Una ayuda para aterrizar en el mundo real
Los centros auxilian a la transición hacia la vida profesional de aquellos que necesitan habilidades que van más allá de las aulas
Seis de cada diez españoles tienen estudios superiores a los obligatorios, según las últimas cifras disponibles de la OCDE; la mayoría, en universidades. Para muchos de ellos, el último año de carrera es el fin de un proceso que les ha llevado la mayor parte de sus vidas. "Cuando un estudiante llega a la universidad, de lo único que se preocupa es de aprobar las asignaturas, el mundo exterior está muy lejano", explica Máximo Juan Pérez García, delegado del rector para empleabilidad y alumni de la Universidad Autónoma de Madrid. "Pero cuando empiezan realmente a preocuparse es en cuarto". En todo caso, es una transición que, en muchos casos, es aterradora, y más para los estudiantes que no han tenido la necesidad de probar suerte en el mercado laboral durante la carrera. Es por eso por lo que universidades e instituciones tienen programas diseñados para ayudar a los jóvenes en ese proceso.
"Los estudiantes necesitan un conjunto de actividades que pongan un cierre a una etapa importante de sus vidas", explica John N. Gardner, autor de algunos de los libros de referencia acerca de esta época académica. "Eso incluye reflexionar sobre lo que han experimentado, integrar lo que han aprendido y pensar en el impacto de toda esa experiencia, incluyendo qué es lo que van a hacer con lo que saben".
La suerte es que, para entonces, ya tienen un bagaje mental más completo para enfilar ese desafío. Jordi Alonso es uno de los coordinadores del programa UniverSAL (Universidad y Salud Mental), que estudia los efectos de la incorporación a la carrera sobre la salud mental de 2.200 jóvenes españoles. Aunque el estudio no cubre a los estudiantes de último año —"Tenemos interés en hacerlo", puntualiza Alonso—, la experiencia como profesor de su coordinador da algunas pistas acerca de cómo se vive esta etapa. "La vida universitaria, aunque parezca mentira, es muy estresante, sobre todo en los primeros años", explica. "Veo nerviosismo, ansiedad y cierto estrés en los últimos años, pero es un estrés que se afronta de manera más eficaz, porque son más maduros. La carrera hace de selección natural".
Una cuestión psicológica
Prepararse para la vida real puede ser un problema psicológico, pero no solo, como apunta Gardner. "También es financiero: por ejemplo, ¿cómo voy a mantenerme yo y, quién sabe, una familia? ¿Cómo voy a pagar mis deudas?", considera. "Y también filosófico y de valores: ¿qué clase de vida quiero llevar? ¿Adónde? ¿Con quién? ¿Quiero quedarme en mi país o buscarme la vida en otro lugar?".
A veces, las deficiencias son incluso más básicas. "Hay gente que no sabe hacer una presentación, no sabe trabajar en equipo", apunta Alberto Barroso, director del Secretariado de Prácticas en Empresas y Empleo de la Universidad de Sevilla. Y eso es un problema serio. "Creo que es fundamental hoy en día, no ya por la pandemia, sino por la competitividad y el ciclo de mercado, darse cuenta de que un título universitario se queda corto", considera Pérez García. "El mercado de trabajo y las empresas exigen estar en permanente actualización".
Universidades como la Carlos III de Madrid han incorporado estas necesidades a sus planes de estudio. "Entendemos que el desarrollar habilidades, conocimientos y herramientas que se sumen a las adquiridas en un estudio de grado es un valor añadido", explican desde la institución. "Suponen una seña de identidad de la universidad, se integran en todos nuestros planes de estudio y es necesario superarlas para obtener el título". La Autónoma de Madrid también tiene programas de este tipo durante toda la carrera, con talleres especializados para cada etapa. "Un estudiante de primer año ve muy lejano abrirse una cuenta en LinkedIn, pero más tarde no", explica Pérez García. Para los últimos cursos hay "temas que profundizan en estas materias, como relacionarse en el mundo laboral, cómo preparar oposiciones o una gestión inteligente del tiempo".
Para Gardner, las universidades no deben tener miedo de impulsar esta clase de programas por temor a que no interese a sus destinatarios. "Los estudiantes de último año son un público cautivo", considera Gardner. "Muchos de ellos han invertido mucho tiempo, energía y dinero para dejarnos. Además, muchos de ellos están en un momento de aprendizaje. Están listos para considerar más seriamente las cosas que podemos ofrecerles, más que en puntos anteriores de sus carreras. ¡Y queremos que se vayan con un buen sabor de boca!".
No solo la universidad tiene esta clase de iniciativas. Desde hace seis años, la Fundación CyD organiza programas de mentores para facilitar la transición de los jóvenes universitarios. "Nosotros ponemos en contacto a los mentores, que suelen ser directivos de grandes empresas, con los jóvenes de último año", explica Melina Díaz, directora de comunicación de la fundación. "Lo que hacen es trabajar cómo ir a una entrevista profesional, cómo prepararla".
Pero "el programa no garantiza un trabajo en esa empresa, más bien todo lo contrario", alerta Díaz. "Se trata de utilizar los consejos y la mirada de alguien que transitó por ello y que ya está en la posición. Los mentores, con su experiencia, brindan una mirada y un acompañamiento. No solo los mentores transfieren conocimiento, sino que también aprenden de las personas con las que están".
Según Díaz, la experiencia de todos estos años demuestra que estos programas valen la pena. "Si hay algo que sobrevuela todos los testimonios de los estudiantes es que, tal y como ellos lo ven, la universidad presta una formación académica", explica. "Este programa aporta una parte más humana, de herramientas, recursos y valores como la honestidad, el compromiso, valores que se generan en un nexo".
Y no son los únicos beneficiados. "Los mentores cuentan que estaban algo temerosos, pero luego la relación es muy buena", apunta Díaz. "Si bien hay una diferencia de edad, se genera algo muy humano. Es fundamental el compromiso de ambas partes. No solo los mentores transfieren, sino que además aprenden de los jóvenes".
La Carlos III también tiene un programa de mentorazgo en el que 400 exalumnos (con al menos cinco años de vida profesional) orientan a los estudiantes de último año a través de entrevistas "dirigidas a apoyar al estudiante en el proceso de reflexión y toma de decisiones con vistas a su paso al mundo profesional", como explican desde la universidad.
¿Pero puede un estudiante aprender en un año habilidades que no ha procesado durante toda su educación?". "Por supuesto que no", considera Gardner. "Pero antes de ese momento, los estudiantes no estaban listos para aprender muchas de las cosas a las que debían haber prestado más atención: no puedes enseñar a nadie nada si no está listo para aprender. Pero en el último año están listos para pasar página y más les vale aprender de lo que habían dejado de lado; cuanto más, mejor. En otras palabras, en lo que a su desarrollo se refiere, están más listos para aprender y tomar ciertas oportunidades más en serio. La pandemia además ha incorporado una nueva dinámica de mantenerse sano a pesar de los mayores riesgos y ha dejado en evidencia muchas desigualdades que siempre han existido, pero que ahora se han exacerbado".
La empleabilidad como faro de la acción
Es inevitable que en el país que, con pandemia o sin ella, registra una de las mayores tasas de paro juvenil de la UE, los centros educativos, en especial las universidades, pongan el énfasis en ayudar a sus estudiantes a que encuentren empleo lo antes posible. "Vamos a poner en marcha este curso una iniciativa que hemos determinado Sello de Empleabilidad UAM", explica Máximo Juan Pérez García, de la Universidad Autónoma de Madrid. "Persigue que un estudiante, al terminar, no salga solo con un título debajo del brazo, sino que todas esas actividades estén certificadas por la universidad. Va a ser bien acogida por los estudiantes, para valorar lo que han hecho en este sentido, y esperamos que también lo sea para las empresas".
Salir de la carrera fogueados en el mercado laboral es algo importante, defiende Alberto Barroso, de la Universidad de Sevilla. "Encuestamos a todos los egresados y observamos que los estudiantes que han tenido una experiencia laboral previa al egreso tienen todos los indicadores muchos más altos que los que no han tenido esa experiencia". Pero recuerda: "Hay muchas empresas que no interpretan bien lo que son las prácticas académicas y exigen lo que no deberían exigir; creo que las prácticas deberían tener un buen seguimiento".
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