‘Macarrismo’
Cuestionar el acceso de una mujer a un puesto no por su aptitud, sino por su pareja, es una muestra de sexismo
El año pasado, en un programa en directo, califiqué jocosamente de macarra —“agresiva, achulada”, según la RAE— a Isabel Díaz Ayuso, entonces candidata del PP a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Andaba Ayuso esos días emperradísima en mantener y no enmendar unas declaraciones en las que, para criticar las restricciones al tráfico del Ayuntamiento de izquierdas, se refería a los atascos nocturnos como algo “especial”, estupendo, ideal santo y seña de la capital de España allende la UE.
La aludida se sintió lo bastante ofendida como para enviarme un mensaje en Twitter diciéndome que el uso de tal epíteto no era necesario. Le di la razón, le pedí disculpas que reitero en estas líneas. En efecto: no era preciso llamar macarra a la señora Ayuso en la tele. Sucede, sin embargo, que es ella misma quien se empeña en llevarse la contraria.
Ayer mismo, la hoy presidenta de todos los madrileños respondía de esta guisa a un tuit en el que la edil de Más Madrid Rita Maestre le sugería que podía haber denunciado la falta de libertad de las saudíes en vez de alardear de heroína del feminismo por ir a Arabia sin velo, como ya hicieron otras políticas hace años. “Hay otra cosa que también he hecho por las mujeres, y no las de izquierda: demostrar que puedes llegar lejos sin ser la mujer de”, le replicaba Isabel a Rita refiriéndose, se supone, a la vida privada de Maestre o de otra mandataria, dado que todos los mandatarios son solteros y sin pasado amoroso.
Macarras no faltan en política. A veces son divertidos. He pasado grandes ratos con los pasotes tuiteros de Girauta, Echenique, Rufián, Álvarez de Toledo, Lastra o Monasterio, por cubrir el arco parlamentario. Ocurre, no obstante, que a veces no tienen maldita la gracia. Cuando una mujer —u hombre, o cosa— cuestiona el acceso de otra a un puesto no por sus aptitudes sino por su pareja, es una de ellas. Se llama sexismo.
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