siglo XI. También podemos hacer el recorrido en barcaza. El itinerario nos regala vacas y caballos paciendo en los prados, granjas en plena actividad, molinos de bellas caderas y la aldea de Damme, con su Ayuntamiento gótico, sus callejas y su héroe local presidiendo la plaza. Un buen panorama del Flandes occidental.
A la vuelta, junto a la tienda de bicis y la iglesia de Jerusalén se encuentra el Centro del Encaje (2), donde te enseñan a ligar los bolillos en diez minutos.
12.00 ‘Chill out’ junto al canal
Las fachadas de terracota, las agujas de sus iglesias, los callejones, pero sobre todo los puentes y canales confieren a Brujas un aire inusitado. No parece una ciudad, sino un parque temático, pero es una ciudad.
Vismarkt (3) es el mercado de pescado. Bullicioso y colorista por la mañana, se transforma en zoco de artesanías por la tarde. Estamos a la espalda de la gran plaza, pero aún no es el momento de entrar en ella.
Cruzando el puente de Wollestrat, a la derecha, encontramos Mood Shopping (4). Una casa noble del siglo XV que además de ofrecer productos típicos expone 780 botellas de cerveza belga, de las cuales puedes degustar 40, algunas de ellas a presión. Con todo, esto no es lo mejor, el local tiene una terraza chill out abierta al canal en Rozenhoedkaai, uno de los lugares más bellos de Brujas. Mientras degustas una Audernade o una Liefmans oscura, las barcazas pasan delante de tu mirada. El trayecto dura media hora por 7,60 euros el adulto y 3,40 el niño.
Si entra el hambre, hay varios restaurantes señoriales a un tiro: el Duc de Borgogne (5), con menús a 20 euros, o el Bourgoensch, en Wollestraat (6), en un callejón presidido por los escaparates de Le Boudoir (el tocador), el sex-shop más refinado que usted pueda imaginar.
14.00 Una siesta en el lago
Volviendo al canal encontramos el Museo Groeninge (7) para deleite de los amantes de la pintura de todos los tiempos: desde primitivos flamencos como Jan van Eyck hasta surrealistas como Delvaux o Magritte. Un poco más allá, la inmensa mole de la iglesia de Nuestra Señora (8) encierra una Madona con Niño de Miguel Ángel.
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Siguiendo el curso del agua, encontramos el Beaterio (9), un conjunto de casonas vigiladas por sinuosos cisnes. Estamos en Minnewater (10), el parque del amor, un lugar de ensueño, para reposar, para aderezar los sentidos bajo un sauce y llorar de gozo interior.
Haalve Maan es una fábrica de cerveza a la antigua, en Walplein (11). Las enormes cuvas de cereales rivalizan con vigas ancestrales en un conjunto arquitectónico que merece la pena visitar. Al final, hay una pequeña degustación.
Camino del centro, otra iglesia inexcusable, la catedral de San Salvador (12), de bellas vidrieras y columnas, y con buenos cuadros flamencos. Por Steenstraat entramos en Marktplatz (13). Ahora sí, la luz ha bajado y permite apreciar una de las plazas más vistosas de Europa.
16.00 La fantástica torre
Grande en todos los sentidos. Amplia, grandiosa, noble. En el centro, el monumento a los héroes que defendieron la ciudad de los franceses a comienzos del XIV, punto de reunión de jóvenes y mileuristas con el inevitable cucurucho de patatas fritas y mejillones. En el lado sur, la fantástica torre Belfort (14) o torre Hallen (del mercado), también conocida como torre del Campanario, aguja magnética de toda la ciudad. Sus 366 escalones permiten una vista fantástica del burgo. La cúpula encierra el misterio de sus 47 campanas, con un sonido al dar las horas que es una verdadera sinfonía del bronce y el latón.
Hora máxima para la visita: cinco de la tarde. Bajo la torre otra sorpresa: la galería Dalí junto al antiguo mercado cubierto. En un lateral, el palacio provincial (15), y, cerrando la plaza por dos de sus aristas, las casitas de los flamencos, esos prodigiosos edificios de tres a seis plantas con los tejados escalonados y el ladrillo visto. En una esquina, los coches de caballos en espera de clientes. A cien metros está la plaza Burg (16) con el Ayuntamiento (17) y sus palacios neogóticos y neoclásicos. Mucho más tranquila que la anterior, incluye un decadente y atractivo restaurante, Tom Pauce, a 16 euros el menú.
Es la hora de hacer las compras: los biscuits, los chocolates Godiva, los caramelos de lujo, los bordados y lencerías, por la calle Steenstraat (18), la más comercial.
20.00 El sabor mejor guardado
Es la hora también de acercarnos a los misterios del sabor. En una callejuela del barrio de los gremios, Cordoeaniersstraat, se encuentra La Rosa Roja (19) (café Rose Red). Su propietario, Krist, es un fanático de la cerveza artesanal. Asegura que hay 1.300 cervezas diferentes en Bélgica. Él dispensa 150. Muchas llevan nombres de monasterios y abadías, pero solo siete se fabrican realmente en estos claustros desde la Edad Media. Son las llamadas Trappist Beer. Anote los nombres: Achel, Chimay, La Trappe, Orval, Rochefort, Westmalle y Westvleteren. Algunas pueden encontrarse en barril de presión. En La Rosa Roja hay un pequeño jardín, una biblioteca especializada y un hotel por si los efluvios de estos jugos —con sabores a moras, cilantros, avellanas— que alcanzan los 14 grados a través de una segunda fermentación, le impiden salir a la calle por su propio pie.
Si no es así, si le apetece pasear, vuelva a Marktplatz, contemple las casitas de los flamencos iluminadas desde dentro, cruce el canal, vuelva a encontrar el muelle del Rosario, Rozenhoedkaai (20), en la soledad de la noche. Reconozca que es uno de los lugares arquitectónicos más simples, bellos e inquietantes que ha conocido. Y con niebla, ni le cuento. Algo se mueve allá abajo, en el agua. Solo es un cisne que estira el cuello por un pasajero insomnio y vuelve a dormir.
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