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Columna
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Madrid independentista

Es fácil criticar la ingobernabilidad parlamentaria por la llegada de múltiples partidos de raíz localista, pero también sería inteligente reparar en las causas que motivan ese voto

David Trueba
Isabel Díaz Ayuso junto a Pablo Casado, José Luis Martínez-Almeida y Begoña Villacís, en la celebración del Día de Madrid.
Isabel Díaz Ayuso junto a Pablo Casado, José Luis Martínez-Almeida y Begoña Villacís, en la celebración del Día de Madrid. EMILIO NARANJO (EFE)

Es una tradición que comenzó Esperanza Aguirre durante sus largos años de mandatos madrileños. Su papel de frontal oposición al Gobierno de Zapatero le sirvió de cortina de humo para disipar los atisbos de una corrupción galopante que se confirmaron más tarde con las detenciones de los máximos cabecillas, todos ellos con responsabilidades muy altas en el Gobierno regional y sucursales bancarias en Suiza y Panamá. Esa salvaje oposición nos trajo algunos de los episodios más dañinos para la política nacional, como fue la llamada al boicoteo contra productos catalanes y la recogida de firmas contra el Estatut. Dos acciones de oportunismo político de gran rédito local, pero que dieron combustible a los motores secesionistas en Cataluña. Conviene tener siempre presente una cronología de hechos para no dejarse engañar por una lectura presentista de la política nacional, en la que todo parece haberse desencadenado por sorpresa esta misma mañana.

A juzgar por las primeras acciones del Gobierno de Díaz Ayuso, la escuela ha calado en sus pupilos. Poca actividad política en beneficio de los madrileños, demasiada aspiración a capitalizar la oposición al Gobierno, incluso en la política exterior con respecto a Venezuela. Sirve de coartada que la dirección del PP no parece capacitada para diferenciarse de opciones más radicales a su derecha y Madrid es una joya que relumbra por su potencia económica y su altavoz mediático. Pero en política no conviene confundirse de sede y de mandato. Puede que favorezca las aspiraciones personales, pero perjudica a los ciudadanos, que lo que quieren, cada vez más, son políticas locales de cercanía y tino. Madrid se beneficia de un Estado demasiado centralizado, en el que nadie parece entender que convendría ir desplazando altas oficinas burocráticas, organismos de control y tribunales superiores hacia capitales de otras provincias para solventar un problema cada vez más grave de despoblación y nacionalismos locales. Desde hace años se sabe que un Tribunal Constitucional en Huesca facilitaría esa desjudicialización de la política con la que algunos sueñan mientras alimentan el monstruo del carrerismo profesional a la sombra del poder.

Es fácil criticar la ingobernabilidad parlamentaria por la llegada de múltiples partidos de raíz localista, pero también sería inteligente reparar en las causas que motivan ese voto. Madrid ha destrozado con sus políticas fiscales las regiones de su entorno, con premios a los grandes patrimonios y dopaje a las herencias más altas. La última y grotesca ocurrencia de andar por los micrófonos con la promesa de traerse la feria de móviles de Barcelona ha puesto en evidencia una deslealtad que si hubiera sido de dirección inversa nos habría obligado a escuchar las descalificaciones de las grandes cabezas que andan en sacrificio voluntario al servicio de la unidad de España. Los ciudadanos de Madrid han aprendido hace tiempo a sobrevolar en parapente la trama politiquera que satura sus corrillos. Saben que se puede vivir al margen y con la concentración puesta en los asuntos propios. Pero no quieren que nadie los utilice para enfrentarse a otros compatriotas. Llevan la capitalidad con discreción y son, además, la población más receptiva con el foráneo. Ojalá la agenda particular de sus políticos no logre cambiar esas dos buenas costumbres.

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