_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las consecuencias de un portazo

Europa le dijo 'no' a Turquía y ahora no sabe cómo arreglar el desaguisado

Jorge Marirrodriga
Manifestación frente a la representación de Turquía ante la UE.
Manifestación frente a la representación de Turquía ante la UE.KENZO TRIBOUILLARD (AFP)

Las cosas como son. Los europeos nunca han sabido lidiar con los turcos y siguen sin saber hacerlo.

Durante algunos siglos los otomanos fueron una potencia política, militar y cultural ante la cual los territorios europeos reaccionaron de muchas maneras. A veces como querían y en la mayoría como podían. Estrategias que cubrían el espectro que va de la guerra total a la alianza comercial amistosa. Y algunas veces, todo a la vez.

Turco y otomano no son lo mismo, pero —por ignorancia— para los europeos sí. Y la historia de Europa es también la historia de la guerra con los turcos. La caída de Constantinopla, el asedio de Viena, el sitio de Malta, la toma de Chipre, Kosovo, la batalla de Gallipoli, Lepanto, Napoleón en Acre, no son hechos reducidos a los libros, sino que siguen presentes en nuestros días. Con la historia pasa lo mismo que con la presión atmosférica: influye en nosotros aunque la ignoremos. Que se lo digan a los malteses cada vez que mentan el nombre de su capital, a los griegos cuando se niegan a pronunciar Estambul, a los serbios que no conciben la independencia de Kosovo o a todos cuando nos comemos un cruasán. La guerra “al turco” está detrás.

Pero la historia de Europa con Turquía también tiene otras interesantes características. En los territorios europeos bajo dominio turco existió tolerancia lingüística, religiosa y étnica. Naturalmente no a la manera en que entendemos hoy esa tolerancia, pero completamente diferente a lo que sucedía en una Europa occidental donde se expulsaba a judíos, moriscos y se imponía el cuius regio, eius religio, es decir, que todos los habitantes de un reino tenían que seguir la religión de su gobernante. La alianza comercial entre Venecia y el imperio otomano en poco tenía que envidiar para su época a las relaciones comerciales entre Estados Unidos y China de hoy día. Y en un continente donde fermentaba el nacionalismo, había una notable porción donde este permanecía bajo control de un sistema que lo difuminaba.

Cierto, todo esto es el pasado. Pero ese “miedo al turco” fue una música de fondo decisiva cuando a principios del siglo XXI la Turquía laica y moderna llamó a las puertas de la UE. Es verdad que le faltaba la condición más importante: ser realmente democrática. El inicio de un proceso de adhesión serio podía haber sido una increíble oportunidad para esa transformación. Pero la respuesta de Europa fue un portazo que todavía retumba y que muchos turcos interpretan unos como una humillación y otros como un tren perdido hacia un futuro de libertades.

Desde entonces Turquía se ha alejado cada vez más de ese ideal europeo. Liderada por un político cuyo modelo es el esplendor y las gestas de aquel imperio otomano temido en Europa, negocia como el sultán ante los emisarios europeos. Pero estos no son ya capitanes venecianos, ni generales franceses, ni caballeros polacos ni marinos españoles. Son unos señores de traje que no atinan a entender que las oportunidades perdidas pasan factura.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_