Asombro de almenas
PARADOR DE BAIONA, un castillo medieval con vistas al Atlántico
Con cara de perplejidad. Así entran los que vienen de otras latitudes suspirando por aquello que solo han visto en las películas de Walt Disney: un castillo con sus almenas, sus barbacanas, sus torres y sus puentes. Porque este recinto amurallado que antaño defendía a Baiona, en Galicia, tiene mucho de Disney por las sucesivas remodelaciones sufridas, es verdad. Pero su origen no es nada inventado. Fue plaza fuerte dos siglos antes de Cristo, resistió el saqueo de Almanzor y otras posteriores incursiones musulmanas, ejerció un rol importante durante las guerras hispanolusitanas libradas por el rey Alfonso VII contra su primo, y salió incólume del asedio comandado por el duque de Lancaster a finales del siglo XIV. Su fama de inexpugnable, gracias al doble y aun triple cinturón de murallas que lo protegen, motivó que los Reyes Católicos decidieran instalar en su interior el Ayuntamiento de la villa, desde cuyos ventanales fue avistada por primera vez la carabela Pinta a su regreso de América.
PARADOR DE BAIONA
PUNTUACIÓN: 7
Categoría: cuatro estrellas. Dirección: Península de Monterreal. Baiona (Pontevedra). Teléfono: 986 35 50 00. Fax: 986 35 50 76. Reservas: 902 54 79 79. Internet: www.parador.es. Instalaciones: jardín, piscina, tenis, gimnasio, sauna, salón, 10 salas de convenciones (465 personas), bar, comedor. Habitaciones: 115 dobles y 5 suites. Servicios: algunas habitaciones adaptadas para discapacitados, no admite animales. Precios: desde 90 la doble, con desayuno e IVA.
Imposible un argumento más iniciático para establecer aquí un parador, aunque al arquitecto Ángel Fernández Alba se le haya pasado un poco la mano con el recreacionismo histórico en su adaptación hotelera. Sí consiguió, hace ahora una década, una racionalización de los dormitorios y una redistribución del claustro que dio más luz y aire a los espacios comunes. Un concepto que merecería ser hoy revisado en aras de una mayor autenticidad arquitectónica y una verdadera secuencia experiencial de la estancia en este monumento. Es una pena que la suite principal del parador, el Torreón del Conde, con un precioso balcón achaflanado sobre la ría de Vigo, se vea tan caduca y menesterosa, a pesar de su dosel. Es una verdadera pena que la experiencia de vivir dentro de un castillo medieval no se sienta en el interior del parador, sin que haya que buscarla en el camino de ronda o en los accesos asfaltados a través de los arcos y matacanes originales.
Afortunadamente, el pinar que puebla estos recovecos de almenas, garitas, pasadizos, levas y escalones recogidos entre los pliegues del Monterreal insufla un mejunje de aromas naturales para pituitarias agradecidas, desde la balsámica asepsia de la clorofila hasta el vigoroso cloruro de la sal atlántica. Aunque si de olores se trata, nada más tentador que sumergirse en los fogones de Pedro Merino, que ha conseguido elevar la cocina de Paradores a un nivel hasta ahora inusitado.
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