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Risas en la ciudad de los tiroteos

Se llama la Brigada de la Alegría y está compuesta por voluntarios que luchan para amortiguar la violencia en un lugar, Ciudad Juárez, en México, que en todo 2019 solo vivió una semana sin ejecuciones en sus calles

Un niño sostiene un balón en una noche de la Brigada de la Alegría en Nueva Galeana, un barrio de Juárez.
Un niño sostiene un balón en una noche de la Brigada de la Alegría en Nueva Galeana, un barrio de Juárez.José Ignacio Martínez Rodríguez
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La furgoneta sortea amplias calles con el pavimento levantado y aparca enfrente de un parque con escasa iluminación, una pista de fútbol sala y un pequeño graderío con asientos en bloque de piedra, aunque no hay nadie sentado en ellos. Un par de chavales juegan con un balón en una de las porterías. Hace frío, el frío húmedo de una tarde de invierno en Nueva Galeana, un popular barrio de Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua, al norte de México, junto a la frontera de Estados Unidos.

Francisco Cervantes y el puñado de voluntarios que lo acompañan se apean del vehículo y comienzan a vociferar su grito característico: “¡Brigada, Brigada de la Alegría!”. El efecto es casi inmediato; los chavales de las viviendas colindantes salen de sus casas y se dirigen al parque, donde pasarán las siguientes horas entretenidos con juegos, historias, chocolate con leche y bizcochos. “En estos barrios se necesita un ambiente así; son espacios donde domina la violencia, la droga… Antes, la gente no salía de sus casas porque le daba miedo estar en la plaza, en el parque o en la calle. La Brigada rescata a los chavales de esa atmósfera en las tres colonias a las que acudimos; Colonia 16 de septiembre, Nueva Galeana y Eco 2000”, explica Cervantes.

La Brigada de la Alegría es un proyecto de Desarrollo Juvenil del Norte, una asociación civil de las Misiones Salesianas en Juárez, que nació allá por el 2012, cuando el toque de queda era una realidad en esta ciudad mexicana, de las más peligrosas del mundo durante cuatro años (2009-2012), con una media entonces de 191 asesinatos anuales por cada 100.000 habitantes, epicentro de los feminicidios hasta 2017 en que el Estado de México, el más poblado del país le tomó el relevo, y que sigue ostentando un puesto destacado en este ranking, con 1.500 asesinatos en 2019 (y ocupando la quinta posición). Las tres barriadas que visitan Francisco y los suyos (una vez por semana cada una) pueden dar buena fe de ello. También en tiempos más recientes. El pasado octubre, dos jóvenes de 25 años fueron ejecutados en Eco 2000. En noviembre, un hombre fue abatido a tiros en Nueva Galeana en un repunte de la violencia en la ciudad. Y en la colonia 16 de Septiembre, más de lo mismo: el pasado mayo, unos sicarios dispararon hasta asesinar a otra persona a la que dejaron tirada en mitad de la calle.

“En cada lugar buscamos una finalidad diferente. Por ejemplo, en Eco 2000 pretendemos que la gente deje de tener miedo. En la Colonia 16 lo que queremos es atraer a la gente al oratorio; allí se encuentra el más grande y se junta mucha gente para convivencias, tenemos muchos programas y actividades…”, asegura Cervantes, que coordina el proyecto. Se refiere a uno de los centros comunitarios que las Misiones Salesianas destinan en Ciudad Juárez a que padres e hijos dispongan de un lugar libre de violencia en el que los chavales puedan convivir y desarrollarse. “Tengo un equipo chiquito de voluntarios en cada lugar… Juntos, en la Brigada, además del vaso de leche o de unas galletas que llevamos, creamos un espacio en el que aprovechamos también para charlar. Ahí los niños sueltan las inquietudes o las problemáticas que tienen”, explica.

Una niña juega en el suelo del parque de Nueva Galeana durante una tarde de Brigada de la Alegría.
Una niña juega en el suelo del parque de Nueva Galeana durante una tarde de Brigada de la Alegría. José Ignacio Martínez Rodríguez

Convivir con drogas y tiroteos

Alexa y Alison tienen 11 y 10 años y son dos de la treintena aproximada de niños que se han acercado a jugar esta tarde al parque de Nueva Galeana, el barrio donde viven. Ambas visten ropa de abrigo y Alexa tiene un carácter más extrovertido del que da muestra con una sonrisa permanente y sin dejar contestar a su amiga. “Mi mamá dice siempre que este barrio es muy peligroso; es común escuchar balaceras y algún tiro nos puede tocar a nosotros”, afirma con naturalidad. Y prosigue: “Ayer mismo escuchamos disparos. Cuando ocurre, si estamos fuera, corremos a meternos en casa”.

Alexia explica que ella acaba del colegio todos los días sobre las cinco de la tarde. Después, continúa, va a casa y ya no sale hasta el día siguiente. Afirma también que, a su barrio, la Brigada de la Alegría suele ir los jueves. “Yo llevo viniendo ya como seis años. Lo que más me gusta son los juegos… Sobre todo el fútbol. ¡Es que lo sigo mucho! Mis padres solo me dejan salir hoy porque viene la brigada, así que espero toda la semana a que llegue este día”. A su lado, Alison asiente y sonríe, aunque no dice nada y, cuando Alexia termina de hablar, las dos amigas vuelven a la pista a jugar a la pelota.

Muchos niños han visto y vivido cosas que no tenían que haber vivido: violencia en casa, abusos sexuales, tiroteos o que los usen como mula para la droga”

“Lo mejor ha sido la reacción y aceptación de la gente. Hay veces que no tenemos material o personal suficiente y son los propios niños los que proponen y dicen que juguemos a un juego o a otro”, afirma Francisco Cervantes. Pese a que coordina la Brigada de la Alegría desde hace solo dos años, ha trabajado en ella los últimos seis,

Primero como voluntario y trabajador social, por lo que sabe a qué tipo de obstáculos se enfrenta. “Muchos niños han visto y vivido cosas que no tenían que haber vivido: violencia en casa, abusos sexuales, tiroteos, hay chavales a los que usan incluso de mula para vender drogas… De repente un chaval te dice que a su madre la desaparecieron, o a que su padre lo mataron aquí cerquita… Es la parte fea de la Brigada aunque, a la vez, demuestra que sigue siendo necesaria”.

Lo cierto es que los habitantes de Juárez están demasiado acostumbrados a convivir con balaceras, drogas y narcotráfico, y los niños no escapan a esta realidad. Como indican diversos reportes e informes de la Fiscalía del Estado, desde enero del 2018 hasta agosto del 2019 la violencia se cobró la vida de 48 niños, en la mayoría de los casos de forma circunstancial. En todo 2019, solo hubo siete días en los que no hubo ningún ejecutado en la ciudad. El año 2020 no ha empezado con datos más esperanzadores: 30 muertos en los primeros 10 días de enero. Y la droga, sobre todo el cristal o el éxtasis, supone un reto que atrapa a jóvenes y adolescentes, que han visto cómo en el pasado año se experimentó un significativo repunte de adictos y de muertes por sobredosis.. Según la Secretaria de Salud, en todo el estado de Chihuahua había en octubre pasado 185.000 personas que consumen drogas. Algo más de 55.700 se declararon en situación de dependencia.

Entre la aprobación y la amenaza

Al recordar las vivencias y experiencias de todos estos años, al coordinador de la Brigada de la Alegría le sobran las historias. Buenas y malas. Primero habla de las primeras. “Un día que se nos descompuso la camioneta, llegó un hombre que tenía un taller y nos dijo: 'A ver, vamos a arreglarla'. Nosotros le contestamos que no teníamos dinero, que no íbamos a poder pagar la reparación, pero le dio igual. Decía: 'Para ustedes lo que quieran”. Después se acuerda de alguna historia no tan buena. “Ha habido gente que nos ha amenazado, que nos dice que no somos de ahí, que nos vayamos con los juegos a otra parte, o incluso situaciones violentas. Uno de los parques está en medio de dos pandillas. Un día, mientras jugábamos con los niños, llegaron unos hombres armados, nos sentaron y empezaron a preguntarnos que quiénes éramos y que qué estábamos haciendo allí. Imagínate; de estar tranquilamente en el parque a que, de repente, te tengan encañonado. Les explicamos que éramos del oratorio Don Bosco y ya nos dejaron libres…”.

Hoy, en Nueva Galeana, no hay tiroteos, ni criminales encañonando a Francisco y a los suyos, ni droga a la vista. Solo un puñado de trabajadores sociales y voluntarios y una decena de juegos, un gran caldero de chocolate con leche y bizcochos. Tras dos horas, los brigadistas recogen los bártulos, los vuelven a montar en la furgoneta, se suben y retoman los caminos poco pavimentados y escasamente iluminados, dejando atrás las risas. Mañana las llevarán a otro barrio. Otros chavales  olvidarán por un rato su realidad tan poco esperanzadora.

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