El refugio de los sueños rotos
Miles de personas de Afganistán, Pakistán, Irán, Argelia o Marruecos se resguardan del frío en naves destartaladas de Bosnia cercanas a la frontera croata ya que los centros de acogida están colapsados
Noursaid huyó de su ciudad natal con el miedo a cuestas: escapó de la guerra y la pobreza; recorrió casi seis mil kilómetros desde Kabul a Bihac para no ser forzado por los talibanes a formar parte de sus filas: caminó gran parte de su fuga, desde Afganistán a Bosnia Herzegovina viajó cuando pudo en tren, en bus, en moto. Lo persiguieron. Atravesó montañas, bosques y desiertos. Pero ahora está atrapado por el frío. Este invierno intentó cruzar la frontera cuatro veces: un salto arriesgado al que llaman The Game. Es el penúltimo límite antes de entrar en la Europa de los países de primera: el espacio Schengen.
Noursaid estira la mano derecha como si fuera a darle unas migas de pan a unas palomas y dice: "La policía trata mejor a sus perros que a los migrantes". Se pregunta por qué tanta violencia y muestra sus costillas machacadas por patadas y porras croatas. Lleva cuatro meses bloqueado en la Politikanen, una serie de naves industriales bosnias, abandonadas, que evidencian las cicatrices de la guerra de la década de los noventa.
La población bosnia que convive con los refugiados del siglo XXI
Aún con las heridas de una guerra no tan lejana, los ciudadanos de esta frontera con la Unión Europea intentan paliar, con solidaridad, la situación sin salida en la que viven miles de migrantes en sus calles.
Zehida Bihorać, maestra de la escuela de Velika Kladuša, sale con su coche repleto de comida y mantas para repartir entre las personas que están sin hogar en su ciudad. Se trata de personas en tránsito que, tras haber escapado de alguna guerra o conflicto, tienen la intención de llegar a algún país de la Unión Europea donde se les otorgue el derecho de pedir asilo y su petición sea tramitada. Kladuša está a un kilómetro de Croacia, en el Cantón de Una Sana, el que aloja a más refugiados en Bosnia Herzegovina dada su situación geográfica.
Según datos oficiales de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), hay 7.135 personas migrantes y solicitantes de asilo en Bosnia Herzegovina, pero las calles y los edificios abandonados dan pistas de otras cifras: son números que describen tan solo una parte de la tragedia, pero no la explican.
Noursaid ha rescatado entre las ruinas elementos para improvisar dos espacios sin ventanas que utiliza de cocina y habitación: comparte el refugio con otros cuatro afganos. Las paredes son muros de carbón que absorbieron el hollín de los troncos de las vías quemados para cocinar y calentarse.
Despierta cada día a las seis y media, cuando la escarcha del invierno de Europa del Este se torna insoportable; busca agua en dos bidones plásticos y amasa naan a modo de desayuno: "Esta también ha sido una noche dura, mucho frío y poca leña".
El hotel de las almas quebradas
Las madrugadas de Noursaid son las de un patriarca desolado, sin nietos naturales pero con hijos adoptivos. Es el mayor de todos los que se refugian en la nave-hotel de las almas lastimadas. Conoce a cada uno de los ocupantes por su nombre, reconoce sus historias. Prepara chai y naan para los que se despiertan. Los que se levantan asumen diferentes tareas: buscar leña, agua, limpiar y cocinar.
El flujo migratorio no cesa: están lo que llegaron de madrugada desde la frontera con Montenegro, con la ilusión encendida de quien avanza; otros retornan de más adelante, apenados, sin zapatos, con la ropa mojada; saqueados, golpeados y apaleados por la policía croata: los dados cayeron en casilleros oscuros —que son la mayoría—, indicando el regreso obligatorio a la casilla de salida. The Game no es estático, Europa impone sus reglas y crea continuamente obstáculos que al final atentan contra los derechos de las personas que huyen de la guerra y la pobreza.
Croacia y Bosnia comparten una historia trágica, con fronteras que fueron testigo de atrocidades, con campos minados por herencia y una celosa protección como puerta de Europa. La UE financió a Croacia con 54 millones de euros entre 2014 y 2020 para reforzar el control fronterizo, ampliar la formación militar, adquirir drones y cámaras infrarrojas.
The Game exige una preparación física y mental: son dos semanas para atravesar los bosques de Croacia sin ser visto, eludiendo el olfato policial para intentar llegar a Trieste, Italia
Centenares de personas de Afganistán, Pakistán, Irán, Irak, Argelia y Marruecos se resguardan del frío en estas naves heladas, ya que los centros de acogida gestionados por la OIM están colapsados. Pero la solidaridad no entiende de identidades ni fronteras: las pocas mantas y ropas, la escasa comida y medicamentos se comparten sin cuestionar tu origen y religión. Noursaid camina entre pasillos ruinosos con un manojo de panes y una jarra de té. Visita a Asif tumbado en un colchón raído con una pierna vendada por las lesiones de la travesía y debajo de un ventanal donde se lee I miss you Mom (te extraño, mamá, en inglés). Musaver, un joven afgano que huyó del reclutamiento forzoso de los talibanes escribió en paredes y vidrios sus impresiones y las heridas provocadas por este éxodo.
The Game exige una preparación física y mental, alimentación, descanso y evitar cualquier tipo de enfermedad: son dos semanas para atravesar los bosques de Croacia sin ser vistos, eludiendo el olfato policial para intentar llegar a Trieste, Italia. Si se falla, te lanzan al punto de salida, Bosnia. Aquí recobran energía, sanan y curan las heridas de la travesía y de las violencias sufridas.
Asif junto a un grupo de jóvenes lanza astillas a una estufa pequeña para mantener el fuego y recuerdan las cinco ocasiones en las que intentaron cruzar la frontera, siempre con el mismo desenlace: encapuchados que los detienen, les roban su dinero, ropa y zapatos, les destruyen los móviles y como despedida antes de su devolución a Bosnia, les dan una brutal paliza.
Según el testimonio de las personas migrantes y los grupos de monitoreo la fuerza policial croata está participando en una campaña sistemática de violencia y robo a migrantes y refugiados que buscan una vía segura hacia Europa occidental.
Antes de partir hacia Europa
"¿Pero no estamos en Europa?", dice retórico Omar, un argelino que lleva tres meses en otra fábrica abandonada y que va por el cuarto intento de cruzar la frontera. Las ocasiones anteriores fue detenido por la policía croata que, a golpe de patadas y porras le robó sus pertenencias y dinero, y lo obligó a regresar a Bosnia cruzando un río helado casi desnudo.
"¿Pero no estamos en Europa?", dice retórico Omar, un argelino que lleva tres meses en otra fábrica abandonada y que va por el cuarto intento de cruzar la frontera
Organizaciones como No Name Kitchen suministran ropa, comida y contención emocional, debido a que al horror de la guerra o la tragedia de la pobreza extrema en su origen, quienes huyen se encuentran en el camino con persecución, exclusión y estigmatización.
Para las personas migrantes Bosnia se ha convertido hoy en un obstáculo casi imposible de superar. Miles de personas llegaron a Grecia a través de Turquía, cruzaron a Albania, luego Montenegro para entrar en Bosnia Herzegovina. La mayoría con la idea de llegar a Italia. Muchos mueren en el camino. Y no hay cifras.
Un grupo de personas alista sus mochilas antes de partir: bolsa de dormir, aislante, chaqueta, linterna, latas de atún, galletas y tienda de campaña. Calientan agua, se duchan, se ponen ropa limpia y se afeitan: "Vamos a atravesar todo Croacia a pie y necesitamos estar presentables, no queremos que nos vean como mendigos; ya somos estigmatizados por venir de donde venimos, otros por ser musulmanes. Creímos que al llegar a Grecia estaríamos mejor, que ya lo habíamos logrado, pero nos dimos cuenta que las dificultades no hacían otra cosa que continuar. Nos duele, porque somos personas y solo buscamos un refugio y futuro dignos".
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter y Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra newsletter.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.