Contra el bloqueo
Hay sobradas razones para que por fin se forme un Gobierno de izquierdas


El caso catalán empieza ya a ser coartada de demasiadas cosas. Y precisamente por esta razón el bloqueo es cada vez más peligroso. Cada día son más los interesados en convertir la anormalidad en normalidad, porque de ello viven. Lo vemos en Cataluña, por supuesto, donde los tímidos intentos de Esquerra Republicana de salir del bucle son rechazados por el sector mayoritario de Junts per Catalunya que vive de la representación permanente del conflicto. Del mismo modo que, al otro lado, se niega el pan y la sal a Esquerra, no fuera que metiendo un pie en la política española rompiera el cordón sanitario que la derecha, en sintonía con las élites económicas y con gran parte de los medios de comunicación, quiere mantener contra el independentismo.
El conflicto catalán es utilizado sistemáticamente para desviar la atención del problema que su estallido puso de relieve: la crisis de gobernanza que sufre la democracia española. Y a su vez es el diablo que permite la lenta pero constante legitimación de una extrema derecha crecida, que la derecha ha asumido como socio. Todo por la patria.
El largo y patético espectáculo de la investidura de nunca acabar ha tenido siempre como telón del fondo el Gobierno de gran coalición. Si era el deseo de los más poderosos, algunos daban por supuesto que su fuerza se impondría. Las últimas rondas han desvanecido esta ilusión. Y la reacción no se ha hecho esperar, con una avalancha de descalificaciones a Sánchez, acusado de entregarse a quien quiere cargarse España. Y, sin embargo, hay sobradas razones para que por fin se forme un Gobierno de izquierdas con tres objetivos: dar espacio a la agenda ciudadana en un momento en que la política está dominada por las disputas patrióticas, combatir el neofascismo y abrir vías para que el conflicto catalán regrese a la política.
La Unión Europea amonesta a España por el paro, la deuda y el déficit. Y si lo traducimos a un lenguaje descarnado aparece la cruda realidad: los salarios de miseria, en una economía montada sobre la sobreexplotación del factor trabajo, el coste de la vivienda que hace imposible cualquier asomo de cumplimiento de este derecho constitucional y suma decenas de miles de desahucios, la caída imparable de la tasa de natalidad, el retraso continuo de la edad de emancipación que frustra la autonomía de los jóvenes, la restricción de derechos individuales, y un sinfín de obstáculos que hacen asfixiante un presente continuo que no acierta a escribir el futuro. Esta realidad está escondida bajo el redoble de banderas, mientras Vox se alimenta del odio y de la desesperación de muchos. Y cuando aparece una oportunidad de romper barreras y de empezar a tender puentes con el soberanismo catalán, se nota que a uno y otro lado hay demasiada gente que lamenta que el reconocimiento mutuo sea posible.
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