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Viajan solos, llegan solos Los adolescentes son los grandes olvidados en la crisis migratoria de Centroamérica a Estados Unidos. Muchos son obligados por sus padres a emprender este viaje plagado de peligros. Llegar tampoco es el final del trayecto Bresan tenía 16 años cuando las pandillas en Honduras mataron a su primo y él huyó a través de México hasta cruzar la valla y 'tirarse' en California. Casi dos años después, finalmente fue liberado y encontró refugio en un albergue en Tucson, Arizona. Nick Oza Más de medio millón de unidades familiares (un menor y su padre o tutor) y menores no acompañados, la gran mayoría centroamericanos, fueron detenidos por las autoridades estadounidenses al haber cruzado ilegalmente la frontera entre México y Estados Unidos en 2019, el número más alto jamás registrado. Nick Oza Tabora Garcia y su hijo buscan un momento para rezar frente a un altar en un albergue para migrantes en Tucson, Arizona. Nick Oza Después de pocos días de detención, la mayoría de los migrantes son acompañados por las autoridades federales hasta albergues como este, un antiguo monasterio transformado en refugio para una ONG católica en Tucson, Arizona. Nick Oza Antes de cerrar, salvo para los más vulnerables, debido a la pandemia, la Casa del Migrante en Saltillo, en el norte de México, era una parada de descanso muy agradecida por una cantidad sin precedentes de migrantes y refugiados centroamericanos en su camino a Estado Unidos. Sin embargo, la amenaza constante de los cárteles y traficantes en la región es tal que el acceso al albergue, cercado por alambre de púas y con una reja impenetrable, siempre se controla estrictamente. Nick Oza En Estados Unidos, Bresam pudo asistir por la primera vez al instituto y disfrutar de su pasión por dibujar o incluso simplemente caminar por el barrio. Puso sus dibujos en una grande carpeta que también contenía fotos y cartas del albergue de menores no acompañados donde había pasado más de 14 meses, y donde fue elegido presidente del consejo estudiantil. Nick Oza Jóvenes y familias encontraban en la Casa del Migrante en Saltillo, en el norte de México, no solo un hogar acogedor en una región adonde los cárteles atacan a los migrantes sin misericordia, sino también la oportunidad de unos momentos de recreo como estos ejercicios en el patio de primera mañana. Nick Oza Prácticamente todos los adolescentes que huyen de sus países, como estos jóvenes hondureños y salvadoreños en Saltillo, México, tarde o temprano tienen que poner sus vidas en manos de los traficantes que controlan las rutas migratorias en Centroamérica, México y Estados Unidos, incluso los que tratan de subir a lo largo de México viajando en el infame tren conocido como 'La Bestia'. Nick Oza El crimen organizado ejerce tanto control sobre las rutas migratorias en las Américas que algunos adolescentes como Carlos (camisa blanca), de Honduras, que no tienen suficiente dinero para pagar la extorsión en la frontera entre México y Estados Unidos, no tienen más opción que dar marcha atrás, esperando en las vías para un tren de carga con rumbo "pabajo". Carlos, padre de un bebé, se había puesto una camisa blanca especialmente para el viaje, ya que tuvo que caminar por el pueblo de Saltillo para llegar a las vías del tren desde la Casa del Migrante. Nick Oza Monedas de varios países en un albergue para migrantes en Piedras Negras, Coahuila, México, donde el Río Grande marca la frontera con Texas, Estados Unidos. Nick Oza Nixon, de 19 años, recibió asilo en México después de huir de Honduras, donde dijo que llegó a intentar suicidarse debido al acoso por su bisexualidad. Sin embargo, junto con su madre ciega, esperó toda la noche en Ciudad Acuña, separada por el Río Grande de EE UU, en una tienda para que un 'guía' los llevase al destino de sus sueños. Aunque más solicitantes de asilo se han quedado en el norte de México en el último año, la gran mayoría apunta a una nueva vida en el Norte, a pesar de que el cruce de la frontera es controlado por los carteles. Nick Oza Un agente del U.S. Border Patrol (la patrulla fronteriza de Estados Unidos), Jacob Stukenberg, inspecciona la valla fronteriza que separa de México el Monumento Nacional Organ Pipe Cactus en un tramo remoto del desierto de Arizona. En la primavera y principios del verano de 2019, un número récord de jóvenes y familias centroamericanas cruzaron por este ppunto sin autorización y se entregaron a las autoridades de inmigración de Estados Unidos, quienes rápidamente llevaron la mayoría a albergues. Nick Oza Alumnos de secundaria practican la actuación para el día de la independencia guatemalteca en la pequeña aldea de Xoconilaj, Santa Bárbara, Huehuetenango. Muchos educadores en la región lamentan que los padres llevan a los niños a trabajar en la cosecha de café en la costa o en México, perdiendo meses de colegio, y que los jóvenes se acostumbran a este ciclo que raramente abre la puerta para salir de la pobreza, si no intentando de migrar a Estados Unidos por rutas controladas para los traficantes. Nick Oza Tan pocos estudiantes llegan al instituto en La Democracia, Huehuetenango, Guatemala, que las clases de secundaria se celebraban por la tarde en la escuela primaria, con los estudiantes apretados en los escritorios de tamaño infantil. Uno de los recién ex alumnos, Heffner, terminó su educación a pesar de que lleva más de tres años soñando con ir “al Norte”. Nick Oza La Mesilla, Huehuetenango, Guatemala, marca la frontera con México en la carretera panamericana, que se ha convertido en los últimos años antes de la pandemia en una de las rutas más populares para migrantes desde Centroamérica que buscan asilo o nuevas oportunidades en Estados Unidos. Nick Oza Alex García, de 16 años, carga madera cerca de su casa en la pequeña aldea de Aldea La Laguna, en las montañas de Huehuetenango, Guatemala. En los municipios más pobres, miles de niños pierden meses de escuela primaria porque sus padres los llevan a trabajar en la cosecha en la costa y en México. Nick Oza Ciudadanos guatemaltecos celebran su Día de la Independencia alrededor del Monumento a Tecun Uman, en Quetzaltenango. Nick Oza Jóvenes guatemaltecos se toman un descanso en una finca de café cerca de Santo Tomás La Unión, en Suchitepéquez, Guatemala. Al terminar el sexto grado, muchos nunca vuelven al colegio, y los adolescentes suenan con migrar a los Estados Unidos. Nick Oza María, una guatemalteca de 14 años, llegó a EE UU con un su hermano mayor hace más de dos años para reunirse con su madre en Phoenix, Arizona. Antes de que la pandemia cerrara su escuela, estaba prosperando en la clase de inglés, ganando confianza cada día más. Nick Oza Carlos, de 19 años y padre de un bebé, se ha puesto una camisa blanca especialmente para el viaje de vuelta a su país, Honduras, desde el Saltillo, México, tras fracasar en su intento de llegar a Estados Unidos. En La Democracia, Guatemala, Heffner sabe bien que lo máximo que puede ganar es unos 2.500 quetzales al mes (275 euros), trabajando duro en varios empleos, como está haciendo él. No es suficiente para emprender ahora un viaje a Estados Unidos. El endurecimiento de las normas en Estados Unido ha encarecido los servicios de los traficantes. Al mirarla mientras hace sus tareas, la madre de María para de trabajar por un instante y se llena de orgullo. Criada en una familia indígena pobre y un ambiente abusivo, la progenitora nunca asistió a la escuela: “Yo quiero mejor para ellos. No quiero como yo”, dice en un español titubeante. Nick Oza Rolando, de 16 años, fue uno entre más de medio millón de unidades familiares y menores no acompañados a quienes las autoridades estadounidenses detuvieron al haber cruzado ilegalmente la frontera entre México y Estados Unidos en 2019. El padre de Rolando le forzó a emigrar de La Democracia, Guatemala, porque un 'guía' le vendió pasaje a mitad de precio con la premisa de que, como familia, se les permitiría entrar. Y efectivamente, unos pocos días después de que la patrulla fronteriza les encontrase justo dentro de la frontera, Rolando y su padre fueron acompañados por las autoridades federales hasta un antiguo monasterio transformado en albergue para una ONG católica en Tucson, Arizona. En los últimos años, centenares de miles de familias y menores se entregaron a los agentes de la patrulla fronteriza estadounidense pidiendo asistencia humanitaria, siguiendo las instrucciones de los traficantes que les dejaban con un autobús a pocos metros al sur de la frontera México-EEUU. Liberados en pocos días, eran entregados a albergues. En la foto, las familias, justo bajadas de los autobuses de las autoridades federales, reciben asistencia médica por voluntarios en la antigua iglesia de un monasterio reconvertido en refugio. Nick Oza Esta pantalla en un albergue en Tucson, Arizona, marca los largos viajes en autobús a lo largo de Estados Unidos que los voluntarios ayudan a reservar a las familias migrantes. Nick Oza