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Columna
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El ‘Decamerón’

La costumbre nos ha fragilizado de tal modo que todo lo que no sea vivir como hasta ahora nos parece inaceptable y nos rebelamos contra la realidad

Julio Llamazares
El duomo de Florencia, visto desde un mirador.
El duomo de Florencia, visto desde un mirador.JENNIFER LORENZINI (REUTERS)

Al paso de la epidemia que, como un tsunami de pesadilla, está asolando el planeta desde su aparición en China, muchos son los que han recordado obras tanto cinematográficas como literarias que evocan o anticiparon lo que hoy está sucediendo en el mundo: La peste, de Albert Camus; Los novios, de Alessandro Manzoni; La peste escarlata, de Jack London; Diarios del año de la peste, de Daniel Defoe; El último hombre, de Mary Shelley, Némesis, de Philip Roth... Muy pocos, sin embargo, han recordado, al menos que yo haya leído, el Decamerón, de Bocaccio, cuya historia transcurre en medio de la epidemia de peste bubónica que diezmó a la población de Florencia en el año 1348. Posiblemente porque en el Decamerónno se abordan tanto los detalles de la enfermedad como la oportunidad que les brinda a sus protagonistas de llenar su tiempo de cuarentena, que pasan aislados en una casa de campo, de narraciones orales y de imaginación.

Recuerdo brevemente para aquellos que no lo hayan leído el argumento del Decamerón: diez florentinos —siete mujeres y tres hombres— deciden huir de su ciudad y refugiarse en una villa campestre mientras la peste siga azotando a la capital de los Médici. Durante los días que dura su reclusión, los personajes entretendrán el tiempo contándose historias por turno hasta completar las 101 que componen la obra de Bocaccio, pues en la introducción a la cuarta jornada este añade un relato más a los 10 de cada uno de ellos. Contra lo que cabría pensar, la mayoría de las historias que los protagonistas se cuentan unos a otros son de carácter festivo y erótico, sin rastro de temor ni de inquietud por lo que está sucediendo entretanto en Florencia. Bocaccio escribió el Decamerón cuando el Renacimiento se atisbaba en el horizonte y la humanidad dejaba atrás la Edad Media con su paisaje de oscuridad, Inquisiciones y pestes físicas y morales. La idea del carpe diem prima entre los protagonistas en lugar del ¿ubi sunt (los muertos)? medieval.

Cuento esto porque es exactamente lo contrario de lo que observo a mi alrededor en estos días de imprevista cuarentena a la que el coronavirus, la enfermedad que recorre el mundo, nos está obligando a los habitantes de Europa, un continente habituado desde hace décadas a vivir en seguridad y paz. La costumbre, que creíamos ya un derecho, nos ha fragilizado de tal modo que todo lo que no sea vivir como hasta ahora nos parece inaceptable, y nos rebelamos contra la realidad. De ahí el temor que se ha establecido en todos y de ahí las reacciones infantiles, de no aceptar lo que está ocurriendo, de muchas personas que, en lugar de colaborar a no difundir el miedo, contribuyen a su propagación a través de las redes sociales y de todos los medios a su alcance.

El ejemplo del Decamerón debería servirnos para que estos difíciles días, que pasarán, no tengo ninguna duda, como han pasado todos a lo largo de la historia, no se llenen de sombra y de inquietud, al contrario. Si para algo sirve la literatura (y quien dice la literatura dice el cine y cualquiera de las formas de creación y entretenimiento de las que disponemos hoy gracias a las tecnologías) es para encontrar consuelo en medio de la adversidad y para llenar de esperanza el tiempo como en aquella villa florentina de Bocaccio en la que la fantasía salvó a sus protagonistas del miedo.

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