Felicidades
Las Navidades pueden ser una oportunidad
Quienes la celebran con la misma ilusión que cuando eran niños, no necesitan hoy leer columnas. Quienes conmemoran con fervor el nacimiento de su Dios, aún menos. Para todos los demás, entre quienes me incluyo, las Navidades pueden ser una oportunidad. Porque este año pasará lo de siempre. Comilonas, tensiones familiares y atascos están garantizados. En el último minuto volverán a caer invitados en paracaídas sobre el comedor, mientras en la cocina, quienes llevan 10 horas de pie constatarán que este año tampoco les va a dar tiempo a ducharse. Los anfitriones sufrirán por lo apretados que están los invitados, porque se les ha vuelto a olvidar que tienen un sobrino vegano o por el escrutinio al que la cuñada pluscuamperfecta somete a una mesa en la que no hay más de seis copas iguales. Todo eso va a ocurrir. Sucederán incluso cosas peores, más allá del irreparable dolor por las ausencias, pero mientras la vorágine navideña nos engulla sin remedio, no tendremos tiempo para pensar en la investidura, en el fantasma sombrío de unas terceras elecciones, en la calculadora de escaños que todos llevamos incrustada en la cabeza desde hace demasiado tiempo. Ni siquiera en la vigencia de todas las variantes de la palabra impunidad, que sigue protegiendo a los parlamentarios cuando ya no existe ningún rey absolutista que pueda perseguirles y protege en la misma medida a los jueces, cuyos errores no pueden señalarse sin incurrir en un atentado contra la independencia judicial. Todo eso nos vamos a ahorrar gracias a las zambombas, las panderetas, los villancicos y las indigestiones. No tendremos muchas más oportunidades como esta, y conviene aprovecharla. Por eso, y por todo lo demás, feliz Navidad para todos y todas.
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