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Columna
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Bienvenidos a 1453

El mundo ha cambiado mucho y muy deprisa. Hasta hemos vuelto al siglo XV

Jorge Marirrodriga
El asalto final tras el sitio de Constantinopla.
El asalto final tras el sitio de Constantinopla.MANSELL/THE LIFE PICTURE COLLECTION/GETTY IMAGES

El siglo XV fue probablemente uno de los más interesantes y decisivos en la historia de la humanidad, es decir, de nuestra historia. Puede parecer que queda lejos, pero lo tenemos tan cerca, tan cerca, que estamos a punto de entrar en él. Naturalmente con algunas variantes. Ya se sabe: la historia no se repite pero rima. Y en este caso parece que la rima va a ser a lo grande.

Los años del Quattrocento supusieron un punto de inflexión en el curso de la historia desde varios puntos de vista: la política, la geografía, el arte y la misma concepción del mundo, por citar solo algunos. A quienes vivían entonces probablemente no les parecía todo tan dramático —aunque a veces sí— y bastante tenían con llevar su día a día. “Lo cotidiano en sí mismo ya es maravilloso”, que decía Kafka.

Pero en lo que se salía de lo cotidiano el siglo XV también fue maravilloso. Gutenberg inventó la imprenta y cambió la manera de transmitir las ideas. Los portugueses llegaron a la India y cambiaron la historia del comercio. Los españoles llegaron a América y cambiaron la forma de entender el mundo. Rafael, Miguel Angel, Leonardo o Bramante cambiaron la forma de ver la belleza. Francia e Inglaterra terminaron con la guerra de los Cien Años e Inglaterra salió del Continente. Más cerca, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón unieron sus destinos y el de la península ibérica. Constantinopla cayó en poder de los turcos con el consiguiente exilio de intelectuales —y documentos— griegos que enriquecieron el Renacimiento. La lista es amplia.

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Como si se tratara del reflejo en un espejo donde todo está al revés, vivimos tiempos donde Internet ha cambiado la manera de transmitir las ideas. La banca y gigantes como Amazon, Alibaba o Google han cambiado la manera de entender el comercio. La globalización y el cambio climático han cambiado la forma de entender el mundo. Ya no se trata de conquistarlo, sino de no acabar con el planeta. La forma de ver la belleza es tan variada como habitantes hay sobre la Tierra. Belleza y fealdad son términos no solo intercambiables sino hasta, en ocasiones, políticamente incorrectos. Los británicos vuelven a abandonar el Continente pero esta vez con sensación de victoria. Más cerca, la unión de Isabel y Fernando es puesta en cuestión. Y el nuevo sultán turco rememora a su antecesor, enarbola la época de la toma de Constantinopla y poco a poco avanza sobre los que fueran dominios de sus ancestros. El último movimiento, en Libia. Europa ya no es el centro y ve cómo se agranda la brecha tecnológica entre ella y otros actores mundiales. Como en un Tratado de Tordesillas moderno, China, EE UU y Rusia se han repartido el mundo.

Mientras, los demás tratan —tratamos— de lidiar con lo cotidiano, que en la mayoría de las ocasiones no es tan maravilloso como sostenía Kafka. ¿El año que empieza? Feliz 1453.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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